– ¿Ves algo que te guste? -preguntó él, cruzándose de brazos.
– Sí. Todo.
Rina se maldijo por haber contestado demasiado deprisa. Pero ya era tarde para volverse atrás.
Se ruborizó y miró a Emma, que intentó ayudarla.
– Tendrás que perdonar a Rina. Está algo alterada y no me extraña, teniendo en cuenta las circunstancias…
– ¿Qué circunstancias? -preguntó él.
Emma suspiró.
– Ah, jóvenes. Nunca os tomáis el tiempo suficiente para mirar a vuestro alrededor y ver lo que está pasando. Echad un vistazo al techo… Por si no os habíais fijado, os encontráis bajo una ramita de muérdago.
Rina gimió y Colin arqueó una ceja.
– ¿Y bien, Colin? -preguntó la anciana-. ¿No vas a seguir la tradición?
Rina sabía que la vida raramente daba segundas oportunidades. Y estar allí, con Colin, era una oportunidad que no se iba a repetir.
Miró el muérdago y se sintió tentada por la idea de dejarse llevar por sus impulsos sexuales. Obviamente, Emma había notado la corriente eléctrica que había entre ellos desde el primer día.
Ahora, ya no tenía sentido que lo ocultara. Así que decidió actuar.
Habló en voz muy baja, para que sólo la oyera Colin. Se inclinó hacia delante, con su nueva actitud de mujer independiente y liberada, y dijo:
– Yo también me pregunto si te atreverás.
Capítulo 2
Rina vio de soslayo que Emma acababa de abandonar la sala.
– Emma se ha marchado -dijo Colin.
El hombre parecía tan sorprendido como ella por el curso de los acontecimientos. Pero su voz había adquirido un tono más ronco y suave que de costumbre.
– Sí, y nos ha dejado en una situación muy interesante.
– Cierto.
Colin la observó con detenimiento, como si estuviera midiéndola. Rina no sabía lo que estaba pensando, pero tuvo la sensación de que aquellos ojos la atravesaban y podían ver en su interior.
En realidad, le habría gustado que pudiera adivinar su pensamiento. Entonces habría sabido que ella también creía en la tradición del muérdago y que estaba deseando besarlo, en aquel mismo instante.
Colin puso las manos sobre los hombros de la joven, que al sentir su cálido contacto se estremeció otra vez.
– ¿Rina?
– ¿Sí?
Colin le quitó las gafas que llevaba y las dejó sobre una mesa.
– ¿Sabes que tienes motas doradas en tus ojos marrones?
Rina no era capaz de hablar. Se limitó a humedecerse los labios.
– Me recuerdan a la luz del sol…
Rina sintió un intenso calor. Había nacido y crecido en el Bronx, en Nueva York, y no era una persona tímida en absoluto cuando quería algo. Y ahora quería empezar una nueva vida. Así que, a pesar de no conocer demasiado a Colin, estaba dispuesta a probar su suerte.
– Deberías saber que no suelo desaprovechar las oportunidades que se me presentan.
– Y tú deberías saber que me gustan los retos y que no rompo las tradiciones, aunque sean muy inesperadas -dijo, refiriéndose al muérdago.
Colin acababa de tomar la iniciativa y estaba coqueteando y jugando con ella de forma evidente.
Él se inclinó sobre ella y lamió suave y brevemente los labios de Rina. El experimento fue impactante. Ella se sintió dominada por pasiones que había negado durante mucho tiempo y por sensaciones que hasta entonces nunca había vivido.
En cuanto a Colin, apretó las manos sobre los hombros de la joven, en señal evidente de que también él la deseaba.
Pero Rina no se dejó engañar. Por sorprendente e intensa que hubiera sido la experiencia, sólo era una reacción física ante un simple beso. Aunque nada en Colin parecía simple.
Alzó la cabeza y se apartó un poco de él, sin dejar de mirarlo. Los ojos del hombre brillaban de deseo, y la constatación de aquello la excitó una vez más.
– Ha sido…
– Divertido -dijo él.
Rina parpadeó, sobresaltada. No era la palabra que ella habría utilizado para definirlo.
– ¿No se supone que los besos bajo el muérdago deben de ser así? -preguntó él, con una sonrisa.
– Sí, por supuesto que ha sido divertido. Emma lo ha organizado todo y nosotros hemos respondido como cualquier pareja de adultos bajo una rama de muérdago.
Rina dio un paso atrás, y luego otro, y uno más, hasta toparse con una mesa. Se apoyó en ella y dejó a Colin, solo, bajo el muérdago.
– Si ha sido divertido, deberíamos repetirlo -dijo él.
Rina hizo ademán de recoger su abrigo y Colin se apresuró a acercarse para ayudarla. Sus manos le parecieron infinitamente dulces mientras le ajustaba la solapa, y el roce de sus dedos en el cuello volvieron a cargarla de energía.
Acababa de descubrir que también era un caballero.
– Gracias.
– De nada.
Rina se las arregló para recoger la carpeta con su serie de artículos y despedirse sin mirar de nuevo a Colin.
– Espera…
– ¿Qué ocurre?
– Has olvidado algo.
Colin le dio las gafas que le había quitado minutos antes y ella salió a la fría noche de Ashford.
Al sentir el viento helado en sus mejillas, volvió a pensar. Con aquel beso, el experimento había adquirido perspectivas muy excitantes.
Aún tenía intención de seguir experimentando para hacer un buen trabajo con sus columnas. Al día siguiente iba a iniciar una nueva etapa y estaba decidida a probar a los hombres en general. Pero en lo relativo a Colin, era muy consciente del impacto que provocaba en ella. Con un simple beso, había aprendido que tenía un enorme poder sexual. Era un hombre muy seductor, y le encantaba.
Antes de aquella noche, apenas había coqueteado con la idea de mantener una relación ligera; pero ahora, era una posibilidad real. Colin poseía todo lo necesario para alimentar su fuego. Además, no era un individuo normal y corriente. De haber estado buscando una relación, él habría sido el primero en su lista. Pero tras perder a su marido, estaba cansada de relaciones largas y ya no estaba segura de creer en el «para siempre».
Sin embargo, tal vez fuera mejor así. Era la solución perfecta. Y Colin, el hombre perfecto.
Colin se echó hacia atrás, puso los pies sobre el escritorio y observó la puerta por la que acababa de salir Rina Lowell, la mujer a quien acababa de besar bajo una rama de muérdago.
Le habían dado una oportunidad inesperada, y dado que se sentía atraído por Rina, había aprovechado la ocasión de besarla. Pero, ahora, pensaba que no debía haberlo hecho. Colin tenía intención de llegar a Corinne a través de la joven, pero no pretendía aprovecharse de ella. Sobre todo, porque su carrera profesional estaba en sus manos.
Mantener una relación con ella le crearía un conflicto de lealtades, aunque no dudaba de quién saldría ganando. Ya le había fallado una vez a Joe y no iba a fallarle de nuevo. Pero cuando había tenido a Rina entre sus brazos, ni siquiera se había acordado del periódico.
Se encontraba en una posición inesperada. No esperaba sentirse completamente seducido. Y desde el momento en que había entrado en la redacción, justo cuando ella jugaba a contonearse, se había sentido profunda y totalmente seducido. Hasta el punto de que permaneció allí, observando la escena y contemplando su conversación con Emma sin decir nada.
Aquella mujer lo excitaba, lo hechizaba con su combinación de belleza natural y movimientos eróticos.
Ni siquiera intentó convencerse de que se lo había imaginado todo. El calor, la intensidad y la inesperada conexión que existía entre ellos resultaban innegables. Ella también lo sentía, porque de lo contrario no se habría marchado tan deprisa.
Se frotó las manos en las perneras de los pantalones y gimió. Tras el beso, Rina se había quedado mirándolo con sus grandes ojos marrones, asombrada, sin saber qué hacer.
Aquello lo inquietó y se volvió a sentir culpable por las complicaciones derivadas del asunto de Corinne. Rina le gustaba realmente. No quería mezclar los negocios con el placer, pero todo en Rina estaba relacionado con el placer.