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Denoon se tensó.

– ¿Has dicho Voisey?

Vespasia lo miró y observó los músculos de su cuello y la ligera modificación de su postura. En ese instante tuvo la certeza de que Denoon no solo era un firme aliado de Wetron, sino que también era miembro del Círculo Interior y sabía perfectamente qué había sido Voisey antes de que se desmembrara el Círculo. Y eso era exactamente lo que Vespasia había ido a averiguar.

– Así es -replicó con el rostro casi inexpresivo-. Por lo visto, no apoya el proyecto y dará a conocer sus opiniones con gran entusiasmo.

– ¿Cómo lo sabe? -la desafió Denoon.

Vespasia frunció delicadamente las cejas.

– ¿Cómo dice?

– ¿Cómo sabe…? -Denoon se interrumpió.

Enid tomó la palabra:

– ¿Hace apología de la anarquía? -preguntó y estornudó enérgicamente-. Lo siento.

Enid buscó un pañuelo en el bolsito. Sus ojos claros se llenaron de lágrimas.

Por cortesía Cordelia desvió la mirada.

– Lo dudo mucho -respondió-. Sería una posición insostenible. Supongo que dirá que la policía ya cuenta con las armas que necesita y que la información acerca de los grupos subversivos es mucho más valiosa que las competencias para registrar a la gente al azar. No es probable que la policía consiga la ayuda de la gente corriente si esta cree que es opresiva y propensa a abusar del poder.

Enid volvió a estornudar. Daba la sensación de que el resfriado empeoraba rápidamente. Tenía los párpados enrojecidos.

– Se trata de una argumentación muy débil. -Denoon la descartó de plano-. Si tal como dice, la policía dispusiera del poder necesario para obtener dicha información, habría abortado el atentado de Myrdle Street. Creo que está clarísimo.

Vespasia titubeó. Si decía que las armas y los registros tampoco habrían permitido conocer la participación de Magnus Landsborough parecería innecesariamente cruel y podría hacerles pensar que defendía a Voisey. No solo era un juego de emociones, sino de datos.

– Señor Denoon, no defiendo a sir Charles ni su punto de vista -declaró con delicadeza y un levísimo toque de condescendencia-. Creo que hemos permitido que se exprese de manera razonable en el Parlamento y en los periódicos que podrían optar por publicar sus opiniones, lo cual me preocupa. Solo he venido para decir que probablemente se opondrá con todas sus fuerzas al proyecto del señor Tanqueray.

Denoon expulsó el aire silenciosamente y, con más serenidad, añadió:

– Sí, por supuesto. ¿Está al tanto de a qué responde su interés por este tema? ¿Sabe si es personal o político?

Denoon la observaba con más atención de la que aparentaba.

Enid volvió a estornudar y abandonó su asiento en el gran sofá. Tenía los párpados abotargados.

Vespasia se encogió de hombros casi imperceptiblemente. Fue un gesto elegante y en apariencia espontáneo.

– No tengo la menor idea -mintió.

Cordelia se impacientó e intervino con bastante entusiasmo:

– Probablemente da lo mismo. Es obvio que se trata de un hombre ambicioso. -Miró a Enid-. Será mejor que te sientes en otra parte -añadió con frialdad-. Edward, ¿serás tan amable de abrir la ventana? -Lo dijo como una orden que se da a un criado y que ni siquiera se piensa que no vaya a acatarla. Denoon la miró con el ceño fruncido y no se movió ni un milímetro-. ¡Enid se está ahogando a causa de los pelos del gato! -exclamó Cordelia-. ¡Ya sabes que es alérgica a los gatos! Por el amor de Dios, a Sheridan le pasa exactamente lo mismo. El pobre animal debería permanecer en los alojamientos de los criados, pero por lo visto se ha escapado y ha andado por aquí. Esta mañana lo he echado, pero debe de haber dejado pelo.

A regañadientes, Denoon se acercó a la ventana y la abrió en exceso, por lo que entraron el aire fresco y el aroma a hierba segada y mojada.

– Gracias -dijo Enid y volvió a estornudar-. Lo lamento. -Se volvió hacia Vespasia-. Me gustan los gatos… son animales muy útiles, pero en casa no podemos tenerlos. Tanto Piers como yo somos muy sensibles a ellos. Le pasa a toda nuestra familia, Sheridan incluido… -Dirigió este último comentario a Cordelia.

– Por eso el animal debe estar en los alojamientos de los criados -precisó Cordelia-. Sheridan nunca los visita.

– Por cierto, ¿dónde está? -quiso saber Denoon-. ¿Volverá a casa esta tarde? Su ayuda nos sería de gran utilidad para la causa. Podría expresarse con más energía que nadie. Sería magnífico que prestase su apoyo a la campaña. Si cambiara de parecer y abandonase su posición liberal, movería a mucha gente.

– Claro que estará en casa -confirmó Cordelia-. ¡Sólo se retrasa!

Su expresión era de cólera y desprecio.

– Creo que deberíamos seguir elaborando nuestros planes aunque no esté e informarlo cuando llegue -propuso Denoon.

Vespasia se volvió ligeramente y detectó una expresión de profundo odio en el rostro de Enid, que miraba a su marido. Era tan violenta que se quedó francamente sorprendida. Segundos después se esfumó; Vespasia se preguntó si había sido fruto de su imaginación o una mala pasada de la luz estival que se colaba por la ventana.

En el vestíbulo sonaron pisadas y voces. La puerta del gabinete se abrió y Sheridan Landsborough entró. Paseó la mirada por los presentes, miró con sorpresa y agrado a Vespasia y no se disculpó por haberse retrasado. Daba la impresión de que no sabía que lo esperaban. Estaba pálido, con la cara ensombrecida por la pena, y sus ojos habían perdido la vitalidad.

Enid lo miró con profundo afecto, como si deseara acercarse a su hermano, pero no hubiera modo de consolarlo. Su pérdida era irreparable y Enid lo sabía.

Cordelia no manifestó el mismo calor. Como sucede a menudo, la muerte del hijo parecía separarlos en vez de acercarlos. Cada uno lamía sus heridas a su manera: Cordelia estaba furiosa y Sheridan se había apartado y replegado incluso más que antes.

Denoon se comportaba como si no estuviese emocionalmente implicado.

– Analizábamos la mejor forma de promover el proyecto de Tanqueray -explicó a Landsborough-. Por lo visto, lady Vespasia piensa que Charles Voisey se convertirá en un adversario digno de ser tomado en serio.

Landsborough lo observó con muy poco interés.

– ¿De verdad?

– ¡Sheridan, ya está bien! -exclamó Cordelia impetuosamente-. Ahora mismo, cuando todas estas atrocidades están en la mente de todos, debemos prestar la ayuda que podamos. Ahora no podemos estar de duelo.

– Exactamente -coincidió Denoon, sin quitarle ojo a Landsborough-. Sin duda conoces a Voisey. ¿Cuáles son sus debilidades? ¿Dónde están sus puntos flacos? Tengo la impresión de que lady Vespasia opina que probablemente se convertirá en una molestia. Si quieres mi opinión, no comprendo por qué habría de serlo.

– Lo más probable es que se oponga al proyecto -aseguró Landsborough sin alterarse. Continuaba de pie, como si deseara marcharse en cuanto pudiera-. Por lo que ha llegado a mis oídos, está convencido de que la reforma será más eficaz si se realiza de manera moderada, aunque con el tiempo será necesaria para conseguir una sociedad pacífica.

– Es un oportunista -declaró Denoon fríamente-. Sheridan, tienes una opinión demasiado buena de los demás. Te falta realismo.

Vespasia se puso furiosa y preguntó en tono gélido:

– ¿Cree que lo que ha dichoes una visión idealizada del comportamiento de sirCharles?

– Creo que su defensa de una reforma pacífica es interesada -dijo Denoon. Su tono daba a entender que incluso a Vespasia tendría que haberle resultado evidente.

– Por supuesto que es interesada -espetó Vespasia-, pero no es esa la cuestión. A nosotros lo único que nos importa es qué defenderá, no cuáles son sus convicciones.

Denoon se sonrojó.

Un atisbo de sonrisa apareció en los labios de Cordelia.

– Vespasia, había olvidado qué franca eres -comentó casi con regocijo.