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– No deberías haber venido.

– Te quiero.

Lola cerró los ojos e intentó evitar que esas palabras penetrasen en su corazón.

– No importa.

– ¿Qué quieres decir con «no importa»? -Como ella no se acercaba a él, él se acercó a ella-. He pasado por demasiadas cosas esta semana como para que me digas que no importa. He estado a punto de morir y, por primera vez, no me ha dado igual.

Max la agarró por los hombros y ella levantó la mirada hacia él. El calor de las palmas de sus manos atravesó el tejido de punto y le hizo sentir escalofríos hasta los codos.

– No me daba igual morir porque te amo.

Ella intentó soltarse, pero las manos de él la retuvieron con firmeza y él la obligó a mirarlo a la cara. Quería que viese la angustia en sus ojos y las arrugas de la frente.

– Cuando me dejaste, estaba tan cabreado que no podía ver nada. Sentía mucha rabia hacia ti y pensé que me había resignado a dejarte marchar. -Max negó con la cabeza-. Pero no pude. Por más que lo intentara, aunque tuviese que saltar en paracaídas de un C-130, no podía concentrarme en la misión que me esperaba. Sólo podía pensar en que te habías ido y que eso me había clavado un cuchillo en el corazón. Entonces caí en el mar y el chaleco no se hinchó. Luché para salir a la superficie, pero el equipo que llevaba pesaba veintidós kilos y me arrastraba hacia abajo.

– ¿Por qué me cuentas eso? -le preguntó Lola, intentando, sin conseguirlo, contener las lágrimas.

– Porque quiero que lo sepas. Mientras me hundía, luché como nunca he luchado por vivir. Quiero decir que luché como un loco. Luché para volver a tu lado. El chaleco, finalmente, se hinchó al cabo de cinco segundos, pero esos cinco segundos fueron como cinco vidas, y me asusté mucho. No quería irme Lola. No quería dejarte. Quiero algo más de la vida que acabar como comida para peces o como carne de cañón. -Max le enjugó las lágrimas de los ojos y Lola notó que su determinación flaqueaba-. ¿Recuerdas cuando tus padres le dijeron a todo el mundo, en la reunión familiar, que yo te había salvado en el Dora Mae? Bueno, pues eso no es verdad. Tú me salvaste, Lola. Me has salvado en muchos más sentidos de los que imaginas.

– Vale -murmuró ella, consciente de que su amor por él era más fuerte que el dolor que la atenazaba-. Lo intentaré.

– ¿Intentarás qué?

– Intentaré adaptarme a tu forma de vida -respondió Lola, y apoyó la cabeza contra la puerta.

Eso era lo que Lola había estado temiendo. Mirarle a la cara y desearlo sin condiciones. Saber que el dolor de verlo llevar esa vida era mejor que el dolor de vivir sin él.

Max le tomó la cara con ambas manos y se quedó mirando sus ojos marrones. Había conducido como un loco para llegar a ella, y antes que eso había luchado contra los terroristas como un poseso. Y es que lo estaba. Estaba poseído por las posibilidades de emprender una nueva vida. Una vida mejor.

– No, Lola. Te mereces algo más que eso -le dijo-. He devuelto el busca esta mañana. Ya no trabajo para el Gobierno.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Qué?

– He decidido que quiero vivir lo suficiente para cuidarte por el resto de tu vida. Prepararte sopa cuando estés enferma. Peinarte el cabello gris cuando te hagas mayor y no lo puedas hacer por ti misma.

– Yo puedo cuidar de mí misma -fue la respuesta, típica de Lola.

– Lo sé. Pero quiero cuidarte. Quiero hacerte feliz y verte sonreír al lado de mi almohada cada mañana. Te quiero, y creo que podemos llevar una vida maravillosa juntos.

Lola escrutó sus ojos, como si estuviera esperando algo más. Algo que él todavía no había dicho.

– Pero Max, si nos peleamos, o si te cansas de mí, lamentarás haber abandonado algo que durante mucho tiempo te ha gustado hacer. Echarás de menos que te disparen.

– No hay nadie que eche de menos que le disparen, cariño. -Max le tomó la mano y le besó los dedos-. He encontrado algo más excitante que los explosivos, algo más dulce que la adrenalina. Algo por lo cual vale la pena luchar de verdad.

– ¿Qué?

– Una hermosa mujer que me hace reír y me hace sentir más vivo de lo que nunca en mi vida me había sentido. -Max tragó saliva, a pesar del nudo que se le había formado en la garganta y del ardor que sentía en el pecho-. Te he estado esperando toda mi vida, aunque no lo sabía. Tú y yo somos las dos caras de la misma moneda, y haces que me sienta completo.

– Max -lloró Lola, rodeándole el cuello con los brazos-. Te he echado tanto de menos… Te quiero a pesar de que he intentado olvidarte. Irrumpiste en mi vida, masculino, amenazador y con la cara destrozada. Me ataste, me secuestraste y, a pesar de todo, me enamoré de ti.

Max la abrazó con fuerza, sintiendo que el corazón le latía a toda prisa. No sabía qué había hecho para merecer a Lola Carlyle. Nada bueno, eso seguro. Le escocían los ojos y hundió la nariz en el dulce aroma de su cabello.

– Cariño -le dijo-. Yo no te secuestré. Sólo te requisé. Y eso es precisamente lo que voy a hacer para el resto de tu vida.

Lola asintió con la cabeza y sollozó.

– No llores. -Max la apartó de sí y la miró-. Te amo y quiero hacerte feliz. Quiero tener un niño contigo.

Los ojos llorosos de Lola se abrieron de par en par.

– ¿Quieres niños?

– Sí. Contigo. -Max le puso las palmas de las manos sobre el vientre plano-. Tres, y estaba pensando que también deberíamos tener niñas, teniendo en cuenta tu afición por los tonos pastel. -Le dio un golpecito al hombro-. Y tapetes. Pero creo que deberíamos casarnos antes.

Lola se mordió el labio inferior y sonrió.

– Probablemente, ésa es una sabia decisión. No quiero que la gente diga que he utilizado el truco más viejo del mundo para pescarte.

Max acercó los labios a los de Lola y la besó, suave y lentamente, tal como había deseado hacer desde el momento en que ella se había ido de su casa. La había echado de menos y quería bebérsela de un trago.

– Vamonos de aquí.

– Mm. -Lola tenía la vista un poco nublada y asintió con la cabeza-. Max, vamonos a casa a contarle la buena noticia a Baby. Estará muy contento.

– Vaya por Dios, me había olvidado de tu perro. Supongo que tendrá que vivir con nosotros.

– Max, sabes perfectamente que quieres a Baby.

Max pensó en el minúsculo chucho. Definitivamente, el perro necesitaba una figura masculina en su vida.

– Quizá no esté tan mal.

Lola sonrió y abrió la puerta.

– Llévame a casa.

Mientras salían de la mano al sol de Carolina del Norte, una sonrisa se dibujó en los labios de Max.

No hacía mucho tiempo, había estado de pie en el puente quemado del Dora Mae creyéndose víctima de una maldición, condenado a cargar con una hermosa modelo de lencería y su afeminado perrito. Siempre había creído que Lola Carlyle le acarrearía la muerte.

– Nunca llegamos a ver Orgullo y prejuicio -le dijo Lola, con los ojos brillantes.

Sí, definitivamente lo mataría, pero vaya camino que iban a recorrer.

RACHEL GIBSON

***