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– Si fue un agente de la policía, me gustaría saber de quién se trata -reconoció Pitt.

– ¿En qué cambiarían las cosas? No creo que haga nada al respecto.

– ¿No le interesa saber quién lo mató?

Welling se hundió un poco más en el catre y cruzó los brazos a la altura del pecho.

– ¿Para qué? En mi opinión son todos iguales. Magnus estará igualmente muerto y seguirá sin haber justicia. Me importa un bledo quién lo hizo.

Pitt notó la cólera y el miedo del detenido. También le enfureció su ceguera, lo que lo llevó a sentir compasión. Había vivido algo muy parecido cuando de pequeño a su padre lo acusaron falsamente de caza furtiva, una forma de robo que por aquel entonces se consideraba muy grave. No pudo demostrar su inocencia, por lo que lo deportaron y Pitt no volvió a verlo. Se concentró en el presente.

– ¿A cuántos policías conocía Magnus? -preguntó y tuvo que esforzarse para controlar el tono de voz.

– ¿Cómo dice? -Welling se sobresaltó. Pitt repitió la pregunta-. ¡A ninguno! -espetó, enfadado-. Los policías son mentirosos, opresores corruptos y ladrones de los pobres. ¿Por qué me hace una pregunta tan absurda?

– En ese caso, ¿por qué razón un policía habría matado a Magnus? -quiso saber Pitt.

– ¡Porque sabemos de qué pasta están hechos! ¿Se ha vuelto loco? -preguntó Welling.

– Sí, al parecer lo saben ustedes bien -coincidió Pitt-. En ese caso, ¿por qué mató a Magnus y dejó con vida a Carmody y a usted? ¿O acaso era Magnus el único que representaba un peligro para la policía?

Welling tardó un par de segundos en entender a qué se refería, momento en que se ruborizó, ultrajado.

– ¿Cómo se atreve, repugnante…? -Calló bruscamente. De pronto, como alguien que abre la puerta de una habitación iluminada, comprendió lo que Pitt estaba diciendo.

– Exactamente. -Pitt asintió-. A Magnus no lo mataron por anarquista, sino por motivos personales, ¿está de acuerdo?

Welling tragó saliva y movió el cuello.

– Sí… -reconoció con voz ronca-. Pero ¿quién pudo hacerlo?

– No lo sé. Será mejor que empecemos por el móvil.

Welling lo miraba con horror, como si acabara de pensar en algo que hasta entonces no se le había ocurrido.

Con sorpresa y un poco de compasión, Pitt llegó a la conclusión de que esos jóvenes eran muy ingenuos. Odiaban apasionadamente a un enemigo que estaba formado por toda una clase, seres sin nombre, rostro, personalidad ni vida. Comparado con odiar a individuos concretos resultaba más fácil. Luego, en algún momento, se veían obligados a reconocer que se odiaban a sí mismos y debían reunir la fuerza suficiente para matar a sus enemigos, al menos Welling se sentía desconcertado por ello.

– ¿Alguien pretendía reemplazar a Magnus como cabecilla?

– ¡Claro que no! -La sola idea repugnó a Welling, como mostraban sus ojos desmesuradamente abiertos y su boca torcida-. Eso es propio de ustedes, no de nosotros. No nos gusta la moral según la cual una persona tiene que obedecer sin que importe lo que le dicte la conciencia. No buscamos el poder. La sola idea del poder es corrupta.

– Alguien cogió un arma, se escondió detrás de la puerta y disparó a Magnus por la espalda -recordó Pitt-. No sé si lo definiría como corrupto pero, sin lugar a dudas, va contra mi ley. ¿También va contra la suya o contra su falta de ley?

– ¡Sí, también va contra mis convicciones! Es una vileza. No solo se trata de un acto brutal, sino de una cobardía.

– Parece que no quería que lo vieran -precisó Pitt-. Es posible que, de haberlo visto, hubieran reconocido su cara.

Welling volvió a tragar saliva.

– Tal vez.

– Nuevamente se trata de alguien que Magnus conocía -prosiguió Pitt-. Y por si eso fuera poco, alguien que sabía dónde irían ustedes después de la explosión en Myrdle Street. Nosotros no lo sabíamos. ¿Quién tenía esa información?

Welling clavó la mirada en el policía y parpadeó lentamente.

– ¿Otras células anarquistas? -inquirió Pitt.

– ¿Por qué querrían asesinar a Magnus? -preguntó Welling, apenado-. ¡Todos aspiramos a lo mismo!

– ¿Está seguro? ¿Solo existe una clase de caos? Tal vez piensan que hay varios.

– ¡No buscamos el caos! ¡Es usted un hombre ignorante… y estúpido! -Welling estaba cada vez más molesto y volvió a sentarse muy tieso-. Habla como si fuera capaz de pensar y comprender y acto seguido dice algo tan intolerante y burdo que estropea todo lo anterior. La anarquía no tiene nada que ver con el caos o la violencia. -Agitó la mano en el aire y se inclinó hacia Pitt con la mirada encendida-. La anarquía consiste en liberarse de la tiranía para que todos los hombres sean libres y muestren lo mejor de sí mismos. Los seres humanos sensatos e íntegros deberían crecer y desarrollar lo mejor de sí. -El entusiasmo hizo que elevara la voz-. Deberían evolucionar hasta ser hombres libres y hacer caso omiso de las reglas impuestas por leyes, tribunales, gobiernos y ejércitos de pequeños hombres que esclavizan la mente. Solo existe una ley verdadera: la de la razón y la hermandad universal. El resto es miedo al encarcelamiento, al dominio perverso de un hombre sobre otro. Seamos iguales y libres.

Pitt reflexionó y finalmente dijo:

– Sin embargo, todo tiene un precio. No creo que todos los hombres estén preparados. Algunos son perezosos y otros codiciosos. Si no existen leyes ni alguien que se encargue de que se cumplan, ¿quién protegerá a los débiles?

– ¡No entiende nada! -lo acusó Welling.

Pitt se apoyó en la pared de piedra.

– Tenga la amabilidad de explicármelo.

– Sin opresión no sería necesario proteger a los débiles -declaró Welling-. Nadie les haría daño.

– Salvo los que se esconden detrás de una puerta y disparan por la espalda.

Welling se puso muy pálido.

– ¡No fue uno de los nuestros!

– Yo creo que sí.

– ¡No, no lo fue! -gritó Welling-. ¿Podría haber sido el viejo? Había un viejo que lo abordó varias veces en la calle. Al parecer Magnus lo conocía. Los vi discutir. La disputa fue muy acalorada, pero Magnus no quiso contarnos quién era o a qué se debió.

– ¿Un viejo? -preguntó Pitt-. Descríbalo.

Welling abrió desmesuradamente los ojos.

– ¿Cree que podría haber asesinado a Magnus? -Su rostro se iluminó, esperanzado-. ¿Por qué lo haría? Solo fue una disputa. ¿De dónde pudo sacar el arma? Era demasiado viejo para ser anarquista.

Pitt sonrió a su pesar.

– ¿Era muy viejo?

– No estoy seguro. Sesenta, quizá un poco más. Era un hombre alto, delgado y de pelo canoso.

– ¿Y discutieron?

– Sí.

– ¿Cuál era su actitud?

Welling se quedó pensando; un brillo de comprensión encendió su mirada. Respondió suavemente:

– Caballerosa. No iba vestido como un caballero, pero su voz…

– ¿Podría ser su padre? -inquirió Pitt con la esperanza de que Welling lo negase.

No pudo dejar de pensar en su hijo y se preguntó cómo reaccionaría si en un futuro lejano Daniel abrazaba una ideología extremista que lo llevaba a matar. ¿Qué haría para tratar de salvarlo de algo que consideraba negativo? ¿Cómo consolaría a Charlotte? ¿Hasta qué punto se consideraría culpable de lo que había salido mal? Le resultó fácil ponerse en la piel de Landsborough.

¿Era lo que había sucedido? ¿Había intentado proteger a su hijo o al sistema político en el que él mismo creía… o tal Vez el honor de la familia, con todas las comodidades y privilegios que entrañaba? Su hijo era la deshonra de la familia.

Se trataba de una idea espantosa, pero la honestidad obligó a Pitt, como mínimo, a tomarla en consideración.

Welling lo miró.

– Es posible. Magnus nunca habló de él, pero ese viejo no fue el único, también se veía con un hombre más joven y bien vestido. Pitt estaba desconcertado.