Выбрать главу

Los reporteros de los diarios, el último grupo que hizo la peregrinación ese día, no se quejaron de la idea de utilizar las fotos de colegio de las niñas que tanto habían sido difundidas hasta ese momento, pero se empeñaron en tomar un retrato de Miriam y Dave sentados y con los retratos de las colegialas puestos en la mesa del té, justo delante de ellos dos. Dave temía horrores ver esa imagen en la portada de los diarios al día siguiente: la torpeza de su brazo cruzado sobre los hombros de Miriam, la distancia entre sus dos cuerpos, los rostros mirando cada uno a un lado.

– Sé que hubo una petición de rescate, la primera semana -dijo el periodista del Beacon, el diario de la mañana-. Y resultó que la llamada la hizo un impostor. ¿Ha habido situaciones similares durante este año que ya ha transcurrido?

– No sé… -dijo Dave mirando a Miriam, pero ella se negaba a hablar a no ser que la forzaran a hacerlo.

– No pretendo que diga nada que pueda perjudicar la investigación.

– Sí, hubo otras llamadas. No pedían rescate. Eran más bien… desafiantes. Llamadas obscenas, aunque no quiero decir obsceno en el sentido normal del término. -Dave se llevó la mano al mentón, estaba dejándose crecer, o intentándolo, la barba, y miró a Chet, que fruncía el entrecejo-. Mire, será mejor que no escriba eso. La policía llegó a la conclusión de que no era más que algún crío medio enfermo. No era nadie que nos conociera a nosotros, ni a las niñas. Esa llamada no tuvo ningún sentido.

– Claro -dijo el periodista del Beacon, asintiendo con la cabeza en un ademán de simpatía. Tenía unos cuarenta años, había sido corresponsal en Vietnam y también en otras corresponsalías de su diario en el extranjero: Londres, Tokio, Sao Paulo.

Había sido el primero en llegar y se las arregló para darles toda esa información acerca de sí mismo aprovechando las presentaciones del principio. Como si aquellas credenciales pudieran suponer un consuelo para ellos, pensó Dave, como si demostraran que el diario pretendía que la información fuese escrita por un profesional competente. Y sin embargo a Dave le dio la sensación de que aquel periodista trataba de encontrar alguna clase de consuelo, algo que realzase la importancia de la misión que le habían encomendado. Como si pensara que la historia de las niñas desaparecidas no estaba a la altura de las guerras y la política internacional. Parecía un hombre dado a la bebida, porque tenía muchas venillas rotas en la punta de la nariz y un tono rojo enfermizo en las mejillas.

– Y hablando de la petición de rescate que sí se produjo, la llamada desde el hotel War Memorial Plaza… ¿llegó a saberse quién hizo esa llamada? -Esta vez hacía la pregunta la periodista del Light, pequeñita y animosa. Con aquella minifalda y su peinado juvenil, parecía recién salida de la universidad.

«Hace jogging», pensó Dave, viendo los poderosos gemelos apretados contra las patas de la silla de respaldo muy recto. El propio Dave corría desde principios de año, aunque no era a consecuencia de una de esas resoluciones que se toman en esas fechas. Cierto día, como si le convocaran unas voces invisibles, se levantó, se calzó unas zapatillas deportivas y se fue a Leakin Park y se puso a dar vueltas por la zona que rodea las pistas de tenis y la de atletismo. Corrió hasta la mansión Crimea, la casa veraniega que hizo construir la misma familia de ferroviarios que creó la línea de tren B &O, cerca de la capilla que sus hijas solían decir que estaba hechizada. Era capaz de correr cada día unos siete kilómetros, pero se lo pasaba mejor haciendo jogging al comienzo, cuando le costaba mucho y tenía que concentrarse en su entrecortada respiración. Ahora, en cambio, ya podía alcanzar el ritmo cardíaco del atleta en pocos minutos y su mente flotaba libremente, y siempre terminaba en el mismo lugar.

– No, no… No hay ninguna novedad, lo siento. Ha pasado un año y no hay nada nuevo. Lo siento. Hemos decidido hablar con ustedes porque tenemos la esperanza de que sus informaciones despierten algún recuerdo de alguien, que las lea una persona que posea algún dato… Lo siento.

Miriam le lanzó una mirada que solamente un cónyuge podía interpretar: «Deja de pedirles disculpas.» «Lo haré-respondieron los ojos de Dave-, en cuanto tú empieces a decir algo.»

No pareció que los periodistas se enterasen de nada. ¿Les había tal vez contado Chet -off the record, naturalmente- todos los secretos de la familia, para después convencerles de que no tenían relación alguna con la desaparición de las niñas? Dave sentía casi deseos de que saliese todo a la luz. Cuando estaba bien, sabía que no había sido culpa de Miriam. Daba lo mismo dónde hubiese estado Miriam ese día, fuera enseñando una casa en venta, o esperando en Algonquin Lañe, o en un motel, en un motel, en un jodido motel… nada le habría permitido salvar a las niñas. Por otro lado, él mismo se había pasado media tarde en un bar, pese a que al final reunió las fuerzas necesarias para ir a recoger a las niñas a tiempo, pues se plantó en el centro comercial con apenas cinco minutos de retraso. Aún le dolía el pecho recordando cómo se había sentido esa tarde. Sintió ira primero, pensando que las niñas se estaban retrasando, demostrando una terrible falta de consideración. Pánico después, pero fue un pánico tranquilo, animado por la idea de que enseguida pasaría el susto y podría ponerse furioso otra vez. Cuando transcurrieron tres cuartos de hora sin que apareciesen, fue a consultar a los agentes de seguridad del centro comercial, y todavía recordaba con afecto al guardia bastante obeso que recorrió con él los pasillos del centro, sin dejar de mencionar las muchas posibilidades de que no hubiese pasado nada grave. «Seguramente se habrán ido solas en el autobús. A lo mejor se han metido en uno de esos grupos que recorren todo el centro con un guía. Puede que la madre o el padre de alguna amiga se las haya llevado a casa en su coche creyendo que llegarían a tiempo de avisarle por teléfono a usted, llamando a su tienda.»

Dave se agarró a las palabras del guardia de seguridad como si se tratara de una promesa, y salió corriendo hacia casa en la furgoneta Volkswagen, convencido de que encontraría allí a las niñas, pero sólo estaba Miriam. Qué extraño encontrarla allí, tratar de consolarla, dejando al margen el hecho de su infidelidad, un asunto que repentinamente parecía carecer de importancia. Miriam estuvo muy tranquila, llamó a la policía, aprobó la idea de que Dave volviese al centro comercial y las siguiese buscando mientras ella permanecía en casa por si se presentaban allí. A las siete de la tarde estaban seguros de que las niñas se presentarían. No resultaba sencillo explicar de qué modo esa expectativa, esa esperanza -aquello a lo que tenían derecho, o eso les pareció- se había ido esfumando. Las emociones no eran lineales, sino que la falta de una respuesta definitiva hacía que la imaginación de Dave saltara y brincara, fabricase respuestas disparatadas. Si era una historia típica de opereta, ¿por qué no iba a terminar como una opereta? Amnesia simultánea, la aparición de un excéntrico multimillonario griego que se había llevado a las niñas de Dave a vivir a un castillo de Baviera. ¿Por qué no?

Puede que Miriam hubiese cometido una falta muy grave, pero era Dave quien había autorizado a las niñas a que fuesen esa tarde al centro comercial, y aunque Miriam le decía una y otra vez que él no había cometido ninguna equivocación, Dave seguía por dentro echándole las culpas a ella… Dave había estado despistado, ansioso. Aunque pensaba que el problema era su preocupación por la mala marcha de la tienda, también en el fondo supo que se había dado cuenta de que algo pasaba en la relación conyugal, porque sin tener conciencia de ello llevaba tiempo notando señales que no había sabido traducir. Si hubiese estado más presente ese día, en el sentido de más centrado en sus hijas, sin duda se habría dado cuenta de que eran demasiado pequeñas para concederles aquella libertad. Era a causa de Miriam, que le había desconcentrado.