Выбрать главу

– ¿Cómo hablaba?

– No tengo ni la más remota idea. Que yo sepa, nunca habló.

– ¿Un anarquista de otra facción?

– A mí me pareció un criado; discreto, pero criado al fin -respondió Welling y su ingenuidad se esfumó-. No estoy dispuesto a decirle nada acerca de nosotros. Los anarquistas somos leales.

– No me cabe la menor duda -confirmó Pitt en tono admirativo-. Por lo visto, los anarquistas están dispuestos a acabar en la horca por sus compañeros. -Vio que Welling palidecía. Tal vez estaba más asustado de lo que lo había estado Carmody. Pitt prosiguió-: Debe de estar muy convencido de que los ideales son los mismos. Lo que me lleva a preguntarme por qué un anarquista acabó con la vida de Magnus y lo hizo desde un escondite.

La expresión de Welling se volvió desdeñosa.

– No puede ahorcarme por haber matado a Magnus. Ni siquiera puede acusarme por ello. Cuando entraron yo ya estaba en la estancia, lejos de la puerta desde la que le dispararon. Todos oyeron cómo escapaba. Hasta la policía lo oyó bajar por la escalera trasera y lo dejó pasar. -Le tembló la voz al advertir que podrían mentir, aunque solo fuese para ocultar que habían cometido semejante error. Tragó saliva. En su mirada quedó claro que creía que Pitt era capaz de mentir, al igual que el resto de los agentes-. ¡Yo no lo habría matado y usted lo sabe!

– Así es, lo sé -coincidió Pitt-. Al menos, no creo que lo hiciera personalmente, aunque podría haberse confabulado con alguien. Es lo bastante listo como para proteger a quien lo hizo, por lo que también es razonable suponer que son aliados e incluso que le pagó… -Percibió horror en la mirada de Welling y en ese instante supo que era inocente-. Claro que, en realidad, me refería al policía al que dispararon en plena calle.

– No estaba… no estaba muerto… -La incertidumbre de Welling se reflejó claramente en su cara.

Pitt venció la tentación de dar a entender que había perdido la vida.

– No, pero por pura suerte. Intentaron matarlo. -Yo… yo… -La voz de Welling se apagó. No había argumentación posible.

Pitt aguardó mientras el detenido reflexionaba. El encarcelamiento le resultaría a Welling más duro de lo que hubiera imaginado, pero la horca tenía un carácter irrevocable.

– ¿Es usted creyente? -preguntó Pitt de sopetón.

Welling se sobresaltó.

– ¿Cómo dice?

– ¿Es creyente? -repitió Pitt.

La mirada burlona volvió a alterar el rostro de Welling, pero fue una bravuconada más que una muestra de confianza.

– No es necesario creer en Dios para tener moral -replicó con amargura-. ¡ La Iglesia cuenta entre sus filascon los peores hipócritas que existen! ¿Tiene idea de laspropiedades que tiene? ¿Sabe cuántos religiosos predican una cosa yhacen otra muy distinta? Condenan a personas cuyas vidas nisiquiera son capaces de comprender y…

– No pensaba en la moral -lo interrumpió Pitt-. Los hipócritas me caen tan mal como a usted. Me refería a si hay algo que esperar después de la muerte. -Welling se puso pálido y de pronto le costó respirar. Pitt adoptó un tono más afable-: Es usted joven. No, tendrá que renunciar a su vida ni a todo a lo que puede hacer, a los aciertos y a los errores, si me ayuda a averiguar quién mató a Magnus Landsborough y a demostrarlo. Según su moral y la mía, fue un acto infame. Si colabora estoy autorizado a no acusarlo por haber disparado al policía y por el resto de sus acciones.

Welling se humedeció los labios.

– ¿Cómo puedo estar seguro? ¿Cómo sé que no miente? ¡Tal vez el policía ha muerto!

– No, no ha muerto. Dentro de pocas semanas se reincorporará a su trabajo. El disparo le atravesó el hombro, pero no tocó la arteria.

Pitt sacó del bolsillo el papel con la promesa que Narraway había redactado y se lo entregó a Welling, que lo cogió, lo leyó y parpadeó varias veces mientras las manos le temblaban ligeramente.

– ¿Qué será de Carmody? -preguntó por último-. No… -Tuvo que carraspear-. No me salvaré a cambio de que lo ahorquen.

Pitt se imaginó lo que le había costado pronunciar esas palabras y lo admiró.

– No es necesario -garantizó-. La misma oferta vale para él en caso de que la acepte. Dígame todo lo que sabe de Magnus Landsborough, quién lo sustituirá como jefe… o defínalo como prefiera y… y hábleme también del viejo con el que habló. Quiero saber con cuánta frecuencia, dónde, a qué hora del día o de la noche y cómo reaccionó Magnus.

Welling se lo contó paso a paso; medía cada palabra para callar lo que no le interesaba que se supiese. No puso nombre al tipo que, según creía, se convertiría en el nuevo jefe, si bien su respeto por él era evidente. Compartía el apasionamiento de Magnus contra el dominio injusto de una persona sobre otra. Lo enfurecía la indefensión de los pobres y las desventajas por motivos de salud, falta de inteligencia o educación, y cuestiones de nacimiento o, simplemente, de posición social. En su opinión, el poder sin responsabilidad era el peor de los males, ya que engendra crueldades, injusticias y todos los abusos que una persona puede infligir a otra.

Pitt analizó con Welling los medios con los cuales pretendía enmendar la situación. Tal vez el detenido lo apreció, ya que empezó a hablar con menos desdén y más cordialidad acerca de sus esperanzas de alcanzar un mayor equilibrio entre los hombres.

El detective no discutió la idea de que la sociedad debe tanto a la naturaleza del ser humano como a cualquier sistema político concreto. Se le pasó por la cabeza plantearlo, pero la frialdad de la celda y el olor a cerrado le recordaron la urgencia de atajar la corrupción y evitar un mayor poder de Wetron en el futuro.

Welling también le refirió los encuentros de Magnus con el viejo. Habían tenido lugar seis veces y habían perturbado al joven fallecido. Se negó a decir quién era o qué quería, pero no permitió que lo criticasen o que le dijeran que no volviese. Las contadas veces que los habían visto charlar era evidente que discutían. El viejo parecía alterado, pero nadie oyó lo suficiente para saber sobre qué conversaban y Magnus se negó tajantemente a hablar de la cuestión.

Pitt abordó el tema de la procedencia de los fondos de la célula; al principio lo planteó indirectamente y no obtuvo respuesta. Welling se mostró muy precavido.

– No es necesario protegerlo -comentó Pitt con indiferencia-. Sabemos de quién se trata. En realidad, la policía también lo sabe.

Welling sonrió.

– En ese caso, no necesita que se lo digamos.

– Exactamente. No lo mencionaría si existiera la más remota posibilidad de que pudieran avisarle.

– Por supuesto.

El tono de Welling había recuperado el escepticismo del inicio del interrogatorio.

– Es Piers Denoon -aseguró Pitt y detectó contrariedad en la mirada de Welling.

No necesitaba que lo confirmase. Estuvo en un tris de preguntar si Magnus y Piers se habían peleado. Tal vez Magnus se había dado cuenta de que su primo jugaba a dos bandas, para los anarquistas y para la policía, y había amenazado con desenmascararlo. Antes de tomar la palabra pensó en el peligro que correría Tellman y se mordió la lengua. Welling podría defenderse declarando en el juzgado y la información llegaría a la policía. Cambió de idea. De todos modos, la posibilidad seguía siendo válida. Tal vez había sido Piers Denoon el que había matado a Magnus para protegerse a sí mismo.

Al final averiguó a través de Welling todo lo que quería saber. Tras una fugaz visita a Carmody, que no le proporcionó más datos, abandonó la cárcel con la mente en ebullición.

Al día siguiente, poco después de las doce, Pitt inició la ronda por las tabernas y sustituyó a Jones el Bolsillo. Nunca había realizado una tarea tan detestable como aquella. Tal vez porque sabía cuánto le desagradaría, se vistió con ropa gastada y muy distinta a la que solía llevar, como si intentase alejarse de lo que tenía que hacer. Se puso una chaqueta de lanilla con varios remiendos, una prenda que en otras circunstancias jamás habría elegido. Era áspera al tacto y abrigaba demasiado.