– Tengo un compromiso -explicó al ver que yo reparaba en el ademán-. Una reunión de viejos amigos. Ya sabes cómo son estas cosas.
– ¿Algún nombre que pueda sonarme de algo?
– No, ninguno. Son todos posteriores a los tiempos de tu padre. -Se reclinó en la silla-. Bueno, esto no es una visita de cortesía, ¿verdad que no, Charlie?
– Tengo algunas preguntas que hacerte -dije-. Sobre mi padre, y sobre lo que ocurrió la noche que murieron aquellos chicos.
– Mira, en cuanto a los asesinatos, la verdad es que no puedo ser de gran ayuda. Yo no estaba presente. Aquel día ni siquiera vi a tu padre.
– ¿Ah, no?
– No, era mi cumpleaños. Tenía el día libre. Había hecho una detención sonada por un asunto de droga y recibí mi recompensa. En principio tu padre iba a reunirse conmigo al acabar su turno, como hacía siempre, pero no llegó. -Hacía girar la taza entre las manos, observando los dibujos que se formaban en la superficie del líquido-. Después de aquello ya nunca volví a celebrar mi cumpleaños como antes. Demasiados recuerdos, todos malos.
No iba a dejarlo escabullirse tan fácilmente.
– Pero esa noche vino tu sobrino a casa.
– Sí, Francis. Tu padre me llamó al Cal's. Me dijo que estaba preocupado. Creía que alguien intentaba haceros daño a tu madre y a ti. No me explicó qué lo llevaba a pensar aquello.
El Cal's era el bar que estaba por entonces justo al lado de la comisaría del Distrito Noveno. Ya no existía, como tantas cosas de los tiempos de mi padre.
– ¿Y no se lo preguntaste?
Jimmy hinchó las mejillas.
– Puede que se lo preguntara. Sí, seguro que sí. No era propio de Will comportarse así. Él no era de esos que se asustan por cualquier cosa, y no tenía enemigos. Es decir, puede que contrariase a más de uno, y encerró a algún que otro elemento de cuidado, pero eso lo hacíamos todos. Era puro trabajo, nada personal. Por aquel entonces ellos veían la diferencia. Al menos la mayoría.
– ¿Qué dijo? ¿Te acuerdas?
– Si no recuerdo mal, sólo me pidió que confiara en él. Sabía que Francis vivía en Orangetown. Me preguntó si podía mandarlo a vigilaros a ti y a tu madre, sólo hasta que él tuviera ocasión de volver a casa. Después de eso todo ocurrió muy deprisa.
– ¿Desde dónde te llamó mi padre?
– Caramba. -Pareció rebuscar en su memoria-. No lo sé. Desde la comisaría no, eso desde luego. Se oía ruido de fondo, así que seguramente llamaba desde el teléfono de un bar. Ha pasado mucho tiempo. No lo recuerdo todo.
Bebí un poco de café y hablé con cautela.
– Pero no fue una noche como otra, Jimmy. Hubo muertos, y después mi padre se quitó la vida. Esa clase de cosas no se olvidan así como así.
Lo vi ponerse tenso y sentí que su hostilidad afloraba a la superficie. Jimmy sabía usar los puños, me constaba; sabía usarlos y se le escapaban con facilidad. Mi padre y él se compensaban mutuamente. Mi padre mantenía a Jimmy bajo control, y éste, por su parte, sacaba un filo a mi padre que de lo contrario quizás habría permanecido romo.
– ¿A qué viene esto, Charlie? ¿Me estás llamando mentiroso?
¿Qué pasa, Jimmy? ¿Qué escondes?
– No -contesté-. Sólo que no quiero que te calles nada por, digamos, no herir mis sentimientos.
Se relajó un poco.
– En fin, fue un mal trago. No me gusta recordar aquellos momentos. Era mi amigo, el mejor.
– Eso ya lo sé, Jimmy.
Asintió.
– Tu padre me pidió ayuda y yo hice una llamada. Francis se quedó con tu madre y contigo. Yo estaba en la ciudad, pero, como supondrás, no podía quedarme al margen cuando quizás estaba ocurriendo algo malo. Sin embargo, cuando llegué a Pearl River, aquellos dos chicos ya habían muerto y estaban interrogando a tu padre. No me dejaron hablar con él. Lo intenté, pero los de Asuntos Internos lo tenían bien cercado. Fui a vuestra casa y hablé con tu madre. Tú dormías, creo. Después, ya sólo lo vi con vida una vez. Pasé a recogerlo cuando acabó el interrogatorio. Fuimos a desayunar, pero él apenas habló. Sólo quería serenarse antes de volver a casa.
– ¿Y no te explicó por qué acababa de matar a dos personas? Vamos, Jimmy. Erais íntimos amigos. Si habló con alguien, tuvo que ser contigo.
– Me dijo lo mismo que había contado a Asuntos Internos, y a quienquiera que estuviese en aquella sala con él. El chico hizo varias veces ademán de llevarse la mano bajo la cazadora, provocando a Will, como si escondiera allí una pistola. Hacía amago y sacaba la mano. Will dijo que la última vez fue en serio. Su mano desapareció, y Will disparó. La chica gritó y empezó a tirar del cuerpo de su compañero. Will la avisó antes de disparar también contra ella. Dijo que algo se apoderó de él cuando el chico empezó a buscarle las cosquillas. Es posible. Aquéllos eran otros tiempos, tiempos violentos. No salía a cuenta correr riesgos. Todos conocíamos a hombres que habían liquidado a alguien en la calle.
»Cuando volví a ver a Will, estaba debajo de una sábana y tenía un agujero en la parte de atrás de la cabeza que habría que rellenar antes del funeral. ¿Es eso lo que te interesaba saber, Charlie? ¿Quieres que te cuente lo mucho que lloré por él, cómo me sentí porque no estaba a su lado, cómo me he sentido todos estos años? ¿Es eso lo que buscas: alguien a quien culpar por lo que pasó esa noche?
Había levantado la voz. Yo veía la ira en él, pero no entendía la causa. Parecía falsa. No, eso no era verdad. Su tristeza y su rabia eran auténticas, pero las usaba como pantalla de humo, como un medio para ocultar algo, de ocultármelo a mí y también a sí mismo.
– No, no es eso lo que busco, Jimmy.
Lo que dijo a continuación destilaba cierto hastío, y una especie de desesperación.
– ¿Qué quieres, pues?
– Quiero saber el porqué.
– No hay un porqué. ¿Es que no puedes meterte eso en la cabeza? La gente lleva veinticinco años preguntando por qué. Yo mismo he preguntado por qué, y no hay respuesta. La razón, fuera cual fuese, se fue a la tumba con tu padre.
– Eso no me lo creo.
– No debes removerlo, Charlie. De esto no saldrá nada bueno. Déjalos descansar en paz, a los dos, a tu padre y a tu madre. Todo eso es agua pasada.
– Ahí está el problema: no puedo dejarlos descansar.
– ¿Por qué no?
– Porque uno de ellos, o los dos, no era pariente consanguíneo mío.
Fue como si alguien hubiese pinchado a Jimmy Gallagher con un alfiler desde atrás. Arqueó la espalda y pareció que parte de su mole se disipaba. Se desplomó contra el respaldo de la silla.
– ¿Cómo? ¿Qué manera de hablar es ésa?
– Lo sé por los grupos sanguíneos. No coinciden. Yo soy del grupo B. Mi padre era del grupo A, mi madre del grupo 0. Es imposible que de unos padres con esos dos grupos sanguíneos salga un hijo del grupo B.
– Pero ¿quién te ha dicho eso?
– He hablado con el médico de la familia. Ya está jubilado, pero conserva los historiales. Los consultó y me mandó copias de análisis de sangre de mi padre y mi madre. Eso me lo confirmó. Podría ser hijo de mi padre, pero no de mi madre.
– Eso es una locura -dijo Jimmy.
– Tú estabas más unido a mi padre que cualquier otro amigo suyo. Si se lo hubiera contado a alguien, habría sido a ti.
– ¿Contarme qué? ¿Que un extraño se le coló en el nido? -Se puso en pie-. Me niego a escucharlo. Me niego. Te equivocas. Seguro que te equivocas.
Cogió las tazas, vació el contenido en el fregadero y las dejó allí. Pese a que me daba la espalda, advertí que le temblaban las manos.
– No me equivoco -repliqué-. Es la verdad.
Jimmy giró sobre los talones y avanzó hacia mí. Tuve la certeza de que iba a propinarme un puñetazo. Me levanté y aparté la silla de una patada, en tensión para recibir el golpe, esperando atajarlo si tenía tiempo de verlo, pero aquello no ocurrió. En lugar de eso, Jimmy me habló con calma, pausadamente.