Además, en el pantalón de la víctima hallaron algo que también había ayudado en su defensa. En el bolsillo derecho encontraron la copia de la llave del apartamento de TC. A Pugachov no le habría hecho falta cogerla de haber estado ella en casa. Entre una cosa y otra, la policía acabó soltándola, e incluso le dio las gracias.
Fue idea de Will, fruto de un cálculo premeditado, que se encontraran en casa de Tom. Tanto su apartamento como el de TC habían sido vigilados. Allí, al menos, tendrían la oportunidad de reunirse sin ser detectados. Por otra parte, TC tenía un plan -«una corazonada», le había dicho- que requería la ayuda de un genio de los ordenadores.
En ese momento, se hallaba inclinada mirando por encima del hombro de Tom mientras este tecleaba con un par de dedos.
– De modo que estás segura del nombre del dominio… -preguntó Tom.
– Lo único que puedo decirte es lo que ponía en la tarjeta que cogí:
«Rabbi. Freilich@Moshiachlives. com».
– De acuerdo, de acuerdo. Es lo que intentaré. ¿Quieres deletrearme «moshiach»?
– Por tercera vez, Tom: «eme», «o», «ese»…
Will volvió a mirar por la ventana. Tom adoraba a Beth, pero no soportaba a TC. En Columbia, Will lo había atribuido a un problema de celos y a que era difícil formar un trío; pero en esos momentos tenía que reconocer que se debía a un problema de incompatibilidad: Tom y TC eran como el fósforo y el azufre, no podían entrar en contacto sin que saltaran chispas.
Empleando una nueva estrategia, Tom optó por hablar consigo mismo en vez de dirigirse a TC.
– De acuerdo, lo que tenemos que hacer es buscar el nombre del dominio. -Introdujo las últimas tres palabras en una especie de ventana vacía que había creado en la pantalla. Unos segundos más tarde apareció una serie de números: «192.0.2.233»-. Muy bien, ¿quién es «192.0.2.233»? -se preguntó mientras tecleaba los números.
La respuesta no tardó en aparecer. Entre un montón de propaganda sobre contactos administrativos figuraba la dirección del cuartel general de los hasidim en Crown Heights. El mismo edificio donde Will y TC habían estado la noche anterior.
– Bien, ahora hablemos con Arin.
– ¿Arin? ¿Quién demonios es Arin?
– ARIN es el American Registry for Internet Numbers, la organización que otorga las direcciones IP, ya sabes, la serie numérica que acabas de ver.
– Pero yo pensaba que ya la tenías para ese dominio.
– Tengo uno de los números. ARIN nos dará todos los números que correspondan a esa compañía u organización. De ese modo obtendremos el número de todos los ordenadores que tengan. Tan pronto como los consigamos podremos ponernos a trabajar.
La pantalla no tardó en llenarse con series numéricas, docenas de ellas. TC comprendió que lo que veía era la red completa de ordenadores de los hasidim expresada en forma de números.
– De acuerdo, este es el abanico que vamos a escanear.
– ¿Qué quieres decir con «escanear»?
– Pensaba que no querías que me pusiera en plan técnico. «Ahórrate los tecnicismos.» ¿Te acuerdas?
– Bueno, ¿y qué haces ahora?
– Esperar.
TC se dirigió al diván y se tumbó utilizando el abrigo de Tom para cubrirse antes de caer profundamente dormida. Este se trasladó a trabajar en otro ordenador, mientras Will alternaba entre mirar por la ventana y observar una foto que había en la pared: una foto de él, Tom y Beth, vestidos con ropa gruesa de invierno, guantes y bufandas, en lo que parecía una estación de esquí. En realidad se trataba del centro de Manhattan un domingo por la mañana tras una tormenta de nieve. La sonrisa de Beth traducía algo más que alegría: en ella se leía la satisfacción porque, a pesar de todo, la vida pudiera ser maravillosa.
Una hora y media más tarde, el ordenador emitió un pitido. No el emocionante aviso de un correo electrónico, sino algo más simple. Will se dio la vuelta y vio a Tom correr hacia la máquina que había dejado funcionando.
– Estamos dentro.
TC se despertó y los tres se agruparon en torno a una pantalla que solo tenía sentido para uno de ellos.
– ¿Qué es esto, Tom? -preguntó educadamente Will, que fue el primero en decidirse a hablar antes de que TC pudiera intervenir.
– Estos son los registros de la máquina en la que nos hemos metido. De esta manera podremos saber quién ha entrado y salido.
TC se mordió las uñas, impaciente por que todo transcurriera más deprisa. Will escrutó no la pantalla, sino el rostro de Tom en busca de cualquier indicio de progreso, y no le gustó lo que vio. Tom parecía desconcertado. Tenía los labios fruncidos; en cambio, cuando estaba a punto de lograr algo solía asomar en ellos una sonrisa.
– ¡Maldita sea! ¡Nada!
– Vuelve a mirar -propuso TC-. Quizá hayas pasado algo por alto.
Pero Tom no necesitaba que nadie le dijera nada. Se acercó a la pantalla y examinó lentamente cada línea que iba apareciendo.
– Un momento -dijo-. Esto podría ser algo.
– ¿El qué? ¿El qué?
– ¿Ves esta línea de registro? Aquí: «time service interrumpido: 1. 58». Puede que no sea nada. A menudo los programas se interrumpen y se reinician automáticamente. Nada importante.
– Pero…
– Pero podría indicar algo más.
– ¿Sí?
Tom no se sentía cómodo con el interrogatorio de TC, de modo que Will intervino.
– Perdona, Tom, para un ignorante como yo, ¿qué significa «time service»?
– Tan solo es una parte del montaje de la conexión de redes de la que alguna gente se olvida. No la desconectan, de manera que ahí se queda, haciendo un seguimiento de la hora del día.
– ¿Y?
– Lo que cuenta es que la gente se olvida de que está ahí, de manera que no le prestan los mismos amorosos cuidados que al resto del sistema. A veces ocurre que ciertos agujeros de seguridad que se han cerrado en el resto del sistema quedan abiertos en el time service.
– ¿Quieres decir que es como tener un agujero en la parte de atrás de la verja del jardín sin que nadie se dé cuenta?
– Exactamente. Lo que me estoy preguntando es si este time service se interrumpió por causas naturales o si alguien se introdujo en él. Si un tipo sabe lo que se hace puede enviar una saturación de interfaces o un montón de datos en una secuencia específica, lo cual colapsa por completo el time service; pero si realmente conoces el oficio, no solo puedes interrumpirlo, sino forzarlo para hacer que funcione a tu antojo.
– ¿A qué te refieres?
– A que puedes conseguir que obedezca tus instrucciones, lo cual te proporcionaría acceso al servidor.
– ¿Y eso es lo que ha ocurrido aquí?
– No lo sé. Tengo que ver el registro de acceso al time service. Es lo que estoy esperando ahora… ¡Caramba! Un momento. ¿Ves esto de aquí?
Tom señalaba una serie de números con la hora 1. 58.
– Hola, desconocido.
Era una nueva dirección IP, una serie de números distinta de las demás adjudicadas a los hasidim y a su sistema. Aquello era la firma de alguien de fuera.
– ¿Puedes averiguar de quién se trata?
– Eso es lo que pretendo. -Tom tecleó: «quienes 89.23.325.09»-. Y aquí está nuestra respuesta.
Tom indicó una línea de la pantalla.
Will tardó unos segundos en concentrarse en las palabras, pero allí estaban: unas palabras que lo cambiaban todo. Ni él ni TC fueron capaces de abrir la boca. Los tres se quedaron en silencio, mirando la dirección que tenían ante ellos.
La organización que había pirateado el ordenador de los hasidim, la que había leído todo lo que ellos habían leído, la que había espiado todos sus cálculos e investigaciones, incluidas las que revelaban la localización exacta de los hombres justos, tenía su base en Richmond, Virginia, y allí, en la pantalla, aparecía su nombre completo.