– ¡Tía Vespasia! -la saludó Charlotte con sincera alegría-. Pasa, por favor. ¿Quieres que nos sentemos en el salón?
– En absoluto -replicó Vespasia con franqueza-. ¿Hay algún problema en la cocina?
Charlotte sonrió.
– Los de costumbre. La colada está seca, los gatos duermen en la cesta de la leña y Gracie está guardando los platos en su sitio. Claro que también puedo hacerlo yo mientras ella dobla la ropa arriba.
Charlotte cogió la capa de Vespasia, el bastón con empuñadura de plata que solía llevar, pero que en realidad nunca usaba, y el sombrero.
En cuanto abrieron la puerta de la cocina, Gracie se volvió en el banco en el que secaba los platos de la cena y adoptó una actitud muy formal. Hizo una reverencia un poco tambaleante pero muy correcta.
– ¡Buenas noches, lady Vespasia! -exclamó casi sin aliento.
– Buenas noches, Gracie -saludó Vespasia. Pasó por alto la reverencia, con su habitual estilo-. He tenido un día muy difícil ¿Serías tan amable de prepararme una taza de té?
Gracie se ruborizó encantada. Cuando se giró dio un codazo a los platos, aunque en el último momento logró evitar que cayesen al suelo.
Charlotte miró a Vespasia, disimuló una sonrisa y se apresuró a intervenir:
– Lamento que hayas tenido un día tan malo. ¿Qué ha pasado?
Vespasia se sentó en una de las sillas de la cocina, con la espalda tan recta como cuando era estudiante y la institutriz le daba con la regla cada vez que hundía los hombros. Aprendió a andar con una pila de libros sobre la cabeza, más exactamente de diccionarios, nada de textos frívolos como las novelas, y desde entonces tenía la costumbre de adoptar siempre una buena postura. Sin pensar recogió a su alrededor las faldas de color gris oscuro para evitar que pudieran molestar.
– Fui a dar el pésame a lord y lady Landsborough por la muerte de su hijo -explicó sin circunloquios-. Solo pretendía dejar una nota y me sorprendió que me recibieran. -Notó que Charlotte abría mucho los ojos-. Cordelia Landsborough no me cae bien y a ella le ocurre lo mismo conmigo, por diversos y justificados motivos en los que no es necesario entrar. -Charlotte se mordió el labio inferior y no hizo comentario alguno-. Estoy convencida de que me recibió porque quiere utilizar mi influencia política en su cruzada para que el Parlamento apruebe una ley que permitiría a los policías llevar armas de fuego -prosiguió Vespasia-. Y para que, en el cumplimiento de su deber, tengan el poder suficiente para invadir la intimidad de la gente corriente. Esa cuestión me ha dejado muy preocupada. Edward Denoon también estaba allí. Supongo que has leído su editorial en el diario de hoy.
El tono de Vespasia no era el de una pregunta.
A Gracie se le cayó al suelo una cucharada de hojas de té y se agachó a recogerlas. Se movió en silencio para no interrumpir la conversación.
Charlotte miró a Gracie y nuevamente a Vespasia con expresión seria y el rostro ligeramente fruncido de inquietud.
– ¿Acaso las palabras de lady Landsborough no se deben al dolor? -preguntó-. Pobre mujer, tiene que estar destrozada.
Apretó los labios y tensó los músculos de cuello como si pensara en su propio hijo, que se encontraba en el primer piso y supuestamente repasaba los textos escolares antes de acostarse. Era un niño todavía manejable y dispuesto a obedecer. Al cabo de unos años sería muy distinto; estaría lleno de pasión y obstinación, convencido de saber cuáles eran los males del mundo y la manera de corregirlos. Probablemente sería lo que haría si poseía el ardor y el valor que suele tener la juventud.
– Se sobrepondrá al dolor obligándose a actuar -afirmó Vespasia-. Lo superará a través del agotamiento, de las lágrimas o de cualquier cosa que podamos imaginar.
Charlotte reflexionó unos segundos antes de responder, pero su expresión se suavizó; prefería evitar la dificultad de comprender los sentimientos de Vespasia.
– ¿La ayudarás a introducir semejante cambio legal? -inquirió consternada ante esa posibilidad.
Gracie permanecía de espaldas al fregadero y ni siquiera fingía no escuchar la conversación. Embelesada, paseó la mirada de una a otra. Aunque no se atrevió a interrumpir, era evidente que tenía una clara opinión acerca de ese tema.
– No -repuso Vespasia-. No lo haré.
Gracie aspiró aire ruidosamente.
Charlotte sonrió y se relajó un poco.
– Me hago cargo de lo que siente -admitió-. La violencia es aterradora y debemos hacer cuanto podamos para evitarla.
Su tono moderado fue la gota que colmó el vaso para Gracie. Como la que hablaba no era Vespasia, sino Charlotte, no se sintió obligada a seguir en silencio.
– ¡Son las personas corrientes las que vuelan por los aires! -exclamó desesperada-. ¡Es posible que no tengan poder ni dinero, pero la policía y el gobierno deberían protegernos! Me parece horrible. En los periódicos he visto imágenes de lo que han hecho. ¿Dónde dormirán esta noche? Han perdido sus casas y todo lo que tenían. ¿Quién les devolverá sus pertenencias?
Charlotte se ruborizó, incómoda ante la posibilidad de que Vespasia se hubiera ofendido.
Esta observó a Gracie con absoluta seriedad; la criada palideció, pero no bajó la mirada.
– Esta es una pregunta tremendamente difícil de responder -repuso Vespasia en tono quedo-. Haré cuanto esté en mis manos para recaudar dinero a fin de ayudar a los que se han quedado sin hogar. Te doy mi palabra. Sin embargo, el motivo por el que no colaboraré con el señor Denoon es que no confío en que su respuesta sea moderada. Me temo que reaccionará tan violentamente que agravará el problema en lugar de solucionarlo.
Gracie parpadeó.
– ¿Lo hará? ¿De verdad está dispuesta a ayudarlos?
El agua empezó a hervir, pero no le hicieron el menor caso.
– Ya he dicho que lo haré -replicó Vespasia, muy seria-. Tus comentarios son muy justos. Nos encolerizamos por la destrucción y pensamos en la manera de castigar a los que la han causado en vez de esforzarnos por ayudar a quienes la padecen.
Ninguna de las tres oyó que Pitt cerraba la puerta ni percibió sus ligeras pisadas por el pasillo.
– Gracias, tía Vespasia -dijo Pitt con gran seriedad.
Hacía tiempo que le permitía que la llamara así. Pitt entró en la cocina, saludó primero a Vespasia y a continuación a Charlotte y a Gracie. Tomó asiento en otra de las sillas de respaldo rígido.
– Thomas, ya se ha producido una reacción -le comunicó Vespasia-. Edward Denoon intenta hacer campaña en favor de armar a la policía y de ampliar sus competencias para que pueda registrar a los ciudadanos y sus hogares.
No era necesario que Vespasia explicase a Pitt quién era Denoon.
– Lo sé -confirmó sombríamente-. ¿Crees que lo conseguirá?
Vespasia reparó en la angustia y en la necesidad de tener esperanzas que se reflejaban en el rostro de Pitt. Jamás le había mentido, y no se le ocurriría empezar a hacerlo con un tema de esa gravedad.
– Me temo que será difícil detenerlo. Hay muchas buenas personas que están muy enfadadas y asustadas.
Pitt parecía cansado.
– Es cierto, y quizá tienen derecho a estarlo. Sin embargo, la situación no mejorará armando a la policía. Solo nos falta tener que enfrentarnos a batallas campales en plena calle. Si registramos a los ciudadanos sin motivos de peso o entramos en sus casas, el único lugar en el que se sienten seguros, perderemos su disposición a colaborar. No debemos olvidar que tardamos treinta años en conseguirlo.
Gracie parecía profundamente confundida. Pitt estaba de espaldas a ella y no notó su mirada de consternación. Pero Charlotte sí la vio.
– Debemos luchar contra ellos. ¿Qué podemos hacer? ¿Tienes idea de quiénes son o, al menos, de qué quieren?
– Sé lo que dicen que quieren -repuso Pitt cansinamente.