Jones sufrió un ataque de tos.
Tellman se acordó de Scarborough Street y no sintió la menor compasión.
Salió de la cárcel y dedicó las cuatro o cinco horas siguientes a comprobar lo que Jones le había contado. No podía permitirse el lujo de equivocarse. Se dirigió a los muelles de Shadwell y encontró New Gravel Lane. La calle era lúgubre incluso bajo el sol estival y el viento que llegaba del río era cortante. En la vía fluvial se veía el ajetreo de las barcazas que se desplazaban desde Pool of London, así como el de las gabarras, los transbordadores, los remolcadores y los barcos de carga amarrados o a la espera para atracar. Sería un lugar idóneo para guardar dinamita. Constantemente entraban y salían cargamentos de todo tipo.
Aún no sabía lo suficiente para informar a Pitt. Solo podrían hacer un único registro en ese lugar. Después de este, trasladarían la dinamita sin darles tiempo a organizar un segundo registro. No tenía otra opción que correr el riesgo de solicitar a la policía fluvial toda la información que pudiese proporcionarle. Lo plantearía indirectamente, como si se tratase de una cuestión de cortesía profesional.
A media tarde se enteró de que una de las viejas embarcaciones, amarrada en las escaleras de New Crane, pertenecía a Simbister y que esa misma noche sería trasladada. Le sorprendió que le resultara difícil haberlo averiguado tan fácilmente. ¿Se trataba de una doble e incluso de una triple traición? No había forma de saberlo, pero había llegado el momento de reunirse con Pitt y comunicárselo. Daba igual quién lo viese, ya no hacía falta ser discreto.
Cuando por fin dio con Pitt entre las ruinas de Scarborough Street, Tellman informó:
– El Josephine, en las escaleras de New Crane, en los muelles de Shadwell.
El sargento no había sabido dónde buscarlo porque desconocía si Narraway tenía despacho y dónde estaba. Estaba completamente seguro de que Thomas Pitt no estaría en casa y, por lo que tenía entendido, no estaba ocupado con otra investigación. Pasó por Long Spoon Lane, pero allí no había nadie, de modo que se dirigió hacia Scarborough Street.
Pitt estaba cansado, sucio y cubierto de ceniza de tanto buscar entre los escombros. Habían retirado gran parte de los restos. Las casas parecían tener dientes: había paredes ennegrecidas y vigas al descubierto que el fuego no había alcanzado. Los adoquines estaban cubiertos de tejas de pizarra rotas y fragmentos de cristal. El aire seguía teniendo el olor rancio del incendio.
– ¿A quién pertenece el Josephine? -preguntó Pitt, se pasó la mano por el pelo y se manchó la cara con más ceniza.
– A Simbister -respondió Tellman-. La policía fluvial dice que esta noche lo cambiarán de sitio. No tenemos tiempo que perder. ¿Qué buscas aquí?
– Cuerpos que no encajen aquí-respondió Pitt-. De momento hemos encontrado dos que no vivían aquí y nadie sabe quiénes eran. Podríamos relacionarlos con las explosiones. -Por su tono parecía que tuviera pocas esperanzas de conseguirlo.
– ¿Anarquistas?
– Probablemente, aunque también podrían haber ido a visitar a alguien que ya no está vivo para confirmarlo. -Se incorporó-. Si encuentro el barco y todavía contiene dinamita o restos, ¿habrá alguna prueba de la vinculación de Simbister?
– Sí. -Tellman le explicó en pocas palabras lo que había averiguado a través de Jones el Bolsillo-. De todos modos, voy contigo.
Pitt sonrió; sus dientes contrastaban con la suciedad que cubría su cara.
Mientras abandonaban juntos los escombros de la casa central vieron, escoltada por un agente, la elegante figura de Charles Voisey que se acercaba a ellos. Al ver a Pitt apretó el paso; apenas miró a Tellman.
– ¡No podemos esperar más! Mañana presentarán el proyecto de ley -declaró con cierta desesperación. A la luz del sol crepuscular su rostro parecía cansado. Tenía ojeras y podía verse que estaba luchando desesperadamente contra la derrota-. ¡Dios mío, esto es espantoso!
No volvió la cabeza para mirar las ruinas de la calle, las chimeneas sin techo que se perfilaban contra el pálido cielo, los escombros de la vida de toda aquella gente esparcidos por los adoquines, los muebles, los enseres, los cacharros de cocina, la ropa reducida a harapos. Por su expresión estaba claro que ya había visto a los muertos y que no quería que aquella imagen se grabara más profundamente en su memoria.
– Hemos vinculado a Simbister con la dinamita -le comunicó Pitt, que notó que Tellman se ponía rígido al ver que confiaba en Voisey-. Iré a Shadwell a registrar la embarcación.
– ¿Cuándo? -inquirió Voisey.
– Ahora mismo.
– ¡No puede ir solo!
– Claro que no. Me acompañará Tellman. Voisey miró al sargento por primera vez y lo observó con sincero interés. Apenas había tenido tiempo de fijarse en él cuando, desde el otro extremo de la calle, una figura se abrió paso entre los escombros y, tras cruzar unas palabras con el agente de policía, abordó a Tellman, que evidentemente lo había reconocido.
– Señor Tellman -dijo sin aliento-. Señor, lo necesitan en comisaría. Se ha producido un robo y el señor Wetron me ha pedido que viniera a buscarlo. Es un caso que, según el señor Wetron, es demasiado importante como para encomendarle el caso a Johnston. Al parecer golpearon al pobre mayordomo con un objeto contundente y asustaron tanto a la dueña de casa que se desmayó.
– Stubbs, dígale… -empezó a decir Tellman, pero calló en cuanto se dio cuenta de que estaba en un aprieto.
Wetron lo había mandado llamar. Stubbs lo había encontrado en compañía de Pitt. Pero no permitiría que Pitt fuera solo a los muelles de Shadwell.
– Señor Tellman, ¿qué responde? -inquirió Stubbs en tono apremiante-. ¡He tardado casi una hora en encontrarlo!
¿Por qué se le había ocurrido buscarlo allí? ¿Acaso Wetron sospechaba algo? Probablemente lo sabía. En la mirada de Stubbs había contrariedad y desafío. Tellman recordó que la familia de Stubbs dependía del joven, ya que era el único con edad suficiente para trabajar. No podía regresar a casa con las manos vacías y Wetron se aprovechaba de aquella situación.
– Al parecer ha ocurrido algo grave -intervino Pitt con decisión-. No pierdas más tiempo. No creo que encontremos nada relacionado con el falsificador, pero si lo conseguimos te lo haré saber.
Tellman siguió a Stubbs; su figura rígida y encolerizada se fundió con las sombras.
– Los muelles de Shadwell -repitió Voisey.con desagrado y miró sus elegantes botas-. De todas maneras, el sargento Tellman tiene razón: no es sensato que vaya solo. Creo que nos hallamos ante una de esas situaciones en las que, sin lugar a dudas, la cooperación es necesaria. No está muy lejos de aquí, ¿verdad?
Pitt no tenía otra salida. Fuera lo que fuese lo que pensaba de él, Voisey no sacaría nada protegiendo a Simbister y la dinamita. Además, al día siguiente presentarían la propuesta de ley.
– ¡Adelante! -dijo. Deseó que no fuera una decisión insensata.
Sabía cómo llegar a New Grave Lane y a los muelles de Shadwell. Estaba lo bastante cerca como para llegar andando si no había otro remedio, ya que en esa zona las probabilidades de encontrar un coche eran escasas. Había tres kilómetros y medio en línea recta. Recorrer las estrechas calles con ángulos cerrados les llevaría prácticamente una hora. No sabía si Voisey estaba acostumbrado a hacer tanto ejercicio.
– Si subimos por Commercial Street tal vez encontremos un coche -añadió, pese a que dudaba de que lo consiguieran.
Voisey echó un vistazo al barro de la calle y al cielo cada vez más oscuro.
– ¡De acuerdo! -exclamó y comenzó a caminar sin esperar a Pitt.
Encontraron un coche y, al final, tardaron menos de veinte minutos. Descendieron a varios cientos de metros de New Gravel Lane y Voisey pagó al cochero.