Jack miraba hacia abajo y tenía el ceño fruncido.
– ¿No has pensado que Voisey podría habérselo inventado para conseguir que le ayudaras a destruir a Wetron? -inquirió, pero su tono delató que no creía en lo que decía-. Sin duda lo odia incluso más que a ti. ¿Existe satisfacción mayor que enfrentar a tus enemigos? Da igual que pierda uno u otro; tú ganas y el superviviente queda lo bastante debilitado como para que puedas rematarlo.
– Ya lo sé. -Aquella posibilidad formó un nudo en el estómago de Pitt-. ¿Podemos darnos el lujo de permanecer al margen?
Jack esperó largo rato antes de responder. Casi habían llegado a la puerta de entrada al palacio y a su despacho.
– No -reconoció en tono quedo-. Pero ten cuidado, Thomas. Por amor de Dios, ten mucho cuidado. No confíes en Voisey, ni siquiera un segundo. -Pitt guardó silencio-. ¿Qué quieres de mí?
Pitt lo miró firmemente a los ojos.
– Ya me has respondido. Tanqueray seguirá adelante con el proyecto y crees que podrían aprobarlo. Si ocurre, Wetron tendrá poder para imponer su dominio en Londres. Sean cuales sean los riesgos, si hay una forma de impedirlo la utilizaré.
Jack escrutó su rostro.
– Mantenme informado -dijo finalmente Jack-. Ocúpate de… -Se encogió de hombros-. Lo siento. La sola idea me resulta detestable.
Pitt sonrió.
– A mí también.
Pitt entró en el despacho de Narraway y se puso tenso incluso antes de abordar el tema. Su superior estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a la puerta, y la luz destacaba las canas de su cabellera. Cuando Pitt entró, Narraway se volvió con expresión expectante.
– Llega tarde -espetó-. ¿Qué más ha averiguado de Magnus Landsborough? Tengo que saberlo antes de que los anarquistas se reagrupen y nombren a otro jefe. -Estaba impaciente-. ¿Quién financió la operación? ¿Hay más implicados? He hablado con mis fuentes de información y, por lo que me han dicho, no existe ninguna conexión con grupos extranjeros. El East End está atestado de polacos, judíos, franceses, italianos, rusos y lo que se le ocurra, pero a nadie le interesaba que Myrdle Street volara por los aires.
– No creo que existan conexiones extranjeras -opinó Pitt y también permaneció de pie. Estaba demasiado rígido y tembloroso como para sentarse. Llegó a la conclusión de que era mejor ir directo al grano. Por otro lado, tampoco habría podido dejar de comunicárselo a Narraway-. Llego tarde porque he ido a la Cámarade los Comunes y he estado hablando con JackRadley. En su opinión, hay muchas probabilidades de que seaaprobado el proyecto de Tanqueray para armar a la policía yaumentar sus competencias en registro y detención.
Narraway soltó juramentos con una violencia contenida que revelaba la intensidad de sus emociones.
– He recibido una oferta de ayuda que voy a aceptar porque la situación posiblemente es peor de lo que suponemos y Jack está convencido de que se deteriorará todavía más -añadió Pitt.
– ¿Cómo ha dicho? ¿Que ahora los anarquistas pretenden volar… el palacio de Buckingham? -preguntó Narraway con ironía.
– Sabotaje por corrupción -explicó Pitt-. En el caso de que se apruebe el proyecto, el cuerpo de policía podría convertirse en el ejército privado de Wetron.
El jefe dela Brigada Especial aspiró aire y de pronto pareció darse cuenta de la situación.Relajó los hombros, aspiró profundamente y se le iluminó lamirada.
– Wetron aprovechará la oportunidad -comentó con serenidad-. ¡Genial! En ese caso, no querrá que atrapemos a los anarquistas. Deseará que vuelvan a asestar un golpe para que los ciudadanos se asusten y le concedan el poder que desea. En ese momento invertirá la corrupción que ha fomentado. No le costará detener a los responsables porque ya sabe quiénes son… ¡Que Dios los ayude, fue el mismo Wetron quien los instigó! Pitt, ¿cómo lo ha descubierto?
Los ojos negros de Narraway adquirieron un brillo que podría ser de admiración.
Solo existía una respuesta posible: la verdad.
– Lo supe por Charles Voisey -respondió Pitt-. Ayer me abordó en la calle. Quiere que colabore con él para impedir la aprobación del proyecto.
Una sucesión de emociones alteró el rostro de Narraway: desconcierto, incredulidad y, fugazmente, humor.
– ¿Es lo que quiere? -preguntó por fin-. ¿Qué le respondió?
La expresión de Narraway estaba llena de curiosidad.
Pitt se obligó a mantener la calma.
– Le dije que me lo pensaría y que hoy al mediodía le respondería. He quedado con él en St Paul. De todos modos, aceptaré.
La voz de Narraway sonó muy suave, casi como el ronroneo de un garito:
– Ah, aceptará. -Más que una pregunta era un desafío.
Pitt estuvo a la altura de las circunstancias.
– Sí, aceptaré. No puedo permitirme el lujo de rechazar ese ofrecimiento. Y usted no puede permitirse que yo diga que no. Necesitamos que la policía coopere para llevar a cabo eficazmente nuestro trabajo. Con Wetron de comisario y el Círculo Interior en contra nuestra, por no hablar de que se considere a la policía un enemigo público, nos impedirían cada paso que quisiéramos dar. Solo podríamos hacer aquello que Wetron nos permitiera.
– ¿Cree que es así? -inquirió Narraway-. ¿No se le ha ocurrido pensar que Voisey ha podido inventárselo a fin de utilizarle a usted para destruir a Wetron y recuperar el control del Círculo Interior?
– Por supuesto que se me ha ocurrido -contestó Pitt con amargura-. Estoy convencido de que Voisey sabe que se me ha pasado por la cabeza, pero esto no cambia el proyecto de Tanqueray ni la corrupción policial que, esté o no enterado de su existencia, Wetron ha sido incapaz de evitar.
Narraway apretó los labios y asintió ligeramente.
– ¿Quién mató a Magnus Landsborough?
– No lo sé -reconoció Pitt-. De todos modos, estoy empeñado en averiguarlo. Tengo que volver a hablar con Welling y Carmody, pero lo cierto es que resulta cada vez más difícil sacarles información. Son unos idealistas con una visión muy simple: la autoridad es corrupta y solo es posible deshacerse de ella a través de la violencia. Detonaron las bombas después de avisar a los habitantes para que salieran. -Intentó expresar con palabras la inocencia o la inutilidad fundamental de dichas tácticas-. No querían derramar sangre, que es el arma definitiva, pero estaban dispuestos a destruir los hogares y las pertenencias de los pobres y a privarlos de los medios que hacen más llevadera la vida. Son jóvenes, gozan de buena salud y no tienen esposa ni hijos, lo que significa que no podemos chantajearlos utilizando sus familias. Son soñadores que viven al margen de la realidad, de las emociones y las necesidades que impulsan, recompensan y hieren a las personas. No sé qué decirles.
Al parecer, Narraway ya lo había pensado.
– Acabarán en la horca -afirmó y miró de frente a Pitt. Se metió las manos en los bolsillos-. Supongo que lo saben, aunque tal vez no pensaron en ello. Aunque en el atentado de Myrdle Street no murió nadie, uno de los anarquistas disparó a un policía y lo hirió. Si usted no hubiera acudido en su auxilio y no hubiera parado la hemorragia, tal vez habría muerto. Podemos acusarlos de intentar asesinar a un agente de policía mientras cometían un delito muy grave.