Pitt se sintió ridículo. La acusación le había dolido lo suficiente como para afectar su capacidad de evaluación. Debía ser más Cuidadoso, no solo con Narraway, sino con todos.
Narraway sonrió a su pesar.
– ¿Es muy grave?
– Se trata de un caso de intimidación a gran escala -respondió Pitt y pensó en la tabernera de Ten Bells-. Recaudación periódica de parte de las ganancias de negocios más o menos honestos.
Narraway adoptó una expresión sombría.
– No es asunto nuestro y no creo que sea tan grave como para que un hombre como Magnus Landsborough se convierta en anarquista. De todos modos, hablaré con el comisario. Por lo visto tendrá que hacer limpieza. Lo lamento. Es desagradable descubrir que hay corrupción en nuestras filas. -Bajó la mirada a los papeles y, como Pitt no se movía, levantó nuevamente la cabeza-. ¿Es este el motivo por el cual colocaron una bomba en Myrdle Street?
– Sí. El hombre de la comisaría de Cannon Street, Grover, del que nos habló Welling, vivía en una de esas casas. Carmody también aseguró que estaba relacionado con las extorsiones y dijo que Magnus Landsborough lo sabía todo sobre él. ¿Ha encontrado alguna relación entre Landsborough y anarquistas extranjeros?
– No. Sabemos dónde están los anarquistas más activos y los más competentes. -Narraway hizo una mueca irónica con la boca-. Los incompetentes han volado por los aires y están en el hospital o están muertos. Por lo que sé, Landsborough no tenía conexiones europeas. Si Welling y Carmody son un ejemplo de la gente que recluían está claro que les interesan los ingenuos reformistas sociales que no tienen paciencia para utilizar las vías habituales e imaginan que si destruyen el sistema podrán construir otro mejor que lo sustituya. Todo esto sería realmente absurdo de no ser por las bombas.
Pitt lo observó e intentó evaluar las emociones que contenían sus palabras. ¿Había compasión, pena por la estúpida inocencia que había impulsado a esos jóvenes a despotricar contra la injusticia y soñar con cambiarla, o solo realizaba un juicio profesional para obrar en consecuencia y, al mismo tiempo, sopesar más atentamente a su subordinado?
– No es eso lo que me preocupa -admitió Pitt, que experimentó cierta satisfacción al ver que un chispazo de sorpresa aguzaba la expresión de Narraway-. Ayer por la tarde estuve con Samuel Tellman. No fui a Bow Street, sino a sus habitaciones -se apresuró a añadir tras percibir la intensa mirada de Narraway-. Le hablé de Grover, de las acusaciones de Carmody y de lo que había averiguado.
– ¡Pitt, no le dé más vueltas! -exclamó Narraway.
– Tellman lo creyó… sin pruebas. Y está convencido de que llega hasta las más altas esferas.
– Eso es obvio -espetó Narraway secamente-. ¿Qué pretende decir?
Pitt notó que su cuerpo se tensaba. Detestaba tener que mencionarlo y, por añadidura, Narraway no le facilitaba las cosas.
– Tellman afirma que Wetron establece alianzas con hombres que, en condiciones normales, serían sus rivales a la hora de ascender. Concretamente, con Simbister de Cannon Street.
Narraway expulsó aire lentamente.
– Comprendo. ¿Simbister forma parte del Círculo Interior?
– No lo sé. De todos modos, supongo que si no lo es muy pronto lo será.
– ¿Y qué tiene que ver Wetron con esto?
Narraway aferró la pluma y la movió lentamente arriba y abajo, como si no pudiera contener la tensión.
– El poder -replicó Pitt llanamente-. Siempre se trata del poder.
– ¿Y utiliza a Simbister? -Narraway elevó ligeramente la voz. Le costaba creerlo.
– Al menos es lo que parece.
– ¿Hasta qué punto le interesa que el cuerpo de policía sea corrupto? -preguntó Narraway-. Si aspira a ser comisario, no solo debe ser considerado muy competente, sino estar por encima de toda sospecha. En caso contrario, el Parlamento no lo apoyará, por mucho que sea tan rico como Creso. Los que ostentan el poder quieren estabilidad y, por encima de todo, seguridad en las calles. Si la propiedad no está a salvo los electores no se sienten satisfechos.
Narraway adoptó una expresión de desafío, como si esperase que Pitt le llevase la contraria.
– No sé por qué fomentaría un cuerpo de policía corrupto -reconoció Pitt-. ¿Está dispuesto a correr el riesgo de que Wetron esté implicado a través de Simbister?
Narraway ni siquiera se molestó en responder.
– ¿Qué le pidió a Tellman?
Pitt titubeó. Había decidido no mencionar a Narraway su plan de detener a Jones el Bolsillo y ocupar su lugar, pero tendría que haber pensado que no le quedaría más remedio que ponerlo al corriente. Era inevitable. Se explicó lo más sucintamente posible. No hacía falta decir por qué necesitaba la ayuda de Tellman. La BrigadaEspecial no tenía capacidad para detener asus integrantes y Pitt no podía arriesgarse a confiar en un agentede Cannon Street.
– Pitt, tenga cuidado -advirtió Narraway con sorprendente apremio. Su expresión irónica se había esfumado. Se inclinó ligeramente en la silla; ya no fingía interés por el papeleo-. No sabe quién o cuántas personas están implicadas. No solo ha de tener en cuenta la codicia, sino las viejas lealtades. ¡Bien sabe Dios que debería saberlo y temerlo! ¿Qué sucede con los que no están de acuerdo? Ay, ¡la ambición! Los hombres necesitan trabajo y tienen que alimentar a su familia. ¿Quién quiere tener que explicar a su esposa o a su suegro, para no hablar de sus hijos, los motivos por los cuales no asciende?
– Ya lo sé -reconoció Pitt en voz baja.
– ¿Lo sabe? -Más que una pregunta era un desafío-. Cualquier vinculación con usted convertirá a Tellman en un hombre marcado. ¿Se hace cargo de ello? Nadie le toma el pelo a Wetron, y menos usted. Le ofreció la posibilidad de destruir a Voisey y asumir la dirección del Círculo Interior, pero sabe perfectamente que usted es su enemigo más poderoso. Jamás lo olvidará y usted tampoco debería hacerlo.
Pitt sintió un escalofrío. Ya sabía que era así, pero en esa tranquila estancia la situación se hacía más real. Había sido cuidadoso y se había reunido con Tellman en sus habitaciones, al anochecer, cuando las calles estaban llenas de movimiento y había poca luz. ¿Se había equivocado al pedir ayuda al sargento?
Desde luego que no. Tellman no era un niño al que había que proteger de la verdad y, menos aún, al que había que negarle la posibilidad de defender al cuerpo de policía, que apreciaba tanto como Pitt. Por otro lado, sin su ayuda, Pitt no tendría éxito. No podía confiar en nadie más, sobre todo en Bow Street. La guerra no permite poner a salvo a los amigos y enviar únicamente a desconocidos al campo de batalla.
– Lo sé -afirmó-. Lo sé tan bien como él.
– En ese caso, adelante -apostilló Narraway tranquilamente-. Quiero saber quiénes participaron en el atentado. ¿Landsborough era realmente el cabecilla? ¿De dónde salió el dinero para las bombas? Y, por encima de todo y tras la muerte de Landsborough, ¿quién es el nuevo jefe? Antes de que se me olvide, ¿quién asesinó a Magnus Landsborough?
– No lo sé -respondió Pitt-. Carmody y Welling están convencidos de que fue uno de los nuestros,- lo que apunta a que lo asesinó alguien que no conocen. ¿Un anarquista rival, uno de los secuaces de Simbister?
– ¿Está diciendo un hombre de Wetron? -preguntó Narraway con voz apenas audible-. Pitt, averígüelo, tengo que saberlo.
Pitt pasó el resto de la jornada entre los escombros del atentado de Myrdle Street. Hizo más averiguaciones acerca de Grover, pero nadie se mostró dispuesto a extenderse salvo para confirmar que había ocupado la casa del medio y que se había quedado sin hogar, como los demás. Sí, era policía. La gente a la que interrogó se cerró en banda y se mostró a la defensiva, por lo que dedujo que estaba asustada. Nadie habló mal de Grover, pero sus miradas denotaron frialdad y falta de simpatía hacia él. La actitud general confirmaba las palabras de Carmody en lugar de refutarlas.