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– ¿La de quién? -preguntó Kay, y las otras dos mujeres la miraron como si fuese una extraterrestre.

Gloria se acercó a la cama.

– El problema más acuciante ahora mismo es que la policía sigue insistiendo en que debes facilitarles el nombre y la dirección exactos que figuran en tu permiso de conducir. Si no lo haces, lo aprovecharán para encerrarte en relación con el accidente de coche. Por ahora he conseguido convencerles de que para ellos eres mucho más valiosa como testigo presencial de un caso célebre que como acusada de un accidente de circulación que en realidad no fue culpa de nadie. Pero están cada vez más inquietos.

«Tenemos que darles algo de comer, algún dato que sacie su hambre de momento. Y una cosa, Heather, ¿cuánto tiempo hace que no eres oficialmente Heather?

– Heather desapareció hace treinta años. La última vez que cambié de nombre fue… hace dieciséis años. Es la vez que he estado más tiempo sin cambiar. He sido quien soy ahora más tiempo que ninguna otra de mis identidades.

– ¿Penelope Jackson? -preguntó Kay, a sabiendas de que ése era el nombre que facilitó el policía de tráfico cuando Heather fue ingresada en el hospital el martes por la noche.

– No -dijo Heather en tono cortante, abriendo mucho los ojos-. No soy Penelope Jackson, ni siquiera conozco a ninguna Penelope Jackson.

– Entonces, cómo fue…

Gloria alzó la mano para impedir que Kay siguiera interrogándola, y al hacerlo era imposible no ver el malísimo estado de su manicura, lo poco que brillaban los diamantes de su anillo. Para que un diamante pareciera poco brillante a los ojos de Kay, pensó ésta, la cantidad de porquería que debía de llevar acumulada tenía que ser enorme.

– Confío en ti, Kay. Y necesito tu ayuda. Pero has de respetar ciertos límites. Hay cosas que, de momento, deben quedar entre Heather y yo. Suponiendo, y fíjate bien que digo «suponiendo», y que por tanto lo que voy a decir es especulativo, suponiendo que Heather hubiese obtenido su actual identidad de manera ilegal, diré que tiene derecho a proteger esa información de acuerdo con la Quinta Enmienda: nadie tiene por qué auto incriminarse. Ella trata de proteger su forma de vida, y yo trato de proteger sus derechos.

– Entendido, pero sin la información adecuada es más difícil ayudarla.

Gloria sonrió, pero sin ceder un ápice.

– Mira, Kay. No necesito que pongáis otra silla en esta habitación. Lo que necesito es que me proporciones un lugar donde Heather pueda alojarse mientras resolvemos esta situación. Necesito alojamiento y, tal vez, ayuda económica financiada por la administración, sólo a corto plazo.

Kay no se tomó la molestia de preguntarle a Gloria por qué no le prestaba ella misma dinero a su cliente ni por qué no se la llevaba a su propia casa. Cosas así eran anatema desde el punto de vista de la abogada, que ya había violado sus criterios habituales al aceptar la defensa de un caso sin que le adelantaran un buen fajo de billetes.

– Tu información es un poco antigua, Gloria. No ha habido ayuda económica de ninguna administración de Maryland para adultos solteros desde… mierda, al menos desde comienzos de los años noventa. Y para tener derecho a cualquier clase de ayuda necesitas papeles. Certificado de nacimiento. Tarjeta de la Segundad Social.

– ¿No hay algún sistema de protección a las víctimas? ¿No hay ninguna asociación de ayuda a las víctimas donde podamos enchufar a Heather?

– Las hay, pero no proporcionan ayuda económica, sino psicológica.

– La policía cuenta con eso -dijo Gloria-. Heather Bethany no tiene dinero, no tiene adonde ir… como no sea la cárcel. Y para impedir que la metan en la cárcel tiene que revelar dónde estaba viviendo, a qué se dedicaba. Y eso es justamente lo que Heather no quiere hacer.

– En este momento, la vida que me he fabricado es todo lo que poseo -corroboró Heather.

– Pero mantener eso tal cual no va a ser posible -dijo Kay.

– ¿Por qué? -Heather hizo una pregunta infantil en tono infantil.

– Porque -contestó Gloria- el caso Bethany es muy famoso y estará rodeado de mucha publicidad.

– ¡Pero si ya te he dicho que no quiero volver a ser esa niña!

Kay no pudo evitar que le asaltara el recuerdo de los típicos programas de reality show en las televisiones, los casos espectaculares que absorbían la atención de todo el país. Y ése iba a ser uno de ellos.

– Pero, Heather, ¿de verdad no quieres ser quien en realidad eres?

– Lo que no quiero es tener que volver a la vida que con mucho trabajo he conseguido organizarme y que de repente todo el mundo comience a tratarme como si fuese una atracción de feria, la chica del día: la novia que se largó la noche de bodas, la mujer que andaba haciendo jogging por Central Park y a la que todo el mundo reconocía de repente… Mira, no sabes lo que me ha costado tener una vida de la que pueda decirse que es semi normal. Me arrancaron de mi familia cuando era una niña. Vi cosas… No pude terminar mis estudios, estuve años cambiando de trabajo hasta encontrar un empleo que me gustara, un puesto de trabajo que ahora, por fin, me permite vivir de una manera normal, con la normalidad que la gente no tiene que conquistar, sino que da por supuesta.

– No te lo tomes a mal, Heather, pero podrían surgir para ti oportunidades económicas increíbles, si decides aceptarlas, en su momento. La historia de tu vida vale una fortuna. -Gloria lo dijo con una sonrisa irónica-. Yo al menos doy por supuesto que es así. Te he creído cuando decías que eres la que dices ser.

– Y lo soy. Pregúntame sobre mi familia, lo que sea. Dave Bethany, hijo de Felicia Bethany, abandonada por su esposo al comienzo de la vida conyugal. Trabajó de camarera en el restaurante Pimlico, y siempre le gustó que la trataran como a una jovencita, incluso cuando comenzaron a pasar los años. Se retiró y se fue a vivir a Florida, en la zona de Orlando. Íbamos cada año a visitarla, pero jamás entramos en Disneyworld porque mi padre detestaba los parques temáticos. Papá nació en 1934 y murió, me parece, en 1989. Ése es al menos el año en el que cortaron su línea de teléfono. -A partir de ahí avanzó rápidamente, como si temiera que comenzaran a hacerle preguntas o que alguien dijera algo-. He estado al corriente de ciertas cosas, por supuesto. Mi madre debió de morir también, porque de Miriam no hay ni rastro. Tal vez sea porque nació en Canadá. En cualquier caso, no hay ningún dato registrado sobre ella actualmente, al menos no he podido encontrarlo. Por eso supuse que había fallecido.

– ¿Era canadiense? -repitió Kay como un eco tonto.

Pero al mismo tiempo Gloria alzó la voz para decir:

– Tu madre vive, Heather. El inspector que trabaja en el caso parece estar convencido de que está viva todavía. Hace cinco años vivía en México, y están buscando su pista en este momento.

– ¿Dices… que mi madre vive? -El choque de emociones que salió a la superficie en el rostro de Heather era bellísimo, como un trueno estallando en mitad de una tarde pacífica de pleno verano, de esos que hacían exclamar a ciertas ancianas «seguro que el diablo está azotando a su mujer».

Kay no había visto tales extremos de alegría y dolor, pugnando por coexistir en un mismo sitio. Era fácil comprender la alegría. La pobre Heather Bethany, convencida de que era huérfana, tras haberlo perdido todo, excepto un nombre y una historia de sucesos. ¡Y su madre estaba viva! Ya no estaba completamente sola en el mundo.

Y sin embargo había también ira en su expresión, escepticismo de alguien que jamás se fiaba de nadie.

– ¿Seguro? -preguntó Heather-. Dices que vivía hace cinco años, en México… Pero ¿sigue viva, estás segura del todo?

– El inspector que trabajó originalmente en el caso parece estar convencido. Pero es cierto que aún no la han localizado.