Voisey esperaba que llegase por el otro lado, pero en el último momento se volvió y lo miró. Pareció tranquilizarse y preguntó:
– ¿Es tan malo como dice la prensa?
– Sí. En realidad, empeorará.
– ¿Empeorará? -El tono de Voisey era amargo-. ¿Qué opina? -añadió con sarcasmo-. ¿Qué destruirán dos o tres calles? ¿Tal vez que habrá otro gran incendio de Londres? Podemos considerarnos afortunados de que no fuera peor. Con marea baja, en esta época del año y con la falta de lluvias, anoche podríamos haber perdido la mitad de Goodman's Fields.
– Espere a que el Parlamento se reúna esta tarde -contestó Pitt-. No hacen falta más explosiones para que exija la aprobación inmediata del proyecto, incluida la disposición para interrogar a los criados. ¿Ha leído el editorial de Denoon?
Voisey se volvió y comenzó a caminar, como si permanecer quieto le resultase insoportable.
– Sí, claro que sí. Es su gran oportunidad, ¿no le parece? ¡Aprovecharán el atentado para aprobar la ley! -Era una afirmación más que una pregunta. Pitt tuvo que andar deprisa para darle alcance-. ¿Cree que en el caso de que vuelvan a quemar media ciudad, habrá un genio que pueda reconstruirla tal como está? -inquirió Voisey muy serio. Con la mano señaló la gran catedral y añadió-: Ya sabe que iniciaron la reconstrucción del templo en 1675, solo nueve años después del incendio. La terminaron en 1711.
Pitt permaneció en silencio. Le resultaba imposible imaginar Londres sin St Paul.
Llegaron a la placa en honor de sir Christopher Wren. Voisey leyó la inscripción en voz alta:
– Lector, si monumentum requiris, circumspice. Supongo que no sabe qué significa. -En su tono había una mezcla de admiración y amargura-: «Lector, si busca un monumento mire a su alrededor».
Su expresión era de dolor y respeto y tenía los ojos brillantes.
De repente, Pitt vio una faceta distinta y sorprendente de Voisey: la de un hombre deseoso de dejar huella en la historia, de transmitir algo suyo. No tenía hijos. Había heredado pero no legaría. ¿Cabía la posibilidad de que parte de su odio tuviera que ver con la envidia? Cuando muriese sería como si no hubiera existido. Pitt observó su rostro cuando el parlamentario miró hacia arriba y durante unos segundos le pareció ver un ansia profunda y descarnada.
Sin embargo, sentía que era un entremetimiento, como cuando se pilla a alguien realizando un acto privado, y giró la cabeza.
Su movimiento llamó la atención de Voisey, que inmediatamente volvió a ponerse la máscara.
– ¿Sabe algo de los responsables de la colocación de la bomba?
– Tal vez -respondió Pitt. Notó el odio de Voisey, que había adquirido más profundidad, como si fuera palpable en medio de aquel silencio casi absoluto. Cerca no había nadie y el ligero murmullo de las pisadas distantes era tan tenue que se perdió. Podrían haber estado solos-. El hombre encargado de asumir la dirección si le pasaba algo a Magnus Landsborough se llama Zachary Kydd. Es posible que sea el asesino de Magnus.
– ¿Rivalidades internas? -El desprecio de la expresión de Voisey era evidente.
Pitt se dio cuenta de que estaba a punto de perder los estribos.
– Lo mató alguien que lo conocía, uno de los anarquistas.
– ¿Por qué? -Voisey parecía incrédulo-. ¡No hacía falta deshacerse de Landsborough para colocar una bomba en Scarborough Street!
– ¿Cómo lo sabe? -inquirió Pitt.
– ¿Por qué demonios iba a hacerlo? ¿Landsborough intentaría impedírselo? -Su incredulidad resultaba mordaz-. ¿Cómo? ¿Avisaría a la policía para que se echase sobre ellos? ¿Está diciendo que alguien de la célula confiaba en la policía?
Pitt dio a su voz un tono de exagerada paciencia:
– Para desencadenar explosiones de ese calibre se necesita mucha dinamita, planificación y personas dispuestas a arriesgar la vida. Tal vez Kydd no podía saberlo hasta arrebatarle el liderazgo a Magnus.
Voisey dudó unos segundos, pero sabía que el de la BrigadaEspecial tenía razón, por lo que no tardóen reconocerlo.
– Kydd -repitió-. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué pretende?
– No lo sé -reconoció Pitt y esbozó una ligera sonrisa. Una sombra oscureció la mirada de Voisey.
Pitt se limitó a esperar.
– El atentado de Scarborough Street le hace el juego a Wetron -apostilló Voisey-. Es lo mejor para sus propósitos. ¿Cree realmente que se trata de una coincidencia?
Pitt llevaba el abrigo puesto y, a pesar de que en la catedral la temperatura era agradable, sintió un escalofrío. Le habría gustado librarse de llegar a esa conclusión y encontrar al menos un motivo convincente por el cual no podía ser cierta, pero no fue así. Preguntó suavemente:
– ¿Cree que él está detrás de todo esto?
Al oír esas palabras fue Voisey quien sonrió.
– Pitt, su capacidad de pensar bien de los demás siempre me sorprende. No debería ser así. A pesar de todo lo que le ha ocurrido, y de lo que le sucedió a su padre; a pesar de todos los años que lleva resolviendo asesinatos y de que últimamente se ocupa de los fanáticos políticos, no deja de ser un ingenuo. Se niega a reconocer la evidente realidad de la naturaleza humana. -Su rostro se ensombreció y exclamó violentamente-: ¡Tonto, por supuesto que Wetron está detrás de todo esto! Se ocupó de que el desgraciado, estúpido e inofensivo Landsborough colocase la primera bomba. Dijo a los integrantes de la célula que nadie resultaría herido. Los jóvenes e insensatos anarquistas, que no saben lo que hacen, que solo protestan contra la corrupción, seguramente estuvieron de acuerdo. Usted atrapó a unos pocos, lo que sin duda era lo que pretendía; estaba todo preparado. La segunda vez fue muy parecida, pero mucho peor. Casi sin pensarlo, todos suponen que se trata de una escalada de la violencia y culpan a los mismos. ¿Y qué ocurre a continuación? El miedo se ha disparado y Denoon alimenta las llamas. Si Wetron no está implicado, es el hombre más incompetente del mundo. Pitt, ¿qué opina? ¿Qué piensan los servicios de información de la policía? ¿Cómo lo interpreta el cerebro de laBrigada Especial?
– Exactamente igual que usted -contestó Pitt-. Hasta qué punto aprovechó la situación y en qué grado la provocó no tiene realmente importancia, siempre y cuando lo conectemos con lo ocurrido y podamos detenerlo.
– ¡Vaya, por fin es pragmático! Demos gracias a Dios. ¿Cómo se propone hacerlo? -Voisey solo titubeó una fracción de segundo-. Por supuesto, tenemos a Tellman, un hombre que dispone de información confidencial.
Pitt miró a Voisey y por su expresión supo que esperaba que respondiese que no podía hacerlo; en ese caso su desprecio sería absoluto. Decidiera lo que decidiese, el político tenía el control de la situación; la certeza de su poder brilló en su mirada.
Pitt intentó encontrar otra solución igualmente válida que le permitiese una salida, pero no la había.
– Pediré a Tellman que intente rastrear el dinero hasta Wetron -accedió muy a su pesar.
– ¡El dinero! -exclamó Voisey con desdén-. ¡Ya sabemos que Wetron se queda con el dinero de las extorsiones! De todos modos, solo conseguirá rastrearlo hasta Simbister. Necesitamos dinamita, conexiones que demuestren su complicidad, saber para qué pretendía utilizarla.
– En primer lugar, me ocuparé del dinero -puntualizó Pitt con paciencia-. Lo rastrearé hasta Wetron y solo entonces investigaré la compra de la dinamita. Si llega hasta Simbister estará muy bien, siempre y cuando podamos relacionarlo con Wetron. He seguido el dinero hasta el brazo derecho de Wetron.
– ¿Ya lo ha hecho? -Voisey enarcó las cejas-. No me lo había dicho.
– Acabo de hacerlo. Me dedicaba a esa investigación cuando estalló la bomba en Scarborough Street. Estaba a pocos metros de distancia.