Voisey se quedó de piedra.
– ¿Estuvo allí? ¿Fue testigo de la explosión? -Observó con más atención a Pitt y reparó en los rasguños en las mejillas y en el pelo chamuscado-. Estuvo allí -repitió con contrariado respeto-. Pensé que le habían avisado después de que ocurriera.
– Dediqué la mitad de la noche a ayudar a sacar a los heridos y a los que se quedaron sin techo -explicó Pitt, que intentó que el recuerdo no lo emocionara-. Supongo que todavía están buscando a los muertos. Le aseguro que estoy tan resentido con Wetron como usted.
Voisey exhaló un suspiro.
– Claro, supongo que sí. Si algo puede alterar su gran tolerancia es un acto como este. De acuerdo. ¡Relacione a Wetron con la dinamita y veremos cómo lo cuelgan de la horca! -Pronunció esa última palabra con una repentina y apasionada energía que, como sabía Pitt, tenía más que ver con el Círculo Interior que con los muertos de Scarborough Street.
– Es lo que me propongo -confirmó-. Pero lo haré con cuidado. ¿De qué se encargará usted?
Voisey sonrió y fue como si de repente saliera el sol.
– Buscaré a otros ilustres parlamentarios a los que no les preocupa que los criados sean interrogados en su ausencia y les recordaré los peligros de semejante práctica.
Voisey levantó la mano a modo de saludo y se alejó.
Tellman no se sorprendió al ver que Pitt lo aguardaba en la calle, a la puerta de su casa. Aparte de la comisaría de Bow Street, era el único lugar en el que Pitt sabía con certeza que lo encontraría. Pero en la comisaría indudablemente lo verían y lo reconocerían, por lo que en cuestión de minutos estaría informado Wetron de su presencia.
Pitt tuvo que esperar. Tellman siempre regresaba a una hora distinta, según el caso que se traía entre manos y los progresos que hacía. Wetron daba por sentado que estaban en contacto; de hecho, ya lo había demostrado en la conversación que sostuvo con Tellman, durante la cual le habló de Piers Denoon. Aun así, lo más aconsejable era que no lo viesen. Pitt se escondió en la penumbra vespertina del callejón hasta que su amigo llegó a la puerta.
No hablaron en la calle. Pitt siguió al sargento y subieron la escalera hasta su habitación. Tellman corrió las cortinas antes de prender la luz de gas. La chimenea ya estaba encendida, por lo que el aire no era frío. La casera llevó pan y sopa caliente para ambos y no hizo el menor comentario.
Tellman escuchó con creciente horror la descripción que Pitt hizo de lo sucedido en Scarborough Street. Ya le habían hablado del atentado, pero no era lo mismo que cuando se lo contaba alguien que había estado presente. Dejaba de ser una sucesión de datos y se convertía en un relato acerca de la sangre, la violencia, el ruido, el sufrimiento, el olor a humo, la carne quemada y ese insoportable calor en la piel.
– Voisey está convencido de que Wetron es el verdadero culpable -concluyó Pitt, con pesar.
A Tellman se le revolvió el estómago. Le costaba imaginar aquella maldad deliberada y planificada. Sabía que había hombres muy ambiciosos, pero le resultaba imposible concebir un ansia de poder tan grande como para conseguir que alguien realizara una matanza humana como aquella. Imaginó la cara y la fría mirada de Wetron y aun así le pareció incomprensible.
Sin embargo, Pitt estaba dispuesto a creérselo.
– Debemos relacionar a Wetron con la dinamita -apostilló quedamente-. Si no hay pruebas no tenemos nada.
– Probaré con Jones el Bolsillo -dijo Tellman tras reflexionar unos segundos-. Como has dicho, deberíamos conectar la dinamita con alguien a través de la procedencia del dinero. No se me ocurre otra cosa.
Hablaron unos minutos más y Pitt se marchó. El fuego de la chimenea se redujo a una lluvia de chispas y Tellman añadió carbón. La noche había caído y oyó las gotas de lluvia que tamborilearon en los cristales de las ventanas. Pensar en cómo abordaría el tema con Jones y en lo mucho que las cosas habían cambiado en el breve tiempo transcurrido desde que Pitt ya no estaba al mando en Bow Street. Desde entonces habían ingresado un puñado de nuevos reclutas, pero la mayoría de los policías llevaban años en la comisaría. ¿Cuántos de ellos eran corruptos? ¿Siempre habían estado dispuestos a caer en la tentación pero él no se había enterado? ¿Era tan incompetente como parecía juzgando el carácter de los hombres? ¿Acaso por el simple hecho de que eran policías había dado por sentado que también debían ser honrados, cuando en realidad apenas se diferenciaban de los seres violentos, deshonestos, débiles o codiciosos a los que perseguían?
¿O esos policías estaban tan ciegos como antaño lo había estado él y dieron por sentado que Wetron, su comandante y agente de mayor rango, debía de ser honrado? ¿Su propia honestidad y lealtad les impidió ver la realidad, por lo que ni siquiera se les cruzó por la cabeza la posibilidad de que Wetron fuese un hombre corrupto? Si hablaba en contra del jefe lo considerarían un traidor.
Ciertamente allí radicaba la verdadera habilidad de Wetron: no estaba en las complejas tramas y maquinaciones, sino en el modo en el que se aprovechaba del ansia del codicioso, de los temores del débil y de la honradez de un buen hombre y los utilizaba en su favor. El hombre que es inocente no espera mentiras de los demás. El que nunca roba no sospecha que sus amigos lo hagan. El hombre en cuya naturaleza no anida la traición no se guarda las espaldas.
En Tellman había una ira profunda y gélida, tan impetuosa como la que impulsaba a Pitt, por lo que comprendió perfectamente la situación. Costara lo que costase no permitiría que Wetron continuase como hasta entonces. Claro que sí, tenía miedo de la reacción de Wetron. Ni por un segundo subestimaba su inteligencia o su voluntad, pero en aquel momento no venían al caso. No hicieron que reconsiderara nada; por el contrario, estaba más decidido si cabe.
Por la mañana, Tellman se dirigió directamente a la prisión en la que Jones estaba detenido y dijo que quería verlo. En el caso de que se demostrara, la acusación de pasar dinero falso era muy grave, aunque no siempre resultaba sencillo. La gente hacía imitaciones deficientes de los billetes, pero jamás afirmaba que fueran de verdad. Lo llamaban dinero de relumbrón y lo utilizaban en teatros, juegos y trucos, pero se diferenciaba de las falsificaciones, que pretendían confundirse con el dinero de verdad.
Tellman se había ocupado de endosarle dinero falso al tabernero, que se lo entregó a Jones. Dado que este lo había aceptado como cobro de una extorsión, no podía echarle la culpa al tabernero y, por consiguiente, quedar como la víctima. De todos modos, se le podía ocurrir cualquier cosa para recuperar la libertad en un período de tiempo relativamente breve.
Jones el Bolsillo se encaró a Tellman con una mezcla de confusión y de deseo de no enemistarse con la policía antes de saber exactamente cuáles eran sus opciones.
– ¿Qué quiere? -preguntó hoscamente cuando cerraron la puerta de la celda.
Tellman lo miró de arriba abajo. Sin el abrigo amplio, Jones tenía una figura menos imponente, delgada y ligeramente barrigona, con los dedos de los pies hacia dentro, como las palomas. Su rostro oscuro denotó fuerza y mucha astucia cuando devolvió la mirada a Tellman. Es posible que fuera un instrumento de Grover, pero no tenía un pelo de tonto ni había actuado contra su voluntad.
Tellman pensó en adoptar la actitud afable de Pitt, pero estaba demasiado cabreado. Más le valía ser fiel a su carácter seco y un poco agrio.
– Algo que le podría venir bien, lo mismo que a mí -respondió.
– ¿En serio? No sé por qué me parece que no va a favorecerme -comentó Jones con sarcasmo.
Tellman pensó que podía ser de origen galés, aunque su acento no tenía la musicalidad de los nativos de esa tierra.
– Está en una situación delicada -observó el sargento-. Lo detuvieron con un billete falso de cinco libras. Es un mal asunto.
– No es falso -lo contradijo Jones-. Solo era un billete de relumbrón… lo que no tiene nada de malo. Han cometido un error. La policía siempre los comete.