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– ¿Dónde? -preguntó.

– Más o menos en la mitad, justo detrás del primer banco -contestó Emily-. Tiene el pelo castaño rojizo, como un zorro desteñido.

– ¿Qué has dicho?

– ¡Charlotte, me refiero a Voisey, no a Jack!

– Ah, sí, claro. ¿Dónde está Tanqueray?

– No lo sé. Creo que tiene alrededor de cuarenta y cinco años, pero no sé nada acerca de su aspecto.

Llegaron justo a tiempo. El portavoz, con peluca y toga, llamó al orden. El ministro del Interior mencionó el tema de los anarquistas y de la violencia generalizada en el East End. Añadió que el gobierno lo había analizado a conciencia y actuaría en consecuencia.

La leal oposición lanzó abucheos y siseos. Tras unos ruidosos instantes, se oyeron algunos insultos y aplausos y a renglón seguido se puso en pie un hombre con el rostro suave y franco. Las luces iluminaron su tupida cabellera, teñida de blanco en las sienes. El portavoz lo presentó como el ilustre representante de Newcastle-under-Lyme.

– Es Tanqueray -musitó Emily a Charlotte-. He reconocido su distrito electoral.

Ante todo, Tanqueray expresó el dolor de la Cámara por el miedo y las pérdidas sufridas por los habitantes deMyrdle Street; luego se explayó hasta incluir todo el East End. Serefirió a la posibilidad de que el anarquismo se extendiese portodo Londres.

– ¡Caballeros, debemos abordar inmediatamente esta amenaza! -declaró con fervor.

Como un solo hombre, los parlamentarios aguardaron con la respiración contenida. Tanqueray esbozó las medidas en las que había pensado a fin de que todas las comisarías de policía dispusiesen de armas. También propuso que se modificase la ley con el objeto de proporcionar a los agentes de patrulla el derecho de parar a cuantas personas quisieran y registrarlas o hacer lo propio en hogares o locales comerciales.

Los que estaban a favor lanzaron gritos de aprobación, aplaudieron a rabiar y se prepararon para obtener más información. La oposición no presentó argumentos de peso en contra.

Charlotte se tensó, a la espera de oír la inclusión de la medida que permitiría interrogar a los criados. Miró fugazmente a Emily, que continuaba a su lado, y esta le dirigió una ligera y apenada sonrisa.

Ante ellas, una mujer voluminosa con un vestido de bombasí apretó la mano de la joven que se encontraba a su lado.

– Ahí lo tienes, querida -murmuró impetuosamente-. Estaba segura de que nos protegerían.

Tanqueray detalló su plan e hizo múltiples comentarios acerca de las penurias sufridas por la gente corriente a causa de los robos, los incendios provocados y las amenazas de violencia. Los presentes recibieron sus palabras con murmullos de comprensión y agravio.

– ¡Debemos hacer cuanto esté en nuestras manos! -concluyó-. Nuestro deber para con el país consiste en ejercer el poder con la mayor discreción. Me comprometo a no descansar hasta que hayamos dotado a nuestros policías de toda la ayuda posible y de toda la protección necesaria para el cumplimiento de su tarea de mantenernos a salvo.

En cuanto Tanqueray se sentó, en medio de ensordecedores aplausos, Jack Radley pidió la palabra; contó con el enérgico apoyo de su jefe.

Emily sonrió, pero contuvo el aliento. Charlotte vio que cerraba los puños y notó que la tela de sus guantes se tensaba en los nudillos.

– Mi ilustre amigo ha hecho referencia a las penurias de la gente corriente -comenzó Jack-. Afirma justamente que debemos protegerlos en sus oficios y en sus vidas. Sus hogares y sus familias deben estar a salvo. Este es el cometido principal de la policía.

Sonaron murmullos de aprobación. Tanqueray parecía estar muy satisfecho de sí mismo.

El rostro de Voisey se ensombreció.

– Estoy convencido de que para ello no podemos negarnos a concederles los mismos derechos de dignidad e intimidad de los que nosotros queremos disfrutar -prosiguió Jack. Se hizo un incómodo silencio. Los presentes se miraron desconcertados. ¿A qué se refería ese parlamentario?-. ¿Entre los presentes hay alguien a quien le gustaría que los policías registrasen su hogar? -preguntó y miró a los representantes-. ¿Que leyeran sus cartas y revisaran sus pertenencias? ¿Que un policía echara un vistazo a sus ropas y efectos personales, su dormitorio, su estudio e incluso a los vestidos, las enaguas y los guantes de su esposa porque sospecha que ha ocultado algo que podría ir contra la ley?

Los murmullos de alarma se trocaron en cólera. Los parlamentarios se miraban en busca de apoyo, preguntándose si era posible que alguien aceptara aquellas ofensivas ideas.

Emily cerró los ojos y dejó escapar un gemido; tenía los hombros rígidos, echados hacia delante, y las manos cruzadas sobre el regazo.

Charlotte vio que su hermana estaba asustada. Sabía hasta qué punto el éxito social y político dependía de contar con valedores. Jack estaba muy cerca de conseguir el ascenso por el que tanto había luchado, y ahí estaba, decidido y empeñado en ganarse enemigos.

– Si pueden hacer todo eso -añadió Jack con temible claridad, como si hubiese tomado la decisión de sellar su propio destino-, ¿qué no harán por pura curiosidad? ¿Es posible que lean la factura del proveedor de vinos, la carta del sastre, del banquero, del suegro… y, que Dios nos perdone, de la amante? -Sonaron risas, pero eran nerviosas, sin alegría-. ¿Y cómo lo interpretarán los criados? -insistió y se encogió deliberadamente de hombros. Emily permanecía inmóvil, tan estirada como podía-. ¡Si la policía entra en casa y lo registra todo, la cocinera tendrá la tan ansiada excusa para despedirse!

Se trataba de una amenaza muy real. Nadie que hubiese encontrado una buena cocinera quería perderla. Con demasiada frecuencia el éxito o el fracaso social dependía de sus aptitudes.

Mentalmente, Charlotte lo aplaudió. Le pareció genial que con una sola frase hubiese recordado a los presentes sus comodidades materiales y su prestigio. Hubo murmullos procedentes de todos los bancos. Los presentes se miraron con expresión horrorizada.

Jack volvió a tomar la palabra en cuanto el ruido disminuyó un poco. No volvió a mentar a los criados. Se limitó a sostener que el éxito de la policía dependía en gran parte precisamente de las personas con más posibilidades de ser abordadas o registradas, y del apoyo de la comunidad. Puso ejemplos conmovedores y concluyó su discurso afirmando que, en su opinión, el proyecto de Tanqueray era desmesurado y totalmente inadecuado.

Dos representantes hablaron a favor de dicho proyecto usando argumentos lógicos y emotivos.

Fue entonces cuando Voisey se puso de pie. El silencio fue absoluto. La mujer de negro que se encontraba junto a Charlotte murmuró un comentario de aprobación. Charlotte no supo si ya sabía qué se proponía decir Voisey.

En primer lugar, alabó las palabras de Jack y su valor por pronunciarlas, dado el coste que posiblemente tendrían. También sostuvo que Radley no era un hombre que se movía por sus intereses, sino por principios. En ese momento Emily lanzó una pesarosa mirada de reojo. Charlotte la miró a los ojos y volvió a observar a Voisey. Dijera lo que dijese, estaba decidida a no olvidar jamás que era el enemigo. Debía estudiarlo hasta descubrir su punto débil personal o profesionaclass="underline" un sueño, una esperanza, un error, lo que fuese.

Voisey prosiguió; puso en duda la sensatez de dar armas a los hombres que habitualmente se ocupaban de los elementos violentos de la sociedad. ¿No sería la manera de que más armas cayesen en manos de los delincuentes, principalmente de los anarquistas? ¿No originaría guerras callejeras, de las que un buen número de inocentes acabarían siendo rehenes, víctimas y finalmente perdedores? Afectaría negativamente los negocios y, en última instancia, costaría votos. Ese argumento apelaba a los intereses menos nobles. A Charlotte le pareció despreciable. ¡Sin embargo, qué inteligente había sido! Nadie lo abucheó ni siseó. El discurso fue recibido con un perturbado silencio.