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»Fue entonces cuando el verdadero talento de Yosef Yitzhok se puso de manifiesto y recordó la respuesta.

– ¿Me está usted diciendo que el Rebbe ya le había dado la respuesta?

– No directamente, desde luego, pero el Rebbe se la había dado. Es decir, Yosef la había escuchado. Todo lo que necesitaba era recordarla. ¿Y sabe usted cuál era? Era la última línea de la última charla del último farbrengen al que había asistido el Rebbe: «El espacio depende del tiempo. El tiempo revela el espacio». Estas fueron las últimas palabras que el Rebbe dijo en público.

Se produjo una pausa.

– Increíble -murmuró TC.

– Lo siento, pero no entiendo nada -admitió Will, que se sentía como el tonto de la clase.

– No se preocupe. Yosef Yitzhok también se quedó perplejo. Eran hermosas palabras, pero también eran un enigma. «El espacio depende del tiempo. El tiempo revela el espacio.» ¿Qué quería decir? Fue entonces cuando Yosef acudió a mí y me hizo partícipe de su teoría. El Rebbe hablaba a menudo con acertijos, mediante elipsis que requerían horas y hasta años de estudio para interpretarlas. Yosef había pasado muchas noches trabajando en aquella frase, pero entonces tuvo lo que usted llamaría una inspiración y yo una ayuda de HaShem.

»Debe usted saber que el Rebbe seguía muy de cerca todo lo relacionado con los avances científicos y la tecnología. Leía habitualmente el Scientific American y Nature, además de otras publicaciones. Siempre estaba informado de los últimos descubrimientos en neurociencia y bioquímica, aunque su interés principal era la tecnología. ¡Le encantaban los gadgets!, pero nunca tuvo ninguno. Era el hombre menos materialista que pudiera existir; no obstante, le gustaba estar al día de esas cosas. Mire, se lo enseñaré.

El rabino cogió un libro de gastadas cubiertas de piel, lo abrió, pasó unas cuantas páginas, encontró lo que quería y el versículo que buscaba.

– Veamos, ¿en qué año estamos?

Will se disponía a contestar cuando TC se le adelantó.

– El cinco mil setecientos sesenta y ocho.

Will frunció el entrecejo.

– ¿Qué?

– Según el calendario hebreo -le explicó TC-. Se remonta a la creación. Los judíos creen que el mundo lleva existiendo desde hace menos de seis mil años.

– De acuerdo -convino Freilich-, el año es el 5768, y aquí hay un versículo del capítulo 30 del libro de Isaías. De hecho, se trata de un versículo crucial, el 18. Ahora le explicaré lo que hizo Yosef: seguimos la línea y marcamos la quinta letra. -El dedo del rabino se detuvo en el carácter señalado-. A continuación, la séptima desde aquí. -El dedo se detuvo de nuevo-. Luego, la sexta y después la octava. Ya ve, 5-7-6-8. Seguimos haciendo esto hasta el final de la línea. Así pues, en este caso, la quinta letra es una «yud»; la séptima después de esa, una «hay»; la sexta, una «mem». Y seguimos así hasta que conseguimos toda una serie de letras.

– ¿Que se convierten en números? -preguntó Will.

– Precisamente. Cada grupo de cuatro se suma para convertirse en un número. En este caso, el valor numérico de yud-hay-mem-mem es 10-5-30-30, que es setenta y cinco. Las siguientes cuatro letras nos dan el número sesenta y cinco. Y así hasta que tenemos una serie numérica. Venga, le mostraré una de las primeras que Yosef descifró.

El rabino se levantó y condujo a Will y a TC hasta una segunda pizarra. Allí, limpiamente escrita, había una serie de números: 699331, 5709718, 30.

– ¡No me dirá que se trata de un número de teléfono!

– No. No lo es. También nos hicimos esa pregunta, e incluso probamos unos cuantos. Aquí es donde el ojo del Rebbe para los avances de la tecnología es tan importante.

TC observaba las cifras como si fuera a descifrarlas con la sola intensidad de su mirada.

– Se trata de… -y entonces el rabino no pudo reprimir una sonrisa de orgullo, como si todavía se deleitara con la ingeniosidad de aquello- de un número de GPS. O mejor dicho, en estos números se hallan las coordenadas de longitud y latitud que proporciona un GPS.

– ¡No me lo creo! -exclamó Will, a quien todo aquello se le antojaba descabellado-. ¿Me está hablando del sistema de navegación por satélite?

– Eso es. Un sistema que cartografía el globo entero desde el espacio y que proporciona las coordenadas precisas de cualquier punto de este planeta. Seguramente el Rebbe leyó algo del tema, o puede que simplemente estuviera al corriente.

– Rabino Freilich, ¿me está diciendo que, ocultas en los versículos bíblicos, se encuentran las coordenadas de los treinta y seis hombres justos?

– Nosotros tampoco lo creímos, señor Monroe. Un versículo nos proporcionó la ubicación de un remoto lugar en las montañas de Montana. Según el mapa, allí no vivía nadie, pero enviamos al hombre que dirige nuestro centro de Seattle a echar un vistazo y nos contó que había una cabaña de troncos donde vivía un hombre, solo; algo parecido a los relatos de nuestro folclore, Tova Chaya, un hombre sencillo en medio del bosque.

«Pat Baxter», se dijo Will. La misma cabaña donde él había estado apenas unos días atrás.

– Otro número nos indicó un lugar desierto en medio de Sudán. De nuevo se suponía que allí tampoco vivía nadie, pero entonces vimos, gracias a unas fotos por satélite, que allí acababa de construirse un campamento de refugiados donde se atendía a la gente que huía para salvar la vida. Lo dirigía un solo hombre. Las agencias internacionales ni siquiera estaban seguras de su identidad; así que empezamos a creer que estábamos en lo cierto, que el Rebbe estaba en lo cierto.

– ¿Y qué me dice de este número? -preguntó Will señalando la pizarra-. ¿Qué indicó este?

– Se lo mostraré.

El rabino fue hasta donde estaba un joven trabajando frente a un ordenador. TC y Will se acercaron y miraron por encima del hombro del técnico. El rabino le dio el número de la pizarra y murmuró unas instrucciones.

El joven introdujo las cifras, esperó unos segundos y observó que la respuesta aparecía en la pantalla:

11 Downing Street, SW1 2AB, Londres, Gran Bretaña.

– ¿Así que era el versículo que correspondía a Gavin Curtis?

El rabino asintió.

Will sintió la necesidad de sentarse y tomar algo, pero allí no había nada de nada. Aquella gente podía manejar ordenadores y trabajar duramente a pesar de estar en pleno Yom Kippur, pero era solo porque había vidas en juego. Pikuach nefesh. De todos modos, no estaban dispuestos a quebrantar más normas si no era del todo necesario.

TC había tomado la palabra.

– De modo que esto es lo que el Rebbe quería decir. «El espacio depende del tiempo. El tiempo revela el espacio.» La localización depende del tiempo, del año. Si sabemos el tiempo, el año, por ejemplo utilizando el del año cinco mil setecientos sesenta y ocho, entonces sabremos el espacio y podremos averiguar la ubicación. -Meneaba la cabeza ante la ingeniosidad del sistema-. Y supongo que si probamos con los mismos versículos pero con distintos años conseguiremos distintos lugares y distinta gente.