Así, poco después de la medianoche, Will se quitó la kipá y regresó al mundo exterior. Cuando partió, TC decidió hacer lo mismo.
– Voy a llamar a la policía -le dijo-. No puedo ocultarme eternamente. Hemos hecho lo que temamos que hacer.
– ¿Qué les dirás?
– Que he tenido el móvil desconectado todo el día y que acabo de enterarme de lo que ha pasado. Deséame suerte o, al menos, ven a visitarme a la cárcel.
– Escucha, TC, esto no es ninguna broma.
– Lo sé, pero ya ves cuál es la situación: un hombre muerto en mi apartamento y yo desaparecida y sin dar señales de vida. Podrían acusarme de asesinato antes de mañana por la mañana.
– Todo esto es por mi culpa. He sido yo quien te ha metido en este lío.
– No. Tú me pediste ayuda. Yo podría haber dicho que no. Sabía dónde me estaba metiendo.
– ¿Lo sabías?
– Bueno, en realidad no.
Dicho lo cual, Will se inclinó para besar a TC en la mejilla, pero ella se apartó nada más acercarse él, como si alrededor de su rostro hubiera un campo de rechazo magnético. «Pues claro», se dijo Wilclass="underline" estando en el corazón de Crown Heights no la podía tocar ningún hombre y menos aún besarla. Al final se contentó con decirle simplemente adiós.
En ese momento, mientras observaba cómo su aliento formaba nubecillas de vapor ante él, Will dobló la esquina y se situó en el cruce de las calles Montgomery y Henry. A sus espaldas había un pequeño parque de forma triangular, y ante él se alzaba el edificio que andaba buscando. Se detuvo para observarlo y vio varias luces que seguían encendidas.
¿Qué iba a hacer? Apenas había podido pensar en un plan. No podía dedicarse a llamar a cada puerta diciendo que estaba haciendo una encuesta para The New York Times. ¿Qué podía hacer?
Lo primero era entrar en el edificio. Eso sería una forma de empezar. Luego podía mirar los buzones, conseguir algunos nombres y buscarlos en Google con su Blackberry. Ya se le ocurriría algo.
Vio que alguien salía. Eso le daría la oportunidad de deslizarse en el interior. Sin embargo, aquel individuo se movía demasiado deprisa, casi corría. Resultaba difícil identificar si era un hombre o una mujer. Estaba demasiado oscuro, y la luz de la entrada era poco potente; pero cuando echó a andar mirando con nerviosismo a un lado y a otro, Will supo que había visto suficiente.
Lo más llamativo era el penetrante brillo de sus ojos, de un gélido azul. No obstante, lo que Will reconoció fue la postura, la confianza en sí mismo, como si aquel hombre estuviera acostumbrado a aprovechar los recursos físicos de su cuerpo. La ropa había cambiado ligeramente, pero era inconfundible, con gorra de béisbol o sin ella.
Capítulo 51
Lunes, 00.13 h, Manhattan
El primer impulso de Will fue observar. Estaba acostumbrado a hacerlo y a esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos, de modo que tardó unos segundos en darse cuenta de que en esa ocasión no podía limitarse a mirar. No le quedaba más remedio que seguir al merodeador. Tenía que ser prudente. No había nadie a la vista, y su presa no tardaría en fijarse en él, de modo que se mantuvo a cierta distancia y anduvo lo más silenciosamente que pudo. Maldijo los zapatos de cuero negro que se había puesto: eran demasiado ruidosos. Intentó que las suelas golpearan la acera con la mayor suavidad posible.
Sin embargo, el hombre que iba delante parecía tener prisa: caminaba rápidamente por Henry Street. No corría, pero el vivo paso que llevaba no le permitía mirar hacia atrás. Aquello animó a Will, que se atrevió a reducir el terreno que los separaba en una manzana de distancia.
El hombre llevaba una bolsa de cuero negra cruzada en bandolera. Su aspecto era pulcro, y se movía con agilidad. Will no era ningún experto, pero no le habría sorprendido que ese individuo tuviera algún tipo de relación con los cuerpos militares.
En ese momento cruzó las calles Clinton y Jefferson. ¿Adónde se dirigía, hacia algún vehículo para escapar? Si así era, ¿por qué no lo había cogido antes? Quizá iba hacia la estación de metro. Will maldijo sus escasos conocimientos de Nueva York: no tenía ni idea de dónde había una estación en los alrededores.
De repente, y sin previo aviso, el hombre miró hacia atrás. Will vio el movimiento de su cabeza y, sin pensarlo siquiera, se ocultó en el portal del edificio ante el que pasaba, al tiempo que se metía la mano en el bolsillo y sacaba las llaves. Lo único que aquel hombre podía haber visto era a un anónimo ciudadano que se disponía a entrar en su casa. El desconocido siguió caminando, y Will dejó escapar de golpe el aliento que había contenido.
El sujeto giró a la derecha, y Will se desplazó para apartarse de su campo visual.
– Eh, Ashley, ¿tienes mi teléfono?
Will no las había visto llegar, pero allí estaban, justo delante de éclass="underline" tres quinceañeras negras que ocupaban toda la acera. Will intentó esquivarlas, pero las chicas iban en busca de diversión.
– ¿Tienes prisa, guapo? ¿No te gusta nuestro aspecto? ¿No crees que estamos fabulosas? -dijo una mientras las otras se partían de risa.
Will miró por encima de sus cabezas y vio que su presa tomaba una calle lateral hacia East Broadway. Ya casi no podía distinguirlo.
– ¡Estoy aquí, cariño! -La jefa del grupo agitaba la mano ante el rostro de Will.
De haber sido neoyorquino, se las habría quitado de delante con un «¡Dejadme pasar, joder!», pero incluso en ese momento, cuando pretendía evitar un asesinato en plena noche, seguía siendo un caballero inglés.
– Perdonad, dejadme pasar, por favor.
Dicho lo cual, rodeó a Ashley y a sus amigas mientras oía más comentarios y exclamaciones a su espalda.
– ¡Mi amiga dice que te dé su número!
Will echó a correr en un desesperado intento de atrapar a su presa. Llegó al cruce, giró a la derecha y miró a derecha e izquierda de la calle en busca de su objetivo. Una pareja estaba besándose en un portal, pero ni rastro del merodeador. Lo único que veía eran edificios que no eran viviendas. El hombre debía de haberse metido en uno de ellos. No había podido llegar a East Broadway; de lo contrario, Will lo habría visto.
Aminoró el paso, mirando por encima del hombro, consciente de que aquello era exactamente como meterse en una emboscada. Tras una veintena de pasos, decidió abandonar. Era evidente que había perdido la pista de su presa y que esta, seguramente, había escapado metiéndose en alguno de los edificios que flanqueaban la calle. Will se encontraba lo bastante cerca para verlos. Uno era la iglesia de Jesús Renacido; pero el otro era una sinagoga que dependía de los hasidim de Crown Heights.
Capítulo 52
Lunes, 00.28 h, Manhattan
Debía entrar en alguno de aquellos edificios para buscar al tipo al que había estado siguiendo? Un hombre de acción de verdad haría exactamente eso; pero, mientras observaba el primer edificio, un coche de policía pasó a toda velocidad con la luces centelleando. Will se echó atrás. Eso era lo último que necesitaba, que lo detuvieran por irrumpir en una sinagoga a altas horas de la noche, y por si fuera poco en pleno Yom Kippur. Además, ¿qué motivo tenía para seguir a ese individuo? Lo había visto salir de un edificio de apartamentos del Lower East Side; sí, y también lo había visto el día anterior frente a la casa de TC; pero no había visto que cometiera ningún crimen. Como habría dicho Harden: «Tienes una libreta de notas llena de nada». Nada salvo una desagradable intuición que se iba confirmando minuto a minuto.
Regresó sobre sus pasos hacia el edificio de Montgomery Street. Con el rabino solo había hablado vagamente de cuál era la tarea que lo esperaba.