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Solamente el día en que Penelope Jackson se presentó a la puerta de su casa, Sunny supo que también Tony había estado recibiendo ayuda económica de su padre. Y que, estando borracho, le había contado a Penelope la historia del crimen que había cometido, la historia de su matrimonio, y le dijo que jamás permitiría que se alejara de él, le confesó que en el pasado había matado a una chica, y que había conseguido ocultar el crimen con la ayuda de su padre y de la hermana de la chica asesinada.

– Y entonces me arrancó un mechón de pelo -dijo Penelope, mostrándole a Sunny la calva que le había quedado detrás de la oreja. Y luego, dándose un golpecito en un diente agrisado, añadió-: Y esto de propina. El hijoputa me empujó escaleras abajo, y todo porque se me ocurrió replicarle. Al enterarme de que su padre había puesto mucho dinero a nombre de otra mujer, se me ocurrió visitarla, averiguar qué había tenido que aguantar para merecer que los Dunham le pagasen. Porque lo único que Tony Dunham me ha prometido siempre es que si me atrevía a dejarle pensaba perseguirme y darme caza y matarme. Ahora mismo sigue mis pasos. Ayúdeme, o hablaré con las autoridades, les diré lo que sé de usted. Usted encubrió un asesinato, y eso es prácticamente lo mismo que ser un asesino.

Tuvo que dedicar a la tarea tres días casi enteros, pero utilizando los métodos que le había enseñado Stan Dunham encontró otro nombre para Penelope Jackson, y después consiguió los documentos que ella necesitaba para empezar una nueva vida. Y también sacó de su cuenta de ahorros cinco mil dólares y se los dio a Penelope, que enseguida tomó un vuelo en el aeropuerto de Baltimore Washington International con destino a Seattle. Sunny le pidió a Penelope que tomara un vuelo que saliera de otro aeropuerto, el Dulles o el National, pero Penelope quería volar en la compañía Southwest.

– En muy poco tiempo te dan muchos puntos y vuelos gratis. Premio rápido, lo llaman.

De modo que por vez primera en casi veinticinco años, Sunny cruzó el río Potomac y entró en el estado de Maryland, y luego subió hasta el aparcamiento del aeropuerto Baltimore Washington.

– Puedes quedarte con el coche, si quieres -dijo Penelope, aunque a Sunny le pareció una mala idea.

Tendría que explicar que tenía un coche viejo y, encima, con matrícula de Carolina del Norte. Su idea era dejarlo aparcado en el aeropuerto, ir en tren a Washington D.C. y seguir a casa en metro. Pero estaba tan cerca de su casa que al final pensó que no pasaba nada si conducía ese coche unos cuantos kilómetros al norte hasta coger la carretera de vuelta a casa. Cuando se encontraba cerca de la Ruta 1-70 se le ocurrió visitar a Stan, cosa que hasta esa fecha no se había atrevido ni a pensar, por muy enfermo que estuviera, porque si le visitaba tendría que firmar en el libro de visitas, dejar huellas. Pero Penelope le había dicho que el viejo Dunham se encontraba muy mal, padecía demencia, estaba casi muerto. Si no le pedían un documento que la identificase, podía dar cualquier nombre supuesto. También se le ocurrió subir en coche hasta Algonquin Lañe, ver si aquélla era todavía la casa de sus sueños, o un simple chamizo en un oscuro rincón de Baltimore.

Hasta que perdió el control del coche, y de paso perdió el control de su vida, y en medio del pánico y la confusión empezó a decir cosas, para lamentarlo al siguiente instante. «Soy una de las niñas Bethany», llegó a afirmar. Si lo contaba todo, irían a por Tony, la obligarían a reconocer que la muerte de su hermana fue por culpa suya y sólo suya. Además, ¿qué mentiras podía contar Tony, a qué formas de violencia podía someterla? Y decidió echarle las culpas de todo a Stan, sabiendo que a su modo él ya estaba protegido por su propio estado mental y físico, y entonces dijo que era Heather Bethany. Heather, que no había hecho nada malo, como no fuera andar espiando a su hermana mayor. Siempre habían sido muy parecidas, y ella lo sabía todo acerca de la vida de su hermana. Ser Heather iba a ser muy fácil.

En cuanto se enteró de que Miriam estaba aún viva, supo que acabarían sabiendo quién era en realidad. Pero intentó hacer frente a la situación, darles respuestas plausibles con la esperanza de desaparecer antes de que llegara Miriam. Irene había fallecido y Stan se encontraba muy lejos del alcance de la justicia. Si hubiese sabido desde el primer momento que Tony había muerto, no habría dudado en contar toda la verdad. Pero Penelope Jackson se lo ocultó, le dijo que Tony vivía, y que ella necesitaba dinero porque él estaba dispuesto a perseguirla y hacerle la vida imposible por haberlo abandonado. Penelope había prácticamente dicho que era culpa de Sunny que Tony siguiera rondando por ahí y haciendo daño a las mujeres, cosa que era cierta. Si esa noche hubiese llamado a la policía, cuando estaban en el motel… Si se hubiese puesto a gritar y llamar la atención de los demás huéspedes, del encargado… Pero estaba muerta de miedo, se calló, quiso creer que existía una buena manera de no tener que decirles a sus padres que Heather había muerto, y que era por su culpa. «Cuida de tu hermana. Algún día tu madre y yo habremos desaparecido, y vosotras seréis todo lo que la otra tenga», le dijo una vez su padre. No había sido exactamente así.

– Pero… -empezó a decir Miriam, pero le tembló la voz como si se enfrentara a una tarea superior a sus fuerzas, como si tuviese tantas preguntas que hacer, que elegir una sola para empezar no pareciera factible.

Sunny recordó el montón de preguntas que suelen hacer las madres, día sí, día no, «¿Dónde has estado?» «¿Qué has estado haciendo?» «¿Qué ha pasado hoy en clase?» Recordó que comenzó a burlar la curiosidad de su madre al empezar el instituto y conocer a Tony, recordó que en ese momento empezó a aprender a ocultar todas sus emociones y todos sus secretos tras el muro de laconismo propio de la adolescencia. «En ningún sitio. Nada. Nada.» Ahora estaba dispuesta a responder a todo lo que su madre le preguntara, sólo necesitaba que ella supiera qué quería saber. Sunny decidió que lo mejor era brindar información de la manera más sencilla y personal. Justo lo que se había negado a hacer hasta ese momento, creyendo que su historia verdadera era lo último, lo único que era suyo y de nadie más.

– Trabajo en el departamento de informática de una empresa de seguros, en Reston, Virginia. Uso el nombre de Cameron Heinz, pero todos me llaman Ketch.

– ¿Qué nombre es ése?

– Un diminutivo de ketchup… por lo del apellido Heinz, ¿entiendes? Es el nombre de una mujer que murió en Florida, a mediados de los años sesenta, en un incendio. Los incendios son muy útiles. Y quiero volver a ser esa persona, pero también quiero ser Sunny, y vivir contigo, ahora que sé que estás viva. ¿Podría hacer ambas cosas? Hace tanto tiempo que he vivido con otros nombres que no sé si puedo ser quien soy, sin que todo el mundo se entere.

– Existe una posibilidad -dijo Lenhardt- si puede mantener cierto engaño.

– Me parece que ya he demostrado que puedo mantener cierto engaño.

***

Al cabo de dos semanas la policía del Condado de Baltimore emitió un comunicado según el cual unos perros habían descubierto los huesos de Heather Bethany en Glen Rock, Pennsylvania. Una mentira de pies a cabeza, y Lenhardt se divirtió viendo con qué facilidad se tragaron la mentira los periodistas y la gente de Baltimore. Unos perros carroñeros encontrando los huesos de una persona que había muerto hacía treinta años, y cuya identificación se llevó a cabo con presteza y sin dudas, como si no fuese posible que la ciencia engañase, pese a lo escasos que eran los presupuestos estatales dedicados a estas cosas, pese a lo complicado y lento de la burocracia en los últimos tiempos. La policía informó de que se había podido localizar la tumba gracias a las informaciones proporcionadas por una persona cuya identidad se iba a mantener en secreto. Técnicamente, esto último era cierto si se consideraba que Cameron Heinz era una informadora cuya identidad había pedido ella misma que se mantuviera en secreto, y si además no se tenía en cuenta que era la misma Sunny Bethany quien les había dado el dato. Se dijo que la policía logró determinar que el asesino era Tony Dunham, y que sus padres habían conspirado activamente para mantener el crimen en secreto y que tuvieron secuestrada a Sunny, la hermana superviviente. Ésta logró al final huir de esa casa, en una fecha que no se comunicó, y seguía viva, aunque vivía con nombre supuesto. A través de un comunicado leído por Gloria Bustamante, su abogada, Sunny había pedido a la prensa que se respetara su intimidad, y que se le concediera el privilegio del anonimato, como a toda víctima de abusos sexuales. Y manifestó que no deseaba hablar de lo ocurrido. En cualquier caso, dijo Gloria a la prensa, y disfrutando del momento como siempre que tenía ocasión, su cliente vivía en el extranjero, al igual que su madre, la única otra superviviente de la familia.