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– Ni uno. No perdimos barcos. Todos regresaron a puerto. -Voisey frunció ligeramente el ceño y parpadeó, como si sus emociones lo hubiesen pillado con la guardia baja-. Es la mayor victoria de nuestra historia naval. Nos salvaron de la invasión, pero la flota regresó a Inglaterra con las banderas a media asta, como si se tratase de una derrota. -Su voz sonó grave y dejó de mirar a Pitt.

Éste estaba decidido a que el odio que Voisey sentía por él no se apartase jamás del primer plano de su mente; no podía permitírselo. Pero a pesar de ello, acabó atrapado por la magnitud del combate, la gloria y la pérdida. Sabía qué estaba haciendo Voisey: intentaba establecer un vínculo entre ambos, una tentación para que bajase la guardia. Pero si rompía ese vínculo sería rebajarse, negar quién era, algo que Voisey también había provocado. Tuvo la sensación de que Voisey movía los hilos como un titiritero.

Al final fue Voisey quien rompió el silencio.

– ¿Le ha dicho Jack Radley que la propuesta de Tanqueray será aprobada? -inquirió.

Pitt disimuló la sorpresa que le provocó enterarse de que Voisey ya sabía que había hablado con Jack.

– Sí -reconoció-. También me ha comentado que hay muy poca resistencia organizada. Tendremos que ser mucho más listos de lo que hasta ahora hemos sido si queremos capear el temporal. -El empleo de la metáfora marinera no fue intencionado.

Un esbozo de sonrisa divertida apareció en los labios de Voisey, pero tenía los puños cerrados a los lados del cuerpo y sus potentes nudillos estaban blancos.

– Eso suena a derrota -comentó y el intenso simbolismo del lugar en el que se encontraban no pasó desapercibido, que era precisamente lo que Voisey pretendía.

– Debería sonar a cautela -precisó Pitt-. Creo que, al menos de momento, nos superan numéricamente y en armamento. Hace falta algo más que bravuconadas para ganar y, por desgracia, algo más que una causa justa.

Voisey enarcó un poco las cejas.

– ¿Necesitamos un Nelson? -Una leve sonrisa entreabrió sus labios-. ¿Cree que Narraway está a la altura de las circunstancias?

– Aún no he decidido hasta qué punto le consultaré -contestó Pitt.

En esta ocasión Voisey sonrió de oreja a oreja y la diversión llegó hasta sus ojos.

– ¡Estaba convencido de que le caía bien! ¿Me he equivocado?

– Eso no viene al caso -respondió Pitt cáusticamente. El tono divertido de Voisey le había molestado-. Me guste o no, soy capaz de trabajar con quien sea si considero que su objetivo es el mismo que el mío y si esa persona es competente. ¡Suponía que ya lo sabía!

– Está bien -reconoció Voisey suavemente, con voz apenas audible-. Si hubiera dicho que confiaba en mí habría pensado que era usted un mentiroso, que además mentía mal, pero está claro que se da cuenta de que mi objetivo es el mismo que el suyo. Con eso me basta.

– Vayamos por partes -advirtió Pitt. No preguntó si Voisey confiaba en él. Al fin y al cabo, esa era la ventaja del parlamentario y ambos lo sabían. Pitt se regía por las normas del cuerpo, en cambio Voisey no tenía limitaciones-. ¿Cómo es Tanqueray?

El humor encendió las facciones de su interlocutor.

– Como una tarta de mermelada -contestó-. Atrae a los que tienen más apetito que sentido común y luego acaban chupándose los dedos y buscando un lugar donde lavarse. Nunca basta con una servilleta.

Pitt sonrió muy a su pesar.

– ¿Por qué lo eligieron?

Voisey enarcó las cejas.

– ¿Quiere que le dé mi opinión? ¡Porque hay un montón de parlamentarios que piensan que no hay nada más inocente o inofensivo que una tarta de mermelada! Si les ofrece un bizcocho borracho o una lionesa de crema pensarán que quiere algo.

Pitt se dio cuenta de adonde quería ir a parar.

– ¿En quién más pueden confiar?

– En muchos -contestó Voisey apesadumbrado-. Dyer es el más poderoso. Es un mendigo zalamero. Parece un sacerdote al que han obligado a colgar los hábitos; yo no le confiaría ni los fondos del partido ni a mi ahijada si tuviese menos de veinte años. Lord North solía decir de Gladstone que no le molestaba que guardase un as bajo la manga, pero se negaba a aceptar que fuese Dios quien los había puesto ahí. ¡Dyer es iguaclass="underline" más papista que el Papa!

Pitt se volvió para disimular la risa que había estado a punto de traicionarlo. No quería que nada de Voisey le gustara. Se alejó del sepulcro y dio unos pasos hacia el lugar por el que había llegado.

– ¿Quién mató a Magnus Landsborough? -inquirió el político.

– No lo sé -replicó Pitt-. De todos modos, lo averiguaré. ¿Le preocupa eso? ¿No es la corrupción policial lo que le interesa? Será la carta principal que tendrá que jugar contra ellos en el Parlamento.

– Ni más ni menos. ¿Está seguro de que no son dos asuntos estrechamente unidos?

– No, no estoy seguro. Tal vez están relacionados.

– Necesitaré algo más sólido -apostilló Voisey-. Quiero pruebas de corrupción o, al menos, las suficientes para dar por supuestas muchas más cosas.

– Claro, ya sé qué necesita y para qué -coincidió Pitt-. Podría conseguirlo y entregárselo sin más dilaciones a Jack Radley. -Se volvió para mirar a Voisey. No pudo evitar intentar comprobar si la mención del nombre de Jack, que debía de traerle recuerdos de su derrota, herían su amor propio. El sentimiento de odio que alteró la expresión del sir fue tan amargo como la bilis. Pitt ya sabía que existía y verlo unos segundos con toda su crudeza lo perturbó, aunque no tendría que haber sido así. Le sirvió de recordatorio. Tendría que estar agradecido, ya que olvidarlo resultaba demasiado fácil-. ¿Qué me dará usted que él no pueda proporcionarme?

– Información del Círculo Interior -contestó Voisey y le tembló ligeramente la voz-. Nombres, detalles y quién debe qué y a quién.

Podría ser la traición definitiva a todas sus promesas, la venganza hacia aquellos que le habían vuelto la espalda y escogido a Wetron. Las emociones que mostraba eran abrumadoras: júbilo, pero también temor. Daría un paso definitivo que se castigaba con la pena de muerte.

– ¿Cuánta de esa información está dispuesto a utilizar? -preguntó Pitt con voz muy baja.

No solo se protegía de que lo oyese alguien, que podía formar parte de esa hermandad secreta, también evitaba revelar sus necesidades.

– Toda -replicó Voisey-. Hasta que el Círculo sea tan inútil como los huesos que reposan en este mármol.

– Comprendo.

– No, no lo entiende, pero acabará por hacerlo. Le enviaré un mensaje si tengo algo que comunicarle acerca de lo que sucede en el Parlamento. De lo contrario, volveremos a reunimos aquí la semana que viene y me dará la información de que disponga. Váyase de una vez. No estamos juntos. Simplemente, por azar, nos encontramos en el mismo lugar y a la misma hora.

Pitt tragó saliva. Notó que se le había secado la boca. Deseaba decir algo tajante y definitivo, pero su mente solo estaba ocupada por la certeza del odio corrosivo e irreversible de Voisey. Se dio la vuelta y se alejó hacia la escalera que conducía a la inmensa catedral y al resto del mundo.

Por la noche, al llegar a casa, Pitt se entusiasmó con la alegría de sus hijos mientras se sentaban a la mesa para cenar. Acogió de buena gana sus incesantes preguntas e intentó no mirar a Charlotte cuando ella intervino para poner un poco de orden.

– Papá, ¿qué quiere decir anarquista? -preguntó Daniel con la boca llena-. La señora Jonhson dice que son demonios. ¿Es verdad?

Charlotte dejó escapar una exclamación y se dispuso a decirle que acabara de comer la verdura, pero su esposo la interrumpió.

– No, las personas nunca son demonios, aunque por razones muy diversas a veces obran mal. Los anarquistas no creen en el orden. Prefieren prescindir de las reglas y el gobierno. -No quiso confundir a su hijo con la definición más política y sutil de Jack.