– ¿Estás seguro de que pertenece a la policía? -preguntó Tellman contrariado.
– No. Solo estoy seguro de que los dueños de las tabernas creen que lo es. Necesito averiguarlo. Quiero que lo detengan y ocupar su lugar.
– ¿Para qué? Es posible que a la larga puedas relacionarlo con Grover, pero tendrás que demostrarlo. No sabes a quién rinde cuentas. Y puedes estar seguro de que no te lo dirá.
– Tienes razón -coincidió Pitt-. De todos modos, si recaudo el dinero alguien se pondrá en contacto conmigo.
Tellman hizo una mueca sin perder su expresión de seriedad.
– ¡Probablemente con un cuchillo en la mano!
– No lo harán hasta que recuperen el dinero que he recaudado y averigüen si trabajo solo.
Pitt era consciente del peligro que correría y le habría gustado encontrar otra forma de llegar al mismo fin, pero no se le ocurría otra.
Tellman estaba a punto de protestar cuando alguien llamó a la puerta.
– Adelante -dijo.
Se puso en pie cuando entró la casera.
Era una mujer guapa, de entre cincuenta y sesenta años; llevaba consigo el olor cálido y sabroso de la cocina. Un delantal blanco almidonado protegía la mayor parte de su vestido de algodón.
– Señor Tellman, ¿quiere que le guarde la cena? -preguntó y miró a Pitt-. Si le apetece, hay suficiente para su visita. Solo se trata de salchichas con puré de patatas y un poco de col, pero si quiere…
Tellman miró a Pitt.
Pitt aceptó de buena gana y Tellman pidió a la casera que les sirviera la cena tan pronto como pudiese. Aguardaron hasta que la trajo en una bandeja, se deshicieron en agradecimientos y solo entonces prosiguieron la conversación entre un bocado y otro. Era comida sencilla, pero bien cocinada, y las raciones eran generosas.
– Spitalfields está en la zona de Cannon Street -concluyó Tellman, disgustado-. Es el sector de Simbister. Últimamente Wetron ha hecho buenas migas con él. Por lo visto, ha establecido alianzas por todas partes, más de las que suelen realizarse. Habitualmente suele producirse una especie de… -Tellman buscó la palabra precisa-, una especie de rivalidad… pero ahora no es así. Es distinto. Da la impresión de… de que algo ha cambiado.
Pitt sabía adónde quería ir a parar su antiguo compañero. El Círculo Interior era una red de alianzas secretas, promesas y lealtades entre hombres que, aparentemente, no guardaban la menor relación entre sí. Los de fuera no sabían quiénes eran, simplemente estaban al tanto de que algunas de esas personas habían triunfado donde otras fracasaron. Los acuerdos comerciales se resolvían de cierta manera. Algunos habían ascendido en lugar de otros que tenían más aptitudes. Si Wetron, que era por entonces el jefe de lo que quedaba del Círculo Interior, establecía alianzas con posibles rivales del mando policial de mayor nivel del país, la situación podía ser preocupante.
– ¿Simbister? -preguntó Pitt.
– Y otros, pero sobre todo él -repuso Tellman sin dejar de masticar un trozo de salchicha-. Si los qué cobran las extorsiones pertenecen a Cannon Street, tienen que ser más de dos o tres. ¡No podrás confiar en nadie!
– Ya lo sé. -Pitt experimentó un escalofrío a pesar de estar en una habitación caldeada y de haber comido-. Por eso te necesito. También querría que alguien en quien confías detuviera a Jones cuando lo encuentre. Debo comprobar si lo que los anarquistas afirman es cierto.
No explicó por qué tenía que averiguarlo. No solo tenía que ver con saber quién había asesinado a Magnus Landsborough, sino que se trataba de algo de mucha más envergadura. Estaba en juego la integridad del cuerpo al que ambos servían y en el que siempre habían creído.
Tellman asintió y terminó de cenar sin alegría.
El silencio se prolongó después de que comieran los últimos bocados y empezase a enfriarse el té en la tetera.
El malestar era patente en el delgado rostro de Tellman. Procedía de una familia pobre pero muy respetable. Su padre había trabajado incansablemente para alimentarlos y vestirlos. Su madre era activa, malhumorada y escrupulosamente justa y los quería con una actitud defensiva que rayó en la violencia. De pequeños los regañaba por ser perezosos, apartarse del camino recto, ir demasiado de juerga, decir mentiras o meterse en asuntos ajenos. Claro que bastaba con que alguien criticara a sus hijos para que los defendiera como una leona. Consideraba que los logros que sus hijos conseguían no eran más que el cumplimiento de su deber y abordaba sus faltas con una estricta disciplina. Los quería a todos, pero del que se sentía más orgullosa era de Samuel porque luchaba por lo que consideraba justo. Lo incomodaba profundamente cuando lo ponía de ejemplo ante sus hermanos menores pero, después de la aprobación de Gracie, la de su madre era la que más importaba a Tellman.
Ver mancillado el buen nombre de su comisaría lo hería profundamente, tal vez incluso más que a Pitt.
– Yo también quiero saberlo -añadió Tellman quedamente-. Es imprescindible. Si también ocurre en nuestro distrito, si nuestros hombres cobran a cambio de dar protección, en mis manos está impedirlo. Si no lo hago también formaría parte de esa situación.
Clavó la mirada en Pitt y lo retó a llevarle la contraria.
– ¡Ten mucho cuidado! -advirtió Pitt de forma impulsiva, pues sabía qué fácilmente podía Tellman ser falsamente deshonrado e incluso asesinado.
En ocasiones los agentes de policía morían en el cumplimiento del deber. Sería una muerte heroica. El mismísimo Wetron lo alabaría. Pitt no podría demostrar que las cosas habían ocurrido de otra manera. Con un nudo en el estómago y un gran peso en su interior, se dio cuenta de que, pese a la beligerancia, la peculiar vulnerabilidad, los prejuicios y la tenacidad de Tellman, apreciaba a ese hombre como si perteneciese a su familia. Sufriría algo más que un sentimiento de culpa por haberlo implicado; sentiría soledad, una pérdida dolorosa y definitiva.
Charlaron un poco más y, tras reprimir a duras penas otra advertencia, Pitt salió a la calle. El aire nocturno era más fresco, las farolas amarilleaban a causa del humo y comenzaba a caer una bruma tenue. Caminó hasta la calle principal y cogió un coche de punto que lo llevó a su casa.
Por la mañana fue a ver a Narraway, tanto para informarle de sus avances como para saber qué había averiguado. Lo encontró en su despacho, parapetado tras una pila de papeles acumulados sobre la mesa y con la pluma en la mano.
– ¿Qué quiere? -preguntó Narraway bruscamente, tras alzar la cabeza cuando Pitt cerró la puerta.
Pitt tomó asiento sin que lo invitaran a hacerlo. Era la primera vez que hacía algo así. Sabía que Narraway era su superior y, pese a que su posición ya no era oficialmente insegura, la sensación de incertidumbre jamás lo abandonaba.
– Ayer investigué la corrupción de la que Welling y Carmody acusan a la policía -afirmó sin dar rodeos-. Quería demostrar que estaban equivocados.
– Y no lo consiguió -replicó Narraway sin soltar la pluma.
Pitt se llevó una gran sorpresa..
– ¡De modo que lo sabía!
Se sintió traicionado porque Narraway no le hubiese mencionado la acusación de corrupción, como si no confiara en su lealtad, independientemente de sus vinculaciones pasadas.
Narraway no le quitaba la mirada de encima. Su rostro se veía tenso y muy arrugado a causa de la luz del sol que entraba por la ventana de la izquierda. Tenía los ojos casi negros. Antaño su pelo había sido muy oscuro, pero en el presente sus sienes estaban generosamente salpicadas de gris.
– No, Pitt, no lo sabía -dijo cansino-. Lo he adivinado. Su actitud indica la gravedad de la situación como si fuera un faro. Si hubiera descubierto que la acusación es falsa no habría entrado en mi despacho a esta hora para comunicarlo sin darme siquiera los buenos días. En ese caso apenas tendría importancia.