Se dijo que, en cuanto consiguiera sacar a Colin de sus pensamientos, podría concentrarse en sus columnas. Sin embargo, no conseguía dejar de pensar en él. Estaban conectados a un nivel profundo, lo que demostraba que entre ellos había algo más que una atracción sexual.
Al parecer, mantener una relación con aquel hombre podía resultar muy peligroso si no actuaba con cautela.
Un hombre inteligente sabía cuándo debía dejar más espacio a una mujer. Así que Colin tuvo el buen juicio de no acercarse demasiado a Rina hasta el sábado. Además, no quería darle la ocasión de romper la cita y arruinar la ocasión de saber algo más de ella.
Rina había alquilado un pequeño ático. Lo sabía porque Emma le había dado la dirección junto con toda clase de indicaciones para llegar. Emma había comentado:
– Así no te perderás al ir a buscarla. Y en lugar de dar vueltas toda la noche, podrás estar cuanto antes con ella.
A las ocho en punto, Colin llamaba a la a puerta del apartamento de Rina. Entonces, oyó un ladrido, y acto seguido, la voz de Rina.
– Norton, siéntate y no ladres.
Rina abrió, pero antes de que pudiera verla, el perro salió y se puso de patas sobre él.
– Norton, baja de ahí -ordenó ella.
Norton obedeció.
– Lo siento. Suele comportarse bastante mejor.
Colin rió.
– Es un animal precioso.
– Sí, Robert ya lo tenía cuando lo conocí. Pero ahora es mío -comentó con tristeza.
Sin poder evitarlo, Colin sintió celos. No recordaba cuándo había sentido celos por última vez, pero desde luego no había sido con Julie.
Se preguntó quién sería ese Robert, y si lo habría dejado en Nueva York.
– ¿Quién es Robert?
– Mi marido.
– ¿Estás casada? -preguntó, asombrado.
– Lo estaba, pero él murió. Supongo que todavía no me he acostumbrado a definirme como viuda.
Aquello lo sorprendió aún más.
– Oh, lo siento…
– No te preocupes. Ha pasado mucho tiempo.
El perro se acercó de nuevo a Colin y comenzó a olerlo.
– Deberías tener cuidado -dijo ella-. Es muy caprichoso cuando no le gusta alguien.
Colin rió aunque dio un paso atrás de todas formas. Pero Norton lo siguió y se frotó contra una de sus piernas. Le había caído bien, así que él lo acarició en la cabeza.
– Norton, pórtate bien… -ordenó su ama.
Rina lo miró y él aprovechó la ocasión para observarla con más detenimiento. Había cambiado aún más. Se había quitado las gafas y ahora podía contemplar sin obstáculos aquellos ojos que tanto le gustaban.
– Espero que no te importe, pero tengo que sacar a Norton antes de marcharnos. Me vestiré para ir a la fiesta en cuanto regresemos. La lavadora se estropeó y tuve que ir a la lavandería, así que no he tenido tiempo para cambiarme.
– No hay problema, te acompañaré.
Un buen rato más tarde, regresaron a la casa. Habían estado tanto tiempo afuera, que Colin estaba helado.
– Lo has hecho a propósito, ¿verdad? -afirmó él.
– ¿A qué te refieres?
– Me has pedido que te acompañara a sacar al perro porque sabías que hace un frío terrible y que me quedaría helado -dijo con ironía.
De todas formas, le había encantado pasear con ella. Ahora la conocía más y se sentía aún más cerca de la joven.
– Sólo quería que te divirtieras un rato con Norton. La verdad es que a mí me ayuda mucho su compañía -dijo ella con una sonrisa-. Es muy peculiar. Al igual que tú, detesta el frío, y cuando el tiempo empeora, siempre intenta meterse en las casas de los demás.
– Y entonces, los paseos con él se hacen más largos…
– Yo no he dicho eso.
– No hace falta. Ya me he imaginado que querías que te acompañara porque el paseo iba a ser muy largo.
– Mi hermano siempre dice que llego tarde a todas partes, así que no creerás que he alargado el paseo a propósito…
Sin embargo, a Colin le bastó con mirarla para saber que estaba mintiendo. Lo había hecho totalmente a propósito, y curiosamente, deseó besarla con más fuerza que antes.
– ¿Qué te parece si te cambias para que podamos marcharnos?
Colin lo preguntó para que se alejara de él. Temía que, de no hacerlo, sería incapaz de contener sus impulsos y terminaría besándola sobre el sofá.
– De acuerdo. Estaré lista en cinco minutos.
– Nunca he conocido a una mujer que tarde tan poco tiempo en cambiarse de ropa. Sobre todo, cuando admite que suele llegar tarde.
Rina rió.
– Pues espera y verás. Te dejo a Norton para que te acompañe…
El hombre tuvo que hacer un esfuerzo para no imaginarse a Rina cambiándose de ropa en la habitación contigua. No quería excitarse demasiado porque tenían que ir a la fiesta, y una erección impediría que pudiera caminar con normalidad. Así que se concentró en el perro. Estaba jadeando y supuso que tendría sed.
– Imagino que hay agua en alguna parte…
Colin se levantó y se dirigió a la cocina. Norton lo siguió y, tal y como había imaginado, descubrió que tenía un bol con agua en el suelo. Acto seguido, regresó al salón y echó un vistazo a la casa.
En las estanterías había muchos libros de misterio, cosa que no le extrañó demasiado, puesto que ella misma era un enigma. También descubrió una foto enmarcada en la que aparecía un hombre de pelo oscuro con una mujer rubia. Como él tenía rasgos parecidos a los de Rina, imaginó que era su hermano Jake y que la mujer era su esposa.
En otra de las fotografías aparecía una pareja de edad más avanzada, que supuso serían sus padres. Y finalmente había una tercera de Rina con su perro Norton.
El mismo tenía varias fotografías de su familia en casa, y le alegró saber que compartía con ella el gusto por esas cosas. Además, no le pasó desapercibido el hecho de que no hubiera ninguna fotografía de su difunto marido, y se preguntó por qué. Pero entonces vio que sobre una de las mesas había una pequeña fotografía enmarcada.
Se acercó, la tomó y vio un hombre muy atractivo, vestido con traje y corbata. Aquello le pareció extraño, porque nunca habría imaginado que a Rina le gustaran ese tipo de hombres, pero tampoco había imaginado que tendría un perro. Obviamente, y en lo tocante a aquella mujer, debía acostumbrarse a las sorpresas.
Acababa de dejar la fotografía en su sitio cuando Rina entró en el salón. Colin la miró y su libido lo traicionó de inmediato.
Mientras él se había decantado por una indumentaria corriente, con un jersey y una chaqueta, Rina había optado por algo muy diferente. Llevaba zapatos negros, pantalones de vestir de idéntico color, una blusa blanca con tirantes y corbata de lazo roja. No se podía decir que en principio fuera nada muy elegante, pero sin embargo resultaba extrañamente sexy.
– Tenemos que marcharnos -dijo ella, mirando el reloj-. ¿Lo ves? He tardado veinte segundos menos del tiempo que te había dicho.
– Y has hecho un gran trabajo en esos cinco minutos…
– Bueno, gracias. Tú tampoco estás mal.
Colin la tomó del brazo y entonces notó lo que había cambiado en ella.
– Tu pelo…
– Sigue en su sitio, ¿no? ¿O es que me he quedado calva y no me he dado cuenta? -bromeó ella.
– No, pero ahora que lo llevas suelto me parece mucho más corto de lo que parecía ser cuando te lo recogías en una coleta.
– Es el arte de la ilusión, Colin. Las mujeres somos maestras en eso. Pero me agrada que te gustara la extensión que me puse…
– Sí, me gustó mucho -dijo.
– Mentiroso… No te gustaba. Te encantaba esa coleta. A los hombres les encanta el pelo largo. Forma parte de sus fantasías.
– ¿Y quién dice eso? -preguntó cruzándose de brazos.
– Lo publican en todas las revistas femeninas.
– ¿Ah, sí? Y entonces, ¿por qué me gusta más tu pelo?