Reparó en la atmósfera cargada de electricidad, como antes de una tormenta, y se dio cuenta de que estaba de más. Se dirigió a Cordelia y dijo al tiempo que hacía una ligera inclinación de cabeza:
– Te agradezco que me hayas recibido. Ha sido extremadamente amable por tu parte.
Cordelia no hizo el menor ademán de acompañarla a la puerta.
– Tu ayuda es de un incalculable valor. Ahora debemos luchar más que nunca por nuestras convicciones. -Respiró hondo y sus ojos oscuros acentuaron la extremada palidez de su piel-. Eres una amiga de verdad.
Vespasia no estaba de acuerdo. Cordelia sabía tan claramente como ella que eran cualquier cosa menos amigas.
– No podía obrar de otra manera -musitó y reparó en la ironía de sus palabras.
Sheridan se volvió hacia Vespasia.
– ¿Me permites que pida tu coche? -preguntó y se estiró para accionar el tirador de la campana.
– Gracias -aceptó.
Era tanta la tensión que había en el aire que parecía poder cortarse. Enid paseó la mirada de su hermano a su cuñada y Vespasia no supo si su mirada era de cólera o de temor. Tenía los hombros rígidos y la cabeza alta, como si esperase que volviera un antiguo dolor que ni siquiera su valor podría compensar.
– Piers se sentirá muy apenado -intervino Denoon bruscamente.
Vespasia recordó que Enid tenía un hijo. Debía de rondar los treinta años, ya que tenía aproximadamente la misma edad que su primo Magnus.
Cordelia captó el mensaje.
– Creo que nosotros también deberíamos marcharnos -opinó Enid y se dirigió a Denoon más que a Cordelia-. La discusión acerca de las reformas legales puede esperar un par de días. Además, necesitarán meses, o años, para ponerlas en práctica.
– ¡No disponemos de años! -exclamó Denoon colérico y con la cara encendida-. ¿Crees que las fuerzas de la anarquía se quedarán cruzadas de brazos a la espera que las desbaratemos?
– Supongo que se darán por satisfechas viendo cómo nos desbaratamos -replicó ella.
– ¡No seas ridícula! -añadió Denoon con voz apenas audible, como si su esposa lo hubiera avergonzado y no supiese cómo afrontar la situación en presencia de Vespasia y Landsborough.
Sheridan Landsborough se tensó, se aproximó a su hermana y se distanció de su esposa. Respiró con los dientes apretados.
Vespasia estaba profundamente incómoda. Se sintió obligada a intervenir antes de que la situación empeorase:
– Es posible que causemos daños si reaccionamos demasiado rápida o drásticamente -afirmó, miró a Enid y desvió los ojos hacia otro lado-. No podemos desatar críticas por ser tan represivos como dicen o que nos vuelvan la espalda por autoritarios. De momento, los corazones y las mentes están a nuestro favor. No podemos permitirnos el lujo de perderlos.
Transcurrieron varios segundos en un insoportable silencio hasta que Landsborough tomó la palabra:
– Sí, por supuesto, tienes toda la razón.
Sheridan salió al pasillo. Vespasia lo siguió. Pidieron a un lacayo que informase a su cochero de que estaba a punto de partir y de que hiciera lo mismo con el de los Denoon. Cordelia comentó algo acerca del tiempo y Vespasia respondió.
Se abrió la puerta forrada de fieltro verde que comunicaba con el alojamiento de los criados y un lacayo con librea la franqueó. Era joven y se movía con la gracia de alguien acostumbrado a la actividad física; parecía seguro de sí mismo. Solo miraba a Enid; no hizo caso de nadie más, ni siquiera de Denoon.
– Señora, el coche está a punto -anunció respetuosamente y se detuvo a cierta distancia.
Sus miradas se cruzaron unos instantes y el lacayo la desvió deliberadamente.
Enid le dio las gracias y se despidió de Landsborough apoyándole unos segundos la mano en el brazo. Saludó con una inclinación de cabeza a Cordelia, sonrió a Vespasia y se dirigió serenamente hacia la puerta mientras Denoon la seguía.
Poco después también llegó el coche de Vespasia. Landsborough le ofreció el brazo, como discreta muestra de que le gustaría conversar un poco más con ella, si no a solas, al menos fuera del alcance del oído de su esposa.
Vespasia se despidió nuevamente de Cordelia y aceptó el brazo de Landsborough. Franquearon juntos la puerta de entrada y bajaron la escalinata hacia el coche que la aguardaba.
– Gracias por venir -dijo Sheridan quedamente-. Ha sido muy amable por tu parte, sobre todo en estas circunstancias.
Vespasia no supo si se refería a su vinculación en el pasado o a la forma en la que Magnus había muerto y lo que aquello podía acarrear. Tal vez en el futuro habría acusaciones de culpa o ultrajes públicos.
– Lamento profundamente tu pérdida -declaró con sinceridad-. Es indudable que más adelante tendremos que afrontar otras cuestiones pero, de momento, son irrelevantes.
Landsborough esbozó una ligera sonrisa. Su rostro parecía avejentado y tenía la piel delgada como el papel, pero su mirada era la de siempre. '
– Pero no tardarán en llegar. Magnus siempre fue demasiado entusiasta. Abrazó algunas causas porque la injusticia lo sublevaba. Aunque no siempre las estudió con suficiente profundidad ni se dio cuenta de que, en ocasiones, hay malas personas que defienden una buena causa. Tendría que haberle enseñado a tener más paciencia y mucha más sabiduría.
– No se puede enseñar a quien no quiere aprender -añadió Vespasia con delicadeza-. Creo recordar que, cuando rondaba los treinta años, fui una especie de revolucionaria. La suerte fue que no me dediqué a ello en mi país, aunque en Roma encendí tanto los ánimos que tuve que irme. Afortunadamente pude regresar a Inglaterra.
Landsborough la miró con una antigua ternura que Vespasia recordó con placer y culpa.
– Jamás me lo contaste. Solo hablamos del calor y de la comida. Siempre te gustó la comida italiana.
– Tal vez algún día te lo cuente -respondió, aunque sabía que jamás lo haría.
Aquel verano de 1848 formaba parte del pasado, no podía incorporarlo al resto de su vida y no le apetecía compartirlo ni siquiera con Sheridan Landsborough. Además, podría dolerle recordar la juventud, el ímpetu del idealismo y el amor que se le había escapado, y quizá también le recordaría al hijo cuya pérdida lloraba.
El coche aguardaba. Vespasia lo miró a los ojos y vio recuerdos, soledad y tal vez un poco de culpa. En su juventud podría haber sido un revolucionario. La injusticia y el cambio le importaban y había tenido el valor suficiente para expresarlo. Tal vez por ese motivo jamás había ocupado altos cargos en el gobierno. ¿Hasta qué punto estaba al corriente de lo que hacía Magnus? ¿Cabía la posibilidad de que en un principio estuviese de acuerdo y en el presente se dispusiera a defender la memoria de su hijo?
– Adiós -se despidió Vespasia tras aceptar la ayuda de Sheridan para subir al coche.
Durante el trayecto de regreso se planteó las mismas preguntas y a lo largo de la tarde sus pensamientos volvieron a la conversación entre Cordelia y Denoon y a las argumentaciones de Enid en sentido contrario. Su rostro se había encendido a causa de una emoción que era algo más que puro idealismo y el dolor estaba tan a flor de piel que casi le resultaba imposible controlarlo.
Mientras caía la noche, Vespasia supo que no podía seguir pensando en aquella cuestión en solitario y pidió el coche para trasladarse a Keppel Street.
Charlotte estaba encantada de verla. Ya no se sentía incómoda por la modestia de su casa. Hacía años que se había dado cuenta de que en su cocina Vespasia se sentía mucho mejor que en la suya, en la que era dueña y señora, y donde los criados solo respondían cuando les dirigían la palabra. Vespasia vivía en una casa llena de personas pero, en muchos aspectos, estaba sola. Así había sido desde la muerte de su marido y hasta es posible que incluso antes. Los hijos le ofrecían otra clase de afecto, que no necesariamente incluía la compañía.