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TC ya había llamado a la puerta, y Will oyó movimiento. A través del cristal opaco distinguió la silueta de un hombre.

– Ver is? Vi haistu?

«Yiddish», se dijo Will.

– S'is Tova Chaya Lieberman, Reb Freilich. He venido por el asunto del gran sakono.

– Vos heyst? -¿A qué se refiere?

– Reb Freilich, a sakono fur die gantseh breeye. -Era la misma advertencia que había hecho al rabino Mandelbaum: «Una amenaza para toda la creación».

La puerta se abrió y reveló a un hombre con el que Will había hablado largamente pero al que nunca había visto. No era alto ni físicamente imponente, pero su rostro poseía unas facciones severas y recias que le conferían una callada autoridad. Tenía la barba castaña en lugar de blanca o gris, y la llevaba pulcramente recortada. Usaba unas sencillas gafas sin montura. En un contexto distinto, lo habría podido confundir con algún alto ejecutivo de una importante compañía. Cuando el rabino miró a Will y lo reconoció, vaciló e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, un gesto que Will interpretó como de contrición.

– Será mejor que entren.

De nuevo fueron introducidos en una sala de estar llena de libros sagrados, donde también había una mesa cubierta por un mantel y un hule transparente. Sin embargo, aquella estancia era mucho más amplia y aireada. En un rincón, Will vio un ejemplar de The New York Times. También un revistero con el Atlantic Monthly, The New Republic y diversos periódicos hebreos. Haciendo una rápida evaluación que era propia de su profesión, Will pensó en un titular que resumiera al rabino Freilich: «Un hombre de mundo».

– Rabino, ya conoce usted a Will Monroe.

– Sí, nos hemos visto.

– Ya sé lo raro que debe de parecerle todo esto, rabino Freilich, que yo aparezca de nuevo después de tantos años. Le prometo que no tenía pensado volver, de verdad que no, pero Will es un viejo amigo que ha acudido a mí en busca de ayuda por el secuestro de su esposa. Él no conocía, no sabía nada de mis… antecedentes. -Hizo una pausa para recobrar el aliento-. Pero ahora sabemos qué está sucediendo. Hemos juntado todas las piezas. Nos ha costado y nos ha llevado bastante tiempo, pero estamos seguros.

El rabino Freilich sostuvo la mirada de TC y no dijo nada.

– Hay buena gente que está muriendo asesinada. Primero fue Howard Macrae, en Brownsville; luego, Pat Baxter, en Montana; ahora, ese político inglés. Alguien está matando a los lamadvavniks, ¿no es cierto, rabino? Alguien está asesinando a los justos de la tierra.

– Sí, Tova Chaya, me temo que es verdad.

Will contuvo el aliento. Había esperado una confrontación con Freilich, un interrogatorio en el que el rabino los obligaría a presentar pruebas y demostrar su teoría; en cambio, no negaba nada. Un pensamiento terrible afloró en la mente de Wilclass="underline" ¿y si el rabino había llegado a la conclusión de que él y TC habían descubierto sus planes asesinos y que por lo tanto no le quedaba más alternativa que silenciarlos? De ser así, ¡acababan de echarse en sus brazos! Freilich ya no necesitaba al tipo de la gorra de béisbol, al asesino de Pugachov. Ellos le habían hecho el trabajo. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos y ni siquiera haber planeado una estrategia para ese encuentro? TC simplemente había corrido hasta allí y…

– En efecto, hay una trama para asesinar a los treinta y seis hombres justos -dijo Freilich-. Por alguna razón, el plan se está desarrollando durante los Diez Días de Penitencia, el tiempo más sagrado de todo el año. Los asesinatos empezaron en Rosh Hashana y ya no han parado. Quien sea que esté detrás de este asunto tiene que haber llegado a la conclusión de que estos son los días del juicio, que un hombre justo asesinado en dicho período no será instantáneamente sustituido por el nacimiento de otro. Puede que hayan visto en nuestros textos algo que a nosotros se nos ha pasado por alto, la existencia de una especie de período de limbo entre el Año Nuevo, cuando la gente es inscrita en el Libro de la Vida, y el día de la Expiación, cuando el Libro de la Vida queda sellado. Es posible que durante esos diez días el mundo resulte peligrosamente vulnerable. Sea cual sea el razonamiento, parecen decididos a acabar con los lamad vav y a lograrlo antes de la puesta de sol de mañana, al final de Yom Kippur. -Vaciló-. No creía posible que nadie más lo descubriera. -Se volvió hacia Will, pero evitando su mirada-. Tova Chaya siempre ha sido una estudiante excepcional, y usted ha mostrado una tenacidad admirable.

«Gracias por nada», pensó Will.

– Solo hace unos pocos días que lo sabemos, pero tiemblo por el mundo con solo pensarlo. Algunos dicen que se trata de una leyenda, de un cuento de hadas. Sin embargo, tiene profundas raíces, que se remontan a Avraham Avinu, a Abraham, nuestro padre. Se ha mantenido durante milenios. Quien sea que esté haciendo todo esto lo hace porque ha apostado que esa historia no es más que una leyenda, que no es una afirmación de cómo ha funcionado el mundo desde el principio de los tiempos. Pero ¿y si se equivocan? Están poniendo a prueba esa idea hasta el extremo de la destrucción, porque será la destrucción de todo. -El rabino tamborileaba con los dedos sobre la mesa, y Will pensó que, si estaba fingiendo ansiedad, lo hacía estupendamente.

– Usted no deja de decir «ellos» -dijo Will de repente con una seguridad en sí mismo que lo sorprendió-; sin embargo, yo no estoy seguro de que haya un «ellos», creo que lo que hay es un «usted».

– No comprendo lo que pretende decirme.

– Yo creo que sí me entiende, rabino Freilich. Hasta el momento no hay sospechosos de esos asesinatos salvo usted y sus…, sus seguidores. -Will sabía que estaba utilizando la palabra equivocada, porque el único líder al que seguían aquellos hombres era el de las fotos que estaban por todas partes, y ese hombre estaba muerto-. Usted prácticamente reconoció ante mí haber matado a Samak Sangsuk. -Un músculo de la mejilla del rabino se contrajo ligeramente-. Y sé que retiene a mi esposa, aunque nadie me haya explicado todavía qué tiene ella que ver con todo esto. -Las últimas palabras las había dicho alzando la voz y delatando una ira que no podía disimular. Hizo una pausa para recobrar el autodominio y concluyó-: Las únicas personas que sabemos que están implicadas en actividades criminales son usted y la gente que trabaja para usted.

– Comprendo que pueda parecerlo.

– Y yo. Sin embargo, estoy seguro de que la policía, que ya lo tiene a usted en su punto de mira, enseguida se haría una idea de la situación si supiera la mitad de lo que nosotros sabemos. No hará falta que mencione al señor Pugachov, el encargado de los apartamentos de TC, perdón, de Tova Chaya, que ha sido asesinado esta madrugada por ese matón de la gorra de béisbol que usted ha mandado que nos persiga, ¿verdad?

– Lo siento, pero no tengo ni idea de qué me está contando.

– Vamos, rabino, déjese de juegos. ¿Es que no lo entiende? Hemos descubierto lo que está pasando.

– Will, ya es suficiente -intervino TC hablando con su acento habitual.

– No sé nada de ningún Pugachov ni de nadie con una gorra de béisbol -aseguró el rabino.

– No le creo. ¡Esto es ridículo! Usted envió ayer a alguien para que me siguiera. Nosotros lo vimos, conseguimos escapar, y ahora el hombre que nos ayudó a lograrlo yace muerto en el apartamento de ella. -Will se resistía a llamarla Tova Chaya, ya se le había hecho bastante raro la primera vez.

– Will, por favor… -TC le rogaba que lo dejara correr, pero él no estaba dispuesto a detenerse. La presión acumulada durante los últimos días era demasiado fuerte.