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– ¿Dónde?

Lola le enseñó las muñecas, mostrándole las ligeras marcas moradas que habían dejado sus dedos en la piel. Él se inclinó para observarlas mejor y Lola aguantó la respiración, preparándose por la que él pudiera hacer. De momento se mostraba amistoso, pero no confiaba en su humor.

– Bah, esas marcas son tan pequeñas que no cuentan. -Se incorporó de nuevo y se introdujo el resto de la barrita en la boca. La miró mientras masticaba, con expresión seria, y se encogió de hombros-. Eres demasiado blanda.

– ¿Estás echándome la culpa de nuevo?

En lugar de contestar, Max sacó otra barrita de la caja.

– No hace falta que agarres el cuchillo con tanta fuerza. No voy a violarte.

¿Un criminal con escrúpulos? Lola no se sintió más segura y siguió agarrando el cuchillo con fuerza.

– Nunca he obligado a una mujer a estar conmigo -agregó él.

Ella no hizo ningún comentario, pero enarcó una ceja, como expresando sus dudas.

Max rompió un trozo de barrita y se lo echó a Baby, que lo pilló al vuelo.

– Nunca lo he necesitado -continuó-. Puedes desnudarte y andar en pelotas, que el viejo Max no sentirá nada en absoluto.

– Muy amable.

Baby se puso a masticar el trozo de barrita de cereales.

– Soy un chico encantador. -Max consiguió esbozar una sonrisa y echó un vistazo en dirección al salón.

Exacto. Y las medidas de ella eran 90-60-90.

– ¿Funciona la radio? -preguntó Lola.

Por toda respuesta él rió en silencio y replicó con otra pregunta:

– ¿Es tuyo este yate?

– No.

– ¿De tu novio?

– No.

– ¿Por qué no me dices quién me ha facilitado el yate? -insistió Max.

– ¿Por qué tendría que decirte nada?.

Él cruzó los brazos sobre su enorme pecho y se apoyó en el canto de la mesa de cocina.

– Cuando sepa de quién son los papeles de propiedad, podré decirte con bastante exactitud cuánto tardarás en ser rescatada.

– Mel Thatch -contestó Lola sin dudarlo-. Es el propietario de Dolphin Cay, la isla donde he pasado las vacaciones.

Max la observó con detenimiento.

– Nunca oí hablar de él. ¿Es algún famoso?

– No.

– ¿Quién te espera en Dolphin Cay? ¿Un Kennedy, un Rockefeller, un apergaminado y viejo millonario?

Lola nunca había salido con un apergaminado y viejo millonario.

– No. No estoy saliendo con nadie en este momento.

Ahora fue Max quien enarcó una ceja, escéptico.

– ¿Estás de vacaciones sola?

– No. Estoy con Baby. Por cierto, ¿cuándo van a encontrarnos?

– Es difícil de saber. Estoy seguro de que a estas alturas ya se ha comunicado el robo del barco, pero el problema es que se roban yates continuamente, o se hunden para cobrar el seguro. La guardia costera rastreará, pero nadie se tomará excesivas molestias. Excepto el propietario, por supuesto. Aunque seguro que ya habrá llamado a su compañía de seguros. Y posiblemente no se sentirá del todo mal cuando sepa que le pagarán una cantidad superior a lo que vale el barco, sobre todo teniendo en cuenta el estado en que se encuentra.

Lola le clavó los ojos:

– ¿Cuándo?

– No lo sé. -Max se encogió de hombros.

– Me dijiste que lo sabrías.

– Si tú estuvieras saliendo con un congresista o con alguien que tuviera contactos, la búsqueda se intensificaría y las probabilidades de un rápido rescate serían mayores. Pero estoy seguro de que están intentando averiguar tu relación con todo esto, si estás retenida contra tu voluntad o no. Y puedo decirte que nadie apostará por la primera posibilidad sólo porque eres una famosa modelo de ropa interior. -Max mordió otro trozo de barrita y lo masticó despacio.

Lola ya no era una famosa modelo de ropa interior, pero no se molestó en decírselo. Además, nadie en sus cabales creería que ella había robado el yate.

– ¿Y tú qué? ¿No hay nadie que esté buscándote? ¿Una esposa? ¿Una familia?

– No -fue todo lo que dijo Max al salir de la cocina con la caja de barritas de cereales bajo el brazo.

Era obvio que no quería que ella supiera nada de él, y a Lola le daba igual. En realidad, no quería saber nada más de él de lo que ya sabía. Era un ladrón y existía alguien que le odiaba lo suficiente como para romperle la cara. Con esa información le bastaba. Tenía preocupaciones más importantes. Principalmente, la de encontrar la manera de volver a casa

Se levantó de la mesa y se colocó el cuchillo con la funda debajo de sus braguitas. El elástico lo mantenía sujeto. Del bolso sacó las gafas de sol de cristales azules y una goma para el pelo. Luego buscó unos prismáticos, que halló en un armario del salón. En la caja de emergencia que había encontrado la noche anterior había un espejo, una bandera de color naranja y un silbato. Por supuesto, las bengalas todavía estaban ahí, pero ahora ya no tenían ninguna utilidad. Con esas tres cosas, Lola se fue a cubierta. Max había levantado la escotilla de la sala de máquinas, pero Lola casi no le dirigió la mirada al pasar por su lado en dirección a la proa. Baby se afanaba tras ella.

Años atrás, y como parte de su tratamiento contra la bulimia, había tenido que aprender que no siempre podía controlarlo todo. También había aprendido a diferenciar entre controlar ese desequilibrio y dejar que el desequilibrio la controlara a ella. Le tomó mucho tiempo empezar a reconocer la diferencia, pero había aprendido la lección y la aplicaba en todos los aspectos de su vida.

Lola no podía controlar las corrientes ni la dirección del viento, pero no estaba dispuesta a sentarse y esperar a que la rescataran. Tenía una vida que vivir. Una vida que amaba y que había conseguido a base de esfuerzo. Tenía un negocio que dirigir y un detective privado esperando a ser contratado. No estaba dispuesta a quedarse sentada y apoyarse en «el bueno de Max».

Una suave brisa acarició las mejillas de Max cuando sacó la cabeza de la sala de máquinas para echar un vistazo hacia proa. Se inclinó hacia la izquierda y vio que ella todavía estaba allí, sentada en la punta de proa con las piernas colgando fuera de la borda, el espejo de señalización a su lado e intentando avistar con unos prismáticos a un barco de rescate. Aunque no tenía ninguna forma de saber qué hora era, Max calculó que debía de llevar allí unas tres horas. Podría haberle dicho que utilizar un espejo para hacer señales en el océano era inútil y una absoluta pérdida de tiempo y energía, pero no lo hizo.

En primer lugar, si alguien estaba buscándolos, no tenía ni idea de por dónde empezar. En segundo lugar, el espejo resultaba útil en el desierto, no en el océano. Y en tercer lugar, la mayoría de los supervivientes decía haber visto entre siete y veinte barcos antes de que alguien acabara por rescatarlos. Si había alguna embarcación por los alrededores, pensarían que el destello del espejo procedía del reflejo del sol sobre el agua. Pero no se molestó en decirle nada, porque prefería que se quedara allí, en el extremo opuesto del yate. Lejos de él. Ocupada en algo inútil y nada peligroso.

Era improbable que los rescatasen ese día. Y posiblemente tampoco al día siguiente. Lo cual a Max le convenía. Necesitaba tiempo para que las heridas se le curaran, y lo último que quería era una señal que delatase su presencia a cualquier señor de las drogas que se encontrara por la zona.

Sintió el calor del sol sobre los hombros y se quitó la camiseta negra. La humedad era tan densa que se cortaba con la mano, y utilizó la camiseta para secarse el cuello y el pecho. Luego la tiró al suelo de cubierta.

Había pasado la noche despierto, imaginando cualquier posible situación. Al salir el sol se levantó y comprobó que los miedos nocturnos se habían cumplido: estaban parados en medio de las aguas. Encontró los interruptores de los circuitos que habían saltado a causa del fuego y consiguió conectarlos. Mientras durara el gasóleo, los motores y generadores funcionarían y proporcionarían luz a todo el barco. Pero aunque los motores funcionaran, si no encontraba la forma de navegar y controlar la velocidad y la dirección del yate, resultaban del todo inútiles excepto para generar electricidad. Los depósitos de agua estaban medio llenos y Max pensó que si racionaban el agua y el gasóleo tenían para unos treinta días. A partir de ese momento, las cosas se complicarían de verdad. Tanto el sistema de comunicación como el de navegación estaban destruidos por completo y no había modo de repararlos. Por la mañana había echado un vistazo y se había dado cuenta de que no podía hacer nada para que volvieran a funcionar.