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Charlotte y Emily permanecieron en su sitio hasta que se presentó la oportunidad de marcharse. Se disculparon, bajaron la escalera hasta el vestíbulo principal y salieron.

– ¡Sacrificará su carrera a cambio de nada! -exclamó Emily, furiosa.

Evidentemente, se refería a Jack.

– ¿Estás diciendo que solo debemos hacer lo correcto en el caso de que no nos cueste nada? -preguntó Charlotte con incredulidad; prácticamente no intentó disimular su tono horrorizado.

Emily la fulminó con la mirada y espetó:

– ¡No seas estúpida! ¡Solo digo que no tiene sentido realizar un sacrificio innecesario! Es mucho más práctico guardar la munición y utilizarla cuando sea útil. -Caminaba tan rápido que Charlotte tenía dificultades para seguirle el paso-. ¡La política no consiste en grandes gestos, sino en ganar! -prosiguió Emily; su elegante falda blanca y negra estuvo a punto de hacerla caer-. Representas a otros… que no te han elegido para hacer de héroe, pavonearte con gestos grandiosos e inútiles y calmar tu conciencia. ¡Te eligen para que las cosas cambien, no para que te lances ante los cañones del enemigo como la carga de la brigada ligera!

– Creía que te elegían para que representes sus opiniones -replicó Charlotte, que no hizo caso de la metáfora militar.

– Para que los representes con una finalidad, nunca inútilmente. ¡Eso lo podría hacer cualquier tonto!

Emily caminó todavía más rápido y Charlotte tuvo que acelerar el paso para seguirla. Sus faldas se arremolinaron y estuvo a punto de chocar con un joven que iba en dirección contraria.

– Lo siento -se disculpó.

– Está claro que no puedo esperar que lo comprendas -respondió Emily-. Nunca te has encontrado en semejante posición.

– ¡No era a ti a quien pedía disculpas! -espetó Charlotte, contrariada-. ¡He chocado con alguien!

– ¡En ese caso, mira por dónde vas!

– ¿Crees que eres la única mujer cuyo marido corre peligro por hacer lo que considera justo? ¡Me parece que te has vuelto increíblemente egocéntrica!

Emily se detuvo tan bruscamente que los hombres que caminaban detrás estuvieron a punto de chocar con ellas.

– ¡No es justo! -protestó sin hacer el menor caso de los hombres.

– Claro que es justo -aseguró Charlotte-. Discúlpennos -dijo a los desconocidos-. Está muy agitada. -Se volvió hacia Emily-. Si eres sincera contigo misma y conmigo, no desearías que él fuese de otra manera. Si tu marido evitase la cuestión, no perderías un segundo en ella; por otra parte, tal vez lo querrías, pero también lo despreciarías. Deberías saber que esa clase de amor es efímero.

Emily estaba consternada y su furia desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

– ¡Charlotte, lo siento muchísimo! -dijo, arrepentida-. Me aterroriza que se meta en un lío terrible y no sepa cómo salir. ¡Ya no sé qué hacer para ayudarlo!

Charlotte sabía perfectamente qué sentía Emily: impotencia y cólera porque era injusto, pero tendría que haberlo previsto. Sabía perfectamente cómo funcionaba la sociedad y, si se paraba a pensarlo, comprendería que Jack también lo sabía. Había elegido ese camino porque era lo que quería…, tal como Pitt había hecho tantísimas veces.

– No puedes ayudarlo, salvo creyendo en él -explicó Charlotte con cariño; lo único que deseaba era echarle una mano-. No permitas que dude de sí mismo y, por encima de todo, no debe pensar que no tienes confianza en él, por mucho que estés terriblemente asustada.

– ¿Es lo que harás? -quiso saber Emily.

– Más o menos -reconoció Charlotte-. A partir de este momento averiguaré todo lo que pueda acerca de Charles Voisey. Debe de tener algún punto débil y tengo que descubrirlo. Te mantendré al corriente.

A continuación esbozó una ligera sonrisa, se dio media vuelta y se alejó.

Había decidido observar a Voisey y, en el caso de que fuera posible, hablar con él.

Tal como sucedieron las cosas, fue el parlamentario quien habló con ella.

– Buenas tardes, señora Pitt.

Charlotte se volvió y vio que estaba a un par de metros de ella, con una ligera sonrisa.

– Buenas tardes, sir Charles. -Contuvo el aliento y tuvo que carraspear. Se enfadó consigo misma porque la había pillado con la guardia baja-. Ha pronunciado un discurso impresionante.

Las pupilas de Voisey apenas se dilataron tras el halago de Charlotte.

– Señora Pitt, ¿le interesa el tema de armar a la policía? Ahora su marido pertenece ala Brigada Especial. Está autorizado a llevar arma siempre que considere que lasituación lo justifica. -Bajó ligeramente la voz-. Por ejemplo, enel asalto en Long Spoon Lane. Debe de sentirse muy aliviada de queno resultara herido. Fue un episodio desagradable.

Voisey parpadeó lentamente y sonrió. Su mirada era severa y segura. El odio la encendió unos segundos; se dio cuenta de que no lo había disimulado.

– Desde luego -replicó Charlotte en tono casi sereno-. Pero la misión dela Brigada Especial consiste en ocuparse de resolver cuestiones desagradables y,por consiguiente, a menudo también tiene que ver con seresdesagradables. -Se obligó a sonreír, no porque supusiera que Voiseyle correspondería, sino para demostrarle que se dominaba más de loque imaginaba-. Me alegra mucho que considere insensato einnecesario dar a la policía más armas o competencias pararegistrar a la población sin demostrar que hay causas que lojustifican. Está totalmente en lo cierto cuando afirma que lacooperación de la gente corriente es la mejor ayuda, ya que sirve alos intereses de todos.

Voisey observó su expresión para ver si escondía otro significado. No supo si Pitt confiaba o no en ella y durante un fugaz instante Charlotte lo percibió.

– Señora Pitt, no sirve a los intereses de todos -puntualizó quedamente-. Es posible que satisfaga los suyos y los míos, pero existen otras personas con ambiciones distintas.

– No me cabe la menor duda -coincidió y titubeó, pues no estaba segura de si quería que supiese hasta qué punto lo comprendía.

Voisey lo notó y le sonrió.

– Buenas tardes, señora Pitt -añadió con un deje de humor-. Haberla visto ha sido un placer inesperado.

Se disculpó y se alejó a paso vivo. Charlotte se quedó con la extraña sensación de hallarse en desventaja, mientras el recuerdo de aquel instante de odio quemaba en su interior.

Vespasia se devanó los sesos en busca de una excusa razonable que le permitiese volver a visitar a Cordelia Landsborough. Nunca se habían caído bien y, a menos que se le invitara, a nadie con un mínimo de sensibilidad se le ocurriría visitar a una persona que acababa de perder a un ser querido. Solo había un pretexto aceptable: el deseo de Cordelia de ser imprescindible en la aprobación del proyecto de Tanqueray.

El coche recorrió las tranquilas calles de una zona residencial. Las elegantes casas con fachada georgiana miraban los árboles cargados de hojas nuevas. Había pocos transeúntes, en su mayor parte mujeres con faldas que agitaba la brisa y parasoles protectores.

Vespasia pensó en Charlotte y en el temor que había detectado en su voz cuando habló de tener un arma y utilizarla en el caso de que Voisey amenazase a Pitt. No era la posibilidad de resultar herida lo que la asustaba, sino la posibilidad de herir y la certeza de que lo haría.

De repente una idea cruzó por su mente. Cuando llegó a casa de los Landsborough y descendió del coche supo exactamente qué diría en el supuesto de que Cordelia la recibiese. A decir verdad, se preparó para que resultara muy difícil negarle la entrada.

Sin embargo, la hicieron pasar inmediatamente al vestíbulo sombrío y la acompañaron al gabinete. Cordelia estaba de pie junto a la ventana mirando el césped y las flores de principios de verano.

– Es muy amable por tu parte volver tan pronto -afirmó Cordelia, sin mordacidad en su tono ni en su rostro pálido y agotado.

Durante unos segundos, Vespasia la compadeció. Sus facciones severas y sólidas mostraban el dolor con más dramatismo de lo que lo harían unos rasgos más suaves y femeninos. Estaba ojerosa, unas arrugas profundas iban de la nariz a la boca y sus labios parecían exangües. Nunca se había maquillado; sus cejas eran negras y en ese momento parecían dos tajos abiertos por encima de sus hundidos ojos.