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TC tomó el hilo de la conversación.

– Sí. Dado que siempre daba sus charlas durante el Sabbat, el Rebbe no podía ser grabado ni filmado. Es algo que no está permitido, de manera que se confiaba en el método tradicionaclass="underline" en la sinagoga siempre había dos o tres personas conocidas por su excepcional memoria, personas que se situaban cerca de él, normalmente con los ojos cerrados, escuchando cada palabra y memorizando lo que decía. Luego, tan pronto como el Sabbat finalizaba, se reunían y una de ellas transcribía lo memorizado; lo sacaban de su cabeza lo más rápidamente que podían. Y mientras trabajaban, comparaban lo que cada uno recordaba, añadiendo una palabra aquí y otra allá. Es como si todavía lo viera. Aquella gente era increíble. Podían escuchar un sermón de tres horas del Rebbe y después recitarlo de memoria. Los llaman choyzers, literalmente «los que devuelven». Lo que el Rebbe decía, ellos nos lo devolvían. Eran como grabadoras humanas.

– ¿Y recuerdas, Tova Chaya, cuál era el más brillante de esos choyzers?

De repente, los ojos de TC se abrieron desmesuradamente, como si se hubiera topado con un recuerdo largo tiempo enterrado.

– ¡Pero si no era más que un muchacho!

– Es cierto, pero se convirtió en choyzer poco después de haber alcanzado la edad del bar mitzvah. Solo tenía trece años cuando empezó a memorizar las palabras del Rebbe. Tenía un don especial. -Freilich se volvió hacia Will-. Estamos hablando de Yosef Yitzhok.

– ¿Y podía memorizar sermones enteros, así, sin más?

– Él siempre decía que no podía recordar discursos completos, solo las palabras del Rebbe. Cuando el Rebbe hablaba, Yosef hacía que sus pensamientos desaparecieran, intentaba penetrar en la mente del Rebbe y convertirse en una prolongación de esta. Esa era su técnica. Nadie más podía hacerlo como él. El Rebbe le tenía un afecto especial.

El rabino se recostó en su asiento y cerró los ojos. Will no podía estar seguro, pero la pena del hombre parecía sincera.

– Como he dicho -prosiguió el rabino-, en los últimos años el Rebbe empezó a hablar cada vez con mayor frecuencia del Moshiach, a decirnos que nos preparáramos para la llegada del Mesías, y nos recordaba que el Mesías es una figura central del judaísmo, que no se trata de un concepto abstracto y remoto de la teología, sino que es real. Deseaba que creyéramos que el Mesías podía hallarse entre nosotros, aquí y ahora.

»Nadie conocía mejor que Yosef Yitzhok las enseñanzas del Rebbe en esta materia. Lo escuchaba semana tras semana. De todas maneras, lo que hacía era más que escuchar, lo que hacía era absorber, asimilar aquel material; lo digería y lo incorporaba a su persona. Entonces, en los últimos días del Rebbe, Yosef, que ya era un erudito por mérito propio, notó algo. Repasó todas las charlas que el Rebbe había dado sobre el tema del Mesías y descubrió un modelo. A menudo, el Rebbe citaba un pasuk.

– Un versículo -aclaró TC.

– Gracias, Tova Chaya. Sí, a menudo el Rebbe citaba un versículo del Deuteronomio. «Tzedek, tzedek tirdof

– «Justicia, justicia es lo que perseguirás» -murmuró TC.

– Lo que nos ofrece la traducción del libro es: «Sigue la justicia y solo a ella, de modo que puedas vivir y poseer la tierra que el Señor, tu Dios, te está dando». Pero fue la palabra «tzedek» lo que llamó la atención de Yosef, el hecho de que la utilizara tan a menudo y siempre en el mismo contexto. Era como si el Rebbe nos estuviera recordando algo.

– Quería que recordaran a los tzaddikim, a los hombres justos.

– Eso fue lo que Yosef creyó. De modo que volvió a los textos, a examinarlos a fondo, y así fue como descubrió otra cosa, algo incluso más misterioso.

Will se inclinó, clavando sus ojos en los del rabino.

– A menudo, el Rebbe, junto a la cita que he dicho, añadía otra. No siempre la misma, pero sí de las mismas fuentes; o bien el libro de los Proverbios…

– ¿Del capítulo diez?

– Sí, señor Monroe, del capítulo diez. ¿Acaso ya lo sabía?

– Piense como si solo fuera una conjetura con cierta base, pero no se interrumpa, por favor.

– Bien, como ya he dicho, el Rebbe solía citar el capítulo diez de los Proverbios o bien a los profetas, en concreto el capítulo trigésimo de Isaías. Pero eso ponía muy nervioso a Yosef Yitzhok porque los cabalistas saben algo importante acerca del versículo dieciocho de ese capítulo de Isaías. Acaba con la palabra «lo», que en hebreo significa «a él». La frase completa dice: «Benditos son los que lo esperan a él». Pero el verdadero significado de la palabra…

– Está en cómo se deletrea.

– Tova Chaya lo ha adivinado. La palabra «lo» está compuesta por dos caracteres, señor Monroe, «lamad» y «vav», que es treinta y seis. Ahora bien, el Rebbe era una persona cuidadosa que no decía las cosas por casualidad ni citaba por capricho. Yosef estaba convencido de que había una intención deliberada. Así, repasó todas las transcripciones y descubrió que en treinta y cinco ocasiones el Rebbe había hablado de tzedek y mencionado seguidamente un versículo de alguno de esos dos capítulos. Con ese sistema, nos dejó treinta y cinco versículos distintos.

– Pero…

– Ya sé qué está pensando, señor Monroe, y tiene razón. Hay treinta y seis hombres justos. Ya llegaremos a eso. Por el momento, Yosef Yitzhok se encuentra frente a treinta y cinco versículos, y se pregunta qué puede significar. Entonces se acuerda de las historias que oyó de niño, como tú, Tova Chaya, y con las que se crió; historias del fundador de los hasidim, historias del rabino Leib Sorres.

– Hombres de tal grandeza que tenían el privilegio de conocer el paradero de los hombres justos.

Will miró a Tova Chaya mientras esta hablaba y estuvo seguro de que lo había descubierto todo.

– Exactamente. Pocos hombres conocían la mente del Rebbe tan profundamente como Yosef Yitzhok, y este también conocía la valía del Rebbe; sabía que era uno de los grandes de la historia de los hasidim, y, dado que a los más grandes entre los grandes se les había permitido entrar en el secreto, no resultaba descabellado pensar que el Rebbe fuera uno de ellos.

– ¿Me está diciendo que Yosef Yitzok descubrió que el Rebbe sabía quiénes eran los treinta y seis hombres justos y que incluso fue más allá y dedujo que los treinta y cinco versículos eran pistas que revelaban su identidad?

– Exacto, Will. Yosef llegó a esta conclusión en los últimos días de la vida del Rebbe, cuando este se encontraba demasiado enfermo para poder ofrecer respuesta alguna. Apenas podía hablar.

– ¿Y qué hizo Yosef entonces?

– Estudió los treinta y cinco versículos día y noche, sin parar. Estaba convencido de que el Rebbe deseaba que se supiera, que estaba dando aquella información por algún motivo; de manera que se empeñó en descifrarlos, por decirlo de alguna forma, para averiguar qué había en ellos. Los miró desde todos los ángulos posibles, adjudicó valores numéricos a las letras, sumó, multiplicó, los reprodujo como anagramas, pero claro, había un problema lógico: ¿cómo era posible que las identidades de esas treinta y cinco personas estuvieran en aquellos versículos si dichas identidades cambiaban cada generación, pero los versículos eran siempre los mismos? Aunque supusiéramos que, por ejemplo, el versículo vigésimo incluyera el nombre del tzaddik número veinte de ese año, ¿dónde podríamos encontrar el del tzaddik número veinte para el año dos mil veinte, para el dos mil cincuenta o para años pasados? ¿Cómo es posible que los nombres de personas vivas en la actualidad se oculten en un texto que permanece estático?