Charlotte percibió en su marido un sentimiento de dolor que hasta entonces no había notado.
– ¿Qué quieren?
– El fin de la corrupción policial -respondió.
Charlotte se quedó de piedra.
– ¿Has dicho corrupción?
Pitt se tocó los cabellos.
– Desconozco si existe en el grado que afirman, pero tendré que averiguarlo. Es necesario que la gente crea en la ley si queremos que la respete.
Vespasia notó que el frío se apoderaba de ella y experimentó una sensación de pérdida mucho mayor que la que provoca la muerte de un hombre, por muy violenta o trágica que esta haya sido.
– En ese caso, es posible que tengamos que librar una batalla -aseguró Vespasia-. Debemos prepararnos para el combate.
3
Por la mañana, Pitt volvió al calabozo para intentar averiguar algo más hablando con los anarquistas. Welling tenía la mirada perdida y parecía agotado. Daba la sensación de que había pasado la noche en vela, andando de aquí para allá, y que estaba demasiado afectado para pensar coherentemente. Ni siquiera se atrevió a hablar con Pitt.
La actitud de Carmody fue distinta. Era un idealista que solo deseaba hablar de la opresión del gobierno, de la explotación de los pobres y de los males intrínsecos de la propiedad y las normas. Estaba lleno de energía y apenas podía estarse quieto.
– ¡Somos viejos! -exclamó, miró impetuosamente a Pitt y agitó sus delgados dedos en el aire-. ¡Estamos cansados! Necesitamos un nuevo comienzo. Debemos acabar con los errores del pasado, borrarlos de una vez por todas. -Realizó gestos desaforados con ambos brazos-. ¡Hay que empezar otra vez!
– ¿Con nuevas reglas? -inquirió Pitt con amargura.
– ¿Lo ve? ¡Ha vuelto a hacerlo! -lo acusó Carmody-. Es incapaz de pensar sin reglas. Finge escuchar, pero no hace el menor caso. Es como todos, intenta imponer su voluntad a los demás. Todo se reduce siempre a lo mismo: el poder, el poder, constantemente el poder. No ha oído una sola de mis palabras. ¡Nada de reglas! Están asfixiando a la gente, la están matando lentamente. ¿No se da cuenta? Terminarán por matar a todo el país.
– En realidad, creo que el problema es precisamente el contrario -puntualizó Pitt y pasó el peso del cuerpo de un pie al otro.
La atmósfera del calabozo era asfixiante y húmeda. Carmody estaba exasperado y la fingida estupidez de Pitt pudo con él.
– ¡Fuera! -gritó de repente-. ¡No pienso decirle nada! No fuimos nosotros, sino ustedes quienes mataron a Magnus. No teníamos motivos para liquidarlo. Era nuestro jefe.
– ¿Tal vez otro quería ocupar su lugar? -preguntó Pitt sin moverse.
Carmody lo observó con profundo desprecio.
– ¿Es eso lo que hacen ustedes? ¿El que quiere ascender en la policía mata al hombre que tiene por encima?
Pitt se metió las manos en los bolsillos antes de responder:
– No daría resultado. Hay reglas que lo impiden.
La ira demudó unos segundos la expresión de Carmody, pero luego se dio cuenta de que se mofaban de él.
– ¡Y por descontado ustedes siempre acatan las reglas! -añadió con mordacidad-. Es precisamente lo que he visto en Bow Street.
Pitt estuvo a punto de contestar y de atraparlo en la necesidad que mostraba Carmody de regirse por ciertas reglas, pero el sarcasmo acerca de Bow Street le dolió más de lo que imaginaba. Por mucho que en aquel momento fuese responsabilidad de Wetron, la fama de esa zona lo preocupaba intensamente. Había trabajado con algunos de esos hombres; recordaba particularmente a Samuel Tellman, que se mostró muy molesto con Pitt cuando asumió el mando. Tellman pensaba que no estaba preparado para dirigirles y que lo habían ascendido inmerecidamente. El mando era coto de los caballeros, de ex oficiales del ejército o de la armada, que valoraban los méritos de la experiencia y no estorbaban. Tellman no aprobaba a los que ascendían desde la base. Para ambos fue un recorrido largo y con frecuencia difícil hasta que, poco antes de la expulsión de Pitt, llegaron a confiar el uno en el otro. Al cabo de poco tiempo, la lealtad de Tellman salvó la vida de Charlotte en Devon.
Una expresión triunfal cambió lentamente el semblante de Carmody al ver que Pitt no respondía; supo que su disparo había dado en el blanco.
– Si no quiere reglas -dijo Pitt finalmente-, ¿por qué se queja de que algunos hombres de Bow Street no las respetaran? ¡Cabe suponer que estaría de acuerdo!
– ¡Porque son una sarta de hipócritas! -se sulfuró Carmody-. ¡Solo las respetan cuando les conviene!
– ¿Y no es lo que hace usted? -preguntó Pitt-. ¿No es lo que defiende? Que cada uno haga lo que quiera y sin normas, incluso sin reglas sobre el respeto de las reglas. -Carmody estaba confundido. Pitt se inclinó y añadió con gran seriedad-: Escuche, tengo tantos o más deseos que usted de saber quién mató a Magnus. Quien lo haya hecho transgredió mis reglas. Asegura usted que no cree en reglas, pero no es más que una tontería. Está enfadado conmigo porque piensa que le miento…
– ¿Y no lo hace? -lo acusó Carmody.
– ¡Aja, veo que tiene reglas acerca de la mentira! -apostilló Pitt. Carmody bufó ruidosamente-. Supone que uno de nosotros mató a Magnus y se enfurece porque no espera que la policía mate a sangre fría. Por lo tanto, tiene normas sobre el asesinato. ¿Qué me dice de la traición? ¿También tiene reglas sobre ella?
Carmody pareció traspasarlo con la mirada.
Pitt se limitó a esperar.
– Sí -reconoció Carmody con mirada precavida y dolida.
– Quien disparó contra Magnus fácilmente podría haber acabado con Welling y con usted. ¿Por qué no lo hizo? -Carmody parpadeó-. Veamos, en el caso de que lo matara un policía, ¿no cree que mi hipótesis tendría sentido? -Pitt aprovechó su transitoria ventaja-. ¿Para qué dejar con vida a un testigo? ¿Qué diferencia hay entre un anarquista y otro?
– Magnus era nuestro jefe -replicó Carmody sin dudarlo-. Matarlo tiene sentido.
– Tuvo que ser uno de los suyos, ¿quién más podía saber quién era el jefe? -quiso saber Pitt. Carmody permaneció en silencio, pero se puso pálido y miró a Pitt con mucha atención. La apariencia de hastío se esfumó-. De haber sabido algo acerca de ustedes, los habríamos detenido mucho antes de que hicieran estallar una bomba en Myrdle Street. Ahora parecemos unos incompetentes. De todos los policías que hay en Londres, ¿por qué Grover? ¿Por qué volaron su casa?
– Porque se dedicaba a hacer el trabajo sucio de Simbister, en Cannon Street -explicó Carmody.
Se recompuso, aunque la cólera hizo que le temblase la voz.
Pitt tuvo la sensación de que se le formaba un nudo en el pecho.
– ¿Cómo se enteraron?
Carmody dejó escapar un gruñido de impaciencia.
– Si hubiera conocido a Magnus, no lo habría dudado.
– No lo conocí.
– Era muy cuidadoso. Apuntó horarios, lugares y cantidades. Sabía exactamente quién pagaba y cuánto, quién amenazaba y quién cumplía las amenazas. Incluso ayudó a algunas personas saldando sus deudas.
Su tono era orgulloso y miró a Pitt con una ira que nacía del dolor y de la injusticia de una situación irreparable.
A Pitt se le cerró la boca del estómago, pero le creyó. De todas maneras, necesitaba más información y no podía esperar que Carmody creyese en él. Intentó que su expresión no revelase las emociones de su interior.
– ¿Lo sabe a ciencia cierta?
– ¡Sí, claro que sí! -Carmody se echó ligeramente hacia delante-. Además, usted me cree. Sabe perfectamente que digo la verdad. Si miente lo suficiente y logra que sus hombres también lo hagan, conseguirá que me ahorquen por el asesinato de Magnus, pero no podrán silenciarnos a todos. Hay pruebas y usted jamás las encontrará. No podrá impedir que el trabajo de quien sea que mató a Magnus continúe.
– ¿Qué quería Magnus? Al margen del caos, la falta de reglas, de seguridad para cultivar alimentos y trasladarlos a las ciudades, de transportes, calefacción, luz o protección para los débiles…