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– Yo también preferiría a otros. -Emily observó la expresión de su hermana y comprendió sus sentimientos, pese a desconocer los detalles-. Dicho sea de paso, por si no lo sabes, su hermana, la señora Cavendish, ha vuelto a la sociedad. Incluso se habla de que ha encontrado un buen partido para volver a casarse. Solo era un cotilleo. Tendré que averiguar lo que pueda acerca de los parlamentarios. Te aseguro que a veces me gustaría que las mujeres tuviésemos derecho de voto. Tal vez así se verían obligados a prestarnos más atención.

– ¡Deberemos esperar a que nos lo concedan! -replicó Charlotte-. Por favor, pensemos en qué ayudas podemos recabar ahora.

Evaluaron la cuestión unos minutos, plantearon propuestas y las aceptaron o las descartaron. Elaborar juntas un plan era algo que Charlotte había echado de menos; aquella situación le resultaba agradable, a pesar de la gravedad. Era casi la hora de comer cuando oyeron las pisadas de Jack en el exterior; segundos después se detuvo en el umbral. Parecía agobiado y se sorprendió de ver a Charlotte.

Emily se volvió hacia su marido y se puso rápidamente de pie. Su actitud revelaba una solicitud impropia de ella, pero Charlotte la conocía lo suficiente como para detectar sus temores. Saludó a su cuñado; este habló con ellas, pero daba la sensación de que las preocupaciones seguían dando vueltas por su mente y de que se había sorprendido de que Emily no estuviera sola.

Con la intención de explicar su presencia en la casa, Charlotte dijo:

– Estábamos hablando del proyecto de armar a la policía. Thomas está muy contrariado con ese tema.

– Sí, ya lo sé -confirmó Jack-. Ha venido a verme esta misma mañana, temprano. Ojalá pudiera haberle dicho algo útil.

Tomó asiento en un sillón grande y mullido y se reclinó, pero en modo alguno pareció relajado. Sonrió a Charlotte, pero apenas la miraba.

Emily permanecía de pie en el centro del gabinete. La luz del sol formaba dibujos brillantes en la alfombra y en la madera brillante que la rodeaba. El aroma de los tulipanes tardíos era embriagador a causa del calor.

– Intentamos pensar en quién más puede prestar ayuda -explicó Emily-. Se nos han ocurrido algunas ideas. Jack frunció el ceño.

– Preferiría que no te involucraras -pidió a su esposa-. Agradezco tu ayuda, pero esta vez prefiero que no me la prestes. -Jack notó que Emily se tensaba y vio una mezcla de cólera y desdicha en su expresión-. La situación se pondrá muy fea. La gente está asustada. Como la policía no sabe quiénes son los anarquistas, Edward Denoon se ha dedicado a soltar los fantasmas de la violencia, como si todos corriéramos el peligro de sufrir un atentado con bomba.

– ¡Ya los encontrarán! -exclamó Charlotte con más brusquedad de la que pretendía. El comentario de Jack parecía una crítica a Pitt-. No podemos pretender que la policía resuelva un asesinato en un par de días.

A pesar de que apenas era mediodía, Jack parecía agotado.

– Así es -coincidió cansinamente.

Emily estaba muy pálida.

– Si no puedes ganar, no eches a perder tu carrera en el intento -declaró y tragó saliva-. Carece de sentido. Ni defiendas ni te opongas al proyecto. Ya lo rechazarán Somerset Carlisle y Charles Voisey. ¡Te prometo que no pediré ayuda a nadie! -Su marido permaneció en silencio-. ¡Jack! -Emily avanzó un paso hacia él-. Jack…

Charlotte sintió un escalofrío de sorpresa y de alarma. Reparó por primera vez en lo asustada que estaba Emily y se preguntó cuánto tiempo había convivido ella con el temor de que Pitt resultara herido emocional o físicamente. Se hizo cargo del apremio de su hermana, que no estaba acostumbrada a sufrir semejante ansiedad; siempre se había sentido segura. Charlotte también percibió con toda claridad la cólera de Jack por verse obligado a hacer algo que lo asustaba y de lo que, por otro lado, no podía librarse. Intuía que habría dolor y un choque de voluntades en el que no debía entremeterse.

Se puso de pie y sonrió a Emily.

– Creo que, después de todo, deberíamos abandonar este asunto.

– Charlotte tiene razón -acotó esta con firmeza-. Al fin y al cabo tal vez no sea tan malo. La policía tiene que poner freno a los delitos. Es lo que todos deseamos.

– No es esa la cuestión -puntualizó Jack-, sino el modo en que se lleva a cabo. Además, la anarquía no es el único delito.

– Desde luego que no -coincidió Emily-. Todos dicen que también han aumentado los asaltos, los robos con allanamiento y los incendios provocados. Además de la violencia en las calles, la prostitución, las falsificaciones y cualquier otro delito que se te ocurra.

– No es a eso a lo que me refería. -Jack parecía desdichado, como si todo ocurriese contra su voluntad-. Emily, tengo que oponerme al proyecto. Es un error. Está…

– ¡No, no tienes por qué oponerte! -aseguró acaloradamente su esposa-. Además, no puedes ganar. Ya se ocupará otro. Que se oponga Charles Voisey si le apetece. ¿A quién le importa lo que pueda ocurrirle? O que lo haga Somerset Carlisle, si es tan corto de miras como para hacerlo. -Dio un paso hacia su marido y apoyó suavemente las manos en las solapas de su chaqueta. La luz del sol sacó fuego de los diamantes de su sortija-. ¡Jack, te lo ruego! Vales demasiado como para echar a perder tu carrera luchando por una causa que está perdida de antemano. -La mujer tomó aire para seguir hablando.

Jack la interrumpió:

– Emily, eso no es todo.

La cogió delicadamente de las manos y las apartó. Su tono era tajante. El encanto que solía desprender espontáneamente se trocó en una resolución casi fría. Se diera o no cuenta Emily, Charlotte sabía que esa decisión se mezclaba con el miedo. Su cuñado se sentía obligado a oponerse al proyecto por mucho que supiera que pagaría un precio muy alto.

– ¿Qué más hay? -Emily estaba contrariada. La situación le parecía totalmente irracional, como si su marido se lanzara al peligro voluntariamente-. Además, la policía ya tiene armas. ¡De lo contrario, los agentes no habrían mantenido un tiroteo en Long Spoon Lane! Que les den más armas si las necesitan. Si detienen a demasiadas personas en la calle o registran sus hogares, el Parlamento podrá modificar el proyecto.

– No puedes modificar los sentimientos solo porque es lo que te gustaría -puntualizó Jack.

Charlotte se acercó al marido de su hermana.

– Jack, acabas de decir que eso no es todo. ¿Qué más hay?

– No es más que una suposición -declaró con cara de preocupación-. Tal vez no ocurra, pero tengo que luchar como si estuviera ocurriendo. -Se volvió para mirar a Emily y se disculpó-: Lo siento mucho, pero no hay otra posibilidad. Quieren añadir el derecho a que la policía interrogue a los criados sin el conocimiento o el consentimiento de los dueños de la casa. Emily se quedó atónita.

– ¿Que los interroguen acerca de qué? ¿De mercancías robadas? ¿De armas?

– Nadie lo sabrá, ¿de acuerdo? -La habitual sonrisa seductora de Jack se esfumó-. Esa es, precisamente, la cuestión. ¿Quién estuvo en la casa, cuánto dinero se gastó, adonde lo trasladó el cochero, con quién habló, a quién le escribió cartas, quién le escribió a usted? ¿Qué dijeron? ¡Podrán interrogarlos acerca de lo que quieran!

Emily meneó la cabeza.

– ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué tendría que importarles lo que digan unos criados?

Charlotte veía que aquello era una monstruosidad, pero estaba más familiarizada con el trabajo de la policía y conocía el temor de Pitt a la corrupción.

– Dará carta blanca al chantaje -intervino con voz baja-. Si plantean las preguntas adecuadas, pueden dar a entender prácticamente cualquier cosa. Viviríamos sometidos al terror de las murmuraciones y los malentendidos. ¡Es francamente paradójico! En el pasado los criados vivían con el miedo de perder su reputación si su señor o su señora hablaban mal de ellos. Me parece entrever qué sucedería ahora. Viviríamos atemorizados por los criados. Bastaría una palabra a la policía para acabar con nuestra reputación. Es imposible que aprueben semejante proyecto, ¿verdad?