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– No lo soy -dijo Sunny-. No he sido…

Stan Dunham alzó la mano y Sunny calló.

– No será fácil que tus padres lo vean de otra manera. ¿Lo entiendes, verdad? Los padres son también seres humanos. Aunque no deseen odiarte, te odiarán. Lo sé, yo soy padre.

Sunny agachó la cabeza., se había quedado sin argumentos.

– Permíteme, Sunny, te llamas Sunny, ¿verdad?, permíteme que te lo explique tal como yo lo veo. Tony y tú habíais concebido un plan, aunque me parece que Tony no sabía que una chica de quince años no puede contraer matrimonio sin el consentimiento escrito de los padres, al menos en este estado. -Lanzó una mirada severa a su hijo-. Pero ése era vuestro plan, y vamos a organizar las cosas de modo que ese plan se pueda cumplir. Es una actitud honorable: hacer lo que uno ha dicho que pensaba hacer. Te vendrás a vivir con nosotros, bajo un nombre supuesto. Y en casa podrás ser la esposa de Tony, tal como deseabas. Os permitiré que tengáis una habitación para vosotros solos, no me opondré. Fuera de casa tendrás que seguir yendo al colegio, Sunny, al menos durante algún tiempo, bajo otro nombre. Y cuando tengas la edad adecuada, podrás casarte con todas las de la ley. Ya lo arreglaré yo para que podáis hacerlo. Ya lo arreglaré todo. Os doy mi palabra.

Y dicho esto cogió en brazos a Heather, como si fuese un padre cogiendo a su hija dormida, encajó su cabeza en el hueco sobre su hombro, y se la llevó al coche en el que había llegado, diciéndole a Sunny que le siguiera. Y, sorprendiéndose a sí misma, Sunny hizo lo que él le decía, y entró en el coche y así entró en una nueva vida, en otro mundo en el que dejaría de ser la chica que había sido la causante de la muerte de su hermana. A Tony le dijo su padre que se quedara y limpiara la habitación, que pasara la noche allí de acuerdo con su plan inicial, para evitar de esta manera que los encargados del motel sospecharan que en la habitación 249 podía haber ocurrido algo grave. «Tony no tenía ni la menor intención de casarse conmigo», se dijo Sunny, sentada en el coche de Stan Dunham, con el cadáver de su hermana en el maletero. Tony pensaba llevarla a ese feo motel de la carretera, acostarse con ella, devolverla luego a casa, y confiar en que la vergüenza que iba a sentir ella impediría que les contara nada a sus padres ni a nadie.

Probablemente hubiera sido todo así. Al regresar a la casa de Algonquin Lañe ella se hubiese inventado cualquier excusa que sirviera para explicar su desaparición durante todas esas horas. Pero sin Heather ya no podía volver a casa. En eso el señor Dunham tenía razón. Jamás la perdonarían. Jamás se lo perdonaría a sí misma.

Le pusieron de nombre Ruth, dijeron a los vecinos que era una prima lejana, de la que sólo habían tenido noticias cuando un incendió acabó con toda su familia. Fuera de la casa no era más que eso, una prima lejana que podía enamorarse o no del primo al que acababa de conocer, pero desde el día en que cruzó el umbral de esa casa, una vez dentro se convirtió en la esposa de Tony. Compartió con él la cama, y enseguida supo que eso era algo que no le gustaba. La dulzura de las palabras de Tony, los miramientos de los meses del autobús, terminaron al punto, para ser reemplazados por unas urgencias, una actividad sexual que llegaba al borde de la brutalidad, y que se caracterizaba sobre todo por ser brevísima. Cuando sentía nostalgia de casa, cuando se atrevía a decirse a sí misma que tal vez lo mejor sería volver con los suyos, que tenía que haber una manera, Stan Dunham le decía que se olvidara de esa idea, que ya no tenía una familia ni una casa. Que sus padres se habían peleado y separado. Que su padre era un fracasado, y su madre, una adúltera. Además, Sunny se había convertido ahora en cómplice de una muerte, en alguien que había contribuido a ocultar un crimen, y que si contaba algo la acusarían de todo eso.

– He sido policía muchos años -dijo Stan Dunham-. Estoy al corriente del avance de las investigaciones. Te irá mejor si sigues con nosotros.

A Sunny no se le escapaba un detalle importante, que los Dunham representaban la clase de familia «normal» a la que ella había anhelado pertenecer durante muchos años. Con un padre que tenía un trabajo de verdad, y una madre que se quedaba en casa y hacía pasteles en el horno, y que solía ponerse un delantal para llevar a cabo sus labores. Irene Dunham parecía tener más delantales que vestidos, y todos los días laborables cocinaba pasteles. Le decía a Sunny que hacía unos hojaldres famosos en la zona, y presumía de sus habilidades culinarias hasta extremos que en otras mujeres solía criticar con saña. Sin embargo, aunque hubiese incluso ganado muchos premios con ellos, aquellos pasteles se convertían en polvo inmasticable una vez en la boca de Sunny, y nunca jamás se acabó ni siquiera una ración. A Irene Dunham le importaba muy poco lo que Sunny hiciera o dijera, pensaba que toda la culpa de lo ocurrido era de ella, y siempre defendía a su hijo, hiciera lo que hiciese.

Cuando Sunny se fue haciendo algo mayor, a veces trató de decirle que no a Tony cuando él pretendía acostarse con ella, y entonces él le pegaba, una vez le dejó un ojo amoratado, otra le dislocó la mandíbula, y a menudo le daba tales puñetazos en el estómago que Sunny creyó que jamás podría volver a respirar. Y una vez, la última, a punto estuvo de matarla. Es cierto que eso ocurrió después de que ella le diera con el atizador de la chimenea, el mismo atizador que Sunny utilizó para romper la cabeza de porcelana de las muñecas de Irene.

Eso ocurrió en su noche de bodas oficial.

Era casi medianoche, y los Dunham viejos ya dormían, como de costumbre, pero en esa ocasión no pudieron seguir ignorando el ruido procedente de la habitación de Tony. Irene Dunham corrió a socorrer a su hijo Tony, pese a que apenas tenía un arañazo en la mejilla, consecuencia del único golpe que ella consiguió darle antes de que él le arrancara el atizador de las manos y comenzara a usarlo para golpearla a ella, y luego a darle patadas. Pero Stan Dunham corrió al lado de Sunny, y en el instante en que él la miró y ella le miró a los ojos, Sunny supo que él sabía lo que pasaba, que lo supo desde un buen principio. Que sabía que su hijo Tony había matado a Heather, que no fue un accidente. Que su hermanita no se había matado al caer de la cama y darse un golpe en la cabeza. Sino que Tony la había golpeado, o tirado al suelo, y le había dado patadas sin parar hasta partirle la base del cráneo. ¿Por qué? ¿Quién sabe? Tony era violento, un hombre lleno de frustraciones. Y Heather era una cría parlanchina que había echado sus planes a perder. Tal vez no había necesitado más motivos que ése. Quizá no habría nunca justificación posible para lo que había hecho.

– Tendrás que irte -dijo Stan Dunham dirigiéndose a Sunny, y aunque la esposa y el hijo de Stan pudieran creer que esas palabras eran un castigo, enviarla al exilio, ella supo que aquel hombre trataba de salvarla.

Al día siguiente él localizó para Sunny un nuevo nombre oficial y le explicó en qué consistía el truco, cómo podía disfrazarse bajo la identidad de una chica muerta y a la que nadie reclamaba.

– Ha de ser alguien nacido más o menos en la época adecuada, y alguien que haya fallecido antes de haber obtenido el número de la Seguridad Social. Necesitas exactamente eso.

Stan Dunham le compró un billete de autobús, le dijo que podía contar siempre con él, y siempre fue fiel a su palabra. A los veinticinco años, cuando decidió que necesitaba aprender a conducir, Stan Dunham fue a verla a Virginia los fines de semana y le enseñó pacientemente aprovechando los circuitos vacíos de las autoescuelas. Y cuando en 1989 se le ocurrió a Sunny que quería tener la formación adecuada para trabajar como técnica en informática, él la ayudó a conseguirlo. Al morir Irene, cuando Stan respiró más tranquilo al no tener que andar evitando la vigilancia de su esposa, también ayudó a Sunny económicamente. No era mucho dinero, pero sí bastante como para que ella pudiera ir pagando los plazos del coche. Y también fue haciendo ingresos en su cuenta de ahorros, que ella había abierto con la idea de algún día poder comprarse un piso de propiedad si los precios de la vivienda bajaban de verdad.