Era demasiado. Will necesitaba pensar con calma. Miró el reloj: las 15.45 horas. ¡Qué poco tiempo! Marcó el número de TC rezando para que hubiera podido escapar del modo que fuera.
– ¡Will, estás vivo!
– Sí. ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?
– En el hospital, con Tom. Le pegaron un tiro.
– ¡Dios mío!
– Yo había subido a la azotea. Oí un disparo y bajé. Lo encontré en el suelo, sangrando… ¡Oh, Will!
– ¿Está vivo?
– En estos momentos lo están operando. ¡Dios mío, Will! ¿Quién ha hecho esto? ¿Quién podría hacer semejante cosa?
– No lo sé, pero los encontraré. Te lo prometo. Voy a descubrir a la gente que está detrás de esta mierda, y sé que estoy cerca.
Capítulo 60
Lunes, 15. 47 h, Manhattan
Sé que están aquí, TC, en la ciudad de Nueva York.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro? Están asesinando a los hombres justos que hay por todo el mundo.
– Por una cosa: todo lo que saben lo han sacado directamente de los hasidim, lo han conseguido metiéndose en sus ordenadores, y ahora necesitan intervenir en persona para completar el proceso. Por eso mataron a Yosef Yitzhok. No solo están desesperados por localizar al número treinta y seis, sino que están convencidos de que los hasidim saben dónde se encuentra, y tienen toda la razón. Además, me parece que ellos quieren estar allí.
– ¿A qué te refieres?
– ¿No lo ves? Esta noche será el momento culminante, cuando todo confluya. Ellos querrán estar donde la profecía va a cumplirse, a hacerse realidad, porque aquí será donde todo acabará, TC. ¿No lo entiendes? Nueva York es la Sodoma del siglo veintiuno. ¡Es aquí donde el mundo por fin saldrá perdedor de su regateo con Dios! Solo treinta y seis hombres justos. Mientras sigan con vida, el mundo perdurará. Sin ellos, todo habrá acabado. ¡Esa gente quiere estar aquí para ver cómo sucede!
– Will, me estás asustando.
– ¡Y hay otra cosa! -Se interrumpió-. Bueno, no tenemos tiempo. Debo marcharme. -Colgó y marcó el número de The New York Times.
– Amy Woodstein.
– Amy, soy Will. Necesito que hagas algo por mí.
– ¡Will! -exclamó ella en un susurro-. Se supone que no debería estar hablando contigo. ¿Te está ayudando alguien?
– En estos momentos lo que necesito es que me ayudes tú, Amy. En mi mesa verás el folleto de una convención de la Iglesia de Jesús Renacido. ¿Podrías cogerlo y leérmelo?
Amy dejó escapar un suspiro de alivio.
– Espera un momento. -Al cabo de unos instantes regresó-. De acuerdo, dice: «La Iglesia de Jesús Renacido. Valorar a las familias a través de los valores familiares. Reunión espiritual en el Javits Convention Center del número 35 de West Street…». Espera un momento, Will… ¡Es hoy!
– ¡Sí! -Will sonó triunfal.
– Oh, Will, no sabes cómo me alegro de que encuentres consuelo en tu fe. Sé de tantas personas que al enfrentarse a un desafío…
– Amy, gracias, me encantaría charlar contigo, pero debo marcharme.
Media hora más tarde, Will llegaba al Javits Convention Center, donde vio un mostrador de delegados atendido por voluntarios de intensa mirada. No iba a funcionar.
«¡Ah, el mostrador de prensa!»
– Disculpen, soy periodista de The Guardian, un diario londinense, y me temo que no estaré en sus listas. ¿Habría alguna forma de que pudieran hacerme un hueco?
– Lo siento, señor. Me temo que las acreditaciones deben tramitarse a través de nuestra oficina de Richmond. ¿Presentó usted su preacreditación?
«¿Una preacreditación?», se pregunto Will, que creía conocer todos los estrafalarios conceptos de Norteamérica.
– No, lo siento. No pude hablar con ellos por teléfono, pero el director de mi periódico se sentirá muy decepcionado si no puedo cubrir esta maravillosa celebración de los valores familiares. En Inglaterra no tenemos nada parecido, y me consta que hay una gran demanda de este tipo de ejemplo espiritual. ¿No podrían permitirme la entrada, aunque solo fuera media hora, para que al menos pueda decir a mi jefe que lo vi con mis propios ojos?
Había tocado todas las teclas. En los años que llevaba en Estados Unidos, esa clase de cháchara le había abierto las puertas de la NASA con ocasión de un lanzamiento, de Graceland en la Noche de Elvis, y en un debate entre los candidatos a la presidencia en Trenton, New Jersey. Confiaba en que sus ojos brillaran de auténtica expectación.
Sin embargo, la mujer del mostrador de prensa, en cuyo identificador se leía CARRIE-ANNE, AUXILIAR, no estaba dispuesta a ceder.
– Lo siento, tendrá que hablar con Richmond primero.
«¡Maldita sea!»
– Claro. ¿Qué número debo marcar?
Will lo apuntó cuidadosamente. Luego, sacó el móvil y marcó el número de su casa.
– Hola -dijo al aparato-. Soy Tom Mitchell, de The Guardian, de Londres. Es sobre la convención de hoy. Me preguntaba si habría alguna posibilidad de que… Sí, eso mismo. -En el otro extremo de la línea se oía la voz de su contestador automático, que le decía que ni él ni Beth se encontraban en casa en esos momentos. Siguió hablando para acallar el sonido-. O sea, ¿que debo echar un vistazo al programa? Vale, un momento. -Will puso una mano sobre el móvil y se volvió hacia Carrie-Anne-. Me dicen que tengo que mirar el dossier de prensa.
Sin dudarlo, ella le entregó uno.
– De acuerdo -siguió fingiendo Will-. Ahora debo ver lo que hay y decidir lo que me interesa y… Muy bien, ha sido de gran ayuda. Muchas gracias.
Mientras seguía hablando con su contestador automático, Will repasó la lista de sesiones.
En la Suite Holden: «Volver a unir lo que estuvo unido: el papel de los padres tras el divorcio, por el reverendo Peter Thomson».
En el Salón McMillan: «¿Cómo lo haría Jesús? Buscar el consejo del Salvador».
Will no encontró lo que andaba buscando. Alzó la mirada y vio a Carrie-Anne sonriendo mientras entregaba las acreditaciones a un reportero de televisión y a su cámara. Silenciosamente, se dio la vuelta y se dirigió hacia las salas de conferencias sujetando en lugar bien visible el dossier de prensa a modo de acreditación.
Volvió a echar un vistazo al programa: pausas para almorzar, guardería infantil, talleres de trabajo… Entonces, sus ojos se detuvieron.
En la capilla: «Entrar en la era mesiánica. Conferenciante pendiente de confirmación. Sesión restringida».
Miró la hora en su reloj: ya había empezado. ¿Dónde se hallaba la capilla en aquel enorme complejo de salas, escaleras y pasillos? Revisó el dossier hasta que encontró una guía del centro. En el tercer piso.
Había un montón de puertas, pero al final vio una con un rótulo donde aparecía una figura arrodillada en ademán de orar. Will apoyó la oreja contra el batiente.
– … ¿Cuántos siglos hemos esperado? Más de veinte. Y a veces nuestra paciencia ha parecido a punto de agotarse, nuestra fe ha flaqueado.