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Los chicos del barrio, poco sensibles a los esfuerzos decorativos del diseñador de la parada, habían pintarrajeado torpes graffiti en todas las paredes, unos con tiza y otros con pintura. Tras ellos hubo alguien que realizó un gran esfuerzo por borrar esas huellas en buena parte, pero algunas palabrotas testarudas, algunos insultos personales, seguían siendo muy legibles. Heather estuvo inspeccionando estas últimas inscripciones detenidamente.

– ¿Sabes si…? -comenzó a decirle a su hermana.

– Déjame en paz -contestó Sunny sin dejarla terminar.

– Oh.

Heather soltó la exclamación como si sintiera pena por su hermana.

– Los niños del autobús me odian por culpa de la discusión.

– Pero si no viven por aquí, ¿no? -dijo Heather-. Y los graffiti los han pintado los chicos del barrio, me parece.

– Soy la única alumna de Rock Glen en toda esta zona. Los demás son más pequeños o mucho mayores. Recuerda que el problema era ése. «Nosotros tenemos el derecho, ellos tienen la fuerza.» La mayoría manda.

Se trataba de una aburrida historia familiar en la que Heather no había participado, así que se olvidó de su hermana, se sentó en el banco, abrió el bolso y examinó su contenido canturreando en voz bajita. Faltaban aún quince minutos para que llegara el autobús, pero Sunny quiso llegar a la parada muy pronto por miedo a perderlo.

La batalla en torno a la ruta del autobús provocó el primer choque de Sunny con la injusticia, una lección en la que el dinero les había ganado la partida a los principios. La mayoría de los alumnos del colegio de Sunny vivían en la parte alta de Forest Park Avenue, más allá de Garrison Boulevard. Sin embargo, debido a que en Baltimore había libertad para inscribir a los niños en cualquier colegio, en lugar de quedarse en la escuela más próxima a ese trozo de Forest Park, que era una escuela de negros al cien por cien, sus padres habían preferido inscribirlas en la de Rock Glen, que se encontraba en el suroeste de la ciudad y que tenía aún un alumnado mayoritariamente blanco. Debido a esto crearon un servicio de autobús privado, que pagaban los padres de los alumnos. La parada de Sunny, el pequeño refugio de Forest Park Avenue, era la última parada del autobús cada mañana, y la primera cada tarde. Durante dos años, a todo el mundo le pareció una buena solución. Hasta que de repente cambiaron de idea.

El verano anterior, los padres de los alumnos que vivían al final de la ruta empezaron a quejarse y decir que el recorrido que tenían que hacer sus hijos se acortaría mucho si se suprimía la parada situada al comienzo de la avenida, que solamente utilizaba Sunny. «Solo por ésa -decían-. ¿Por qué tenemos que aguantar tantos inconvenientes por una sola alumna?» Amenazaron con dejar de utilizar esa empresa de autobuses si no suprimían esa parada, dijeron que esa empresa «ya se las arreglaría con una alumna sola», que no iba a poder pagar ella sola esa ruta diferente, por supuesto. Los padres de Sunny se mostraron escandalizados, pero no podían hacer nada.

Si pretendían seguir utilizando ese autobús, lo cual les resultaba imprescindible ya que trabajaban los dos, no les quedaba otro remedio que buscar una solución de compromiso: aceptar que se invirtiese el recorrido de la ruta escolar todas las tardes. De modo que finalmente lo que ocurrió fue que todas las tardes Sunny veía cómo el autobús pasaba de largo muy cerca de la manzana donde estaba su casa, se dirigía primero al final de la ruta e iba dejando a los alumnos empezando por el más lejano al colegio, para luego ir regresando poco a poco a Forest Park Avenue y dejarla a ella en último lugar. Dado que sus familias habían ganado la batalla, los demás alumnos habrían podido mostrarse amables con ella, pero Sunny descubrió que el mundo no funcionaba así. Y como los padres de Sunny habían calificado de racistas a los de los demás estudiantes, éstos se mostraron muy antipáticos con ella. Uno de los chicos mayores la insultó con una palabra que ella no entendía, un calificativo que atribuía tanto a sus padres como a ella. «Sois una pandilla de izquierdistas.» Sunny entendía que quería decir que fueran zurdos, en realidad no sabía qué significado le daba el chico a esa palabra, que no había oído nunca, sólo que sonaba terrible.

El sistema de transporte público, a diferencia de lo que había ocurrido con la empresa Mercer de autobuses privados, no se dejaría impresionar por presiones como las que estaban soportando los Bethany. Si con transporte público se tardaba veinticinco minutos en llegar a Security Square, incluyendo las paradas, el regreso sería exactamente igual. El sistema público seguía una política «igualitaria», una palabra que Sunny había oído pronunciar a su padre y que le gustaba mucho. Le sonaba a «todos para uno y uno para todos», como Los tres mosqueteros, la película de Michael York. Así que sus padres habían decidido que el curso siguiente, cuando Sunny empezase a estudiar en el Instituto Western, iría allí usando el transporte público en lugar del escolar, y aprovecharía los cupones gratuitos que daban a los estudiantes en paquetes mensuales. Para que fuese preparándose para ir al instituto en autobuses regulares de transporte público, sus padres permitieron que Sunny comenzara a ejercitarse realizando viajes más cortos en una línea normal de autobuses, y le permitían que fuese hasta Howard Street, donde se encontraban los grandes almacenes más importantes del barrio antiguo de Baltimore. Por eso a Sunny se le había ocurrido la idea de ir en autobús urbano al centro comercial de Security Square, y por eso no se le había ocurrido decirle a nadie que pensaba hacerlo. Al fin y al cabo, ya se había convertido en una veterana del servicio de transporte público.

Heather, en cambio, no había subido nunca a uno de esos autobuses y estaba inquietísima en el banco de la parada esperando que llegase el momento. Agarraba las monedas del billete en una mano mientras con la otra sostenía muy fuerte su bolso nuevo. Sunny también llevaba un bolso de la tienda de su padre, un bolso de macramé, pero no se los daba gratis, por mucho que otros niños pensaran que era así. A veces se trataba de un regalo, como en el caso del bolso de Heather, pero cuando no era así su padre esperaba de ellas que pagasen el precio normal de venta al público de lo que fuese, y les decía que sus «márgenes» no le permitían hacerle ningún descuento a nadie. Eso de «márgenes» recordaba a Sunny las clases de mecanografía, que suspendía siempre, aunque no por culpa de los márgenes. El problema radicaba en que, cuando les hacían realizar ejercicios cronometrados, cometía tantos errores al querer correr que finalmente el número de palabras por minuto que conseguía era muy bajo. En cambio, cuando no la cronometraban, mecanografiaba muy bien.

Sunny se preguntaba por qué sus padres se empeñaban en que comenzase las clases de mecanografía tan pronto, como si pensaran que iba a tener que ganarse la vida como mecanógrafa. Ya llevaba un par de cursos teniendo la sensación de que ese empeño de sus padres por desviarla de lo que solían hacer sus demás compañeros de curso acabaría perjudicándola, haciendo que su futuro descarrilase antes de empezar, porque estaba perdiéndose estudios y opciones que otros tenían. Cuando era una cría, los abuelos le regalaron una caja con un equipo de enfermera. En cambio, a su hermana pequeña le tocó un equipo de «doctor». Cuando le regalaron el equipo de enfermera le pareció que era lo mejor del mundo, pues al fin y al cabo en la caja había un dibujo de una niña con el uniforme de enfermera, mientras que en el de médico el dibujo era de un niño. Sunny le tomó el pelo a Heather. «Eres un chico», le decía. Pero le quedaba una duda: ¿no era mucho mejor ser doctor que enfermera?, al menos, que la gente pensara que podías llegar a ser todo un doctor. Su padre insistía siempre en que cuando fuesen mayores podían ser lo que ellas quisieran, pero Sunny nunca estuvo convencida de que lo pensara de verdad.