– Ya lo sé. ¡Tendría que haber estallado! -Voisey se movió. Pitt lo cogió del brazo y lo retuvo-. ¡Quédese quieto! ¡Todavía podría explotar!
– No servirá de nada si no estalla en tres o cuatro minutos -puntualizó Voisey.
– Hay más detonadores -dijo Pitt-. Tendremos que hacer un agujero en otra parte. -Debía pensar a toda velocidad. Se hundían por la popa. Si provocaba una explosión en la proa, esta volaría por los aires. En cualquier otro lugar el agua entraría y los arrastraría hacia el interior en vez de hacia fuera-. En la proa -afirmó y se puso en pie-. Encienda otra cerilla, tengo que ver la dinamita.
– Solo quedan tres -informó Voisey, pero obedeció-. Será mejor que esta vez funcione.
Su tono no era de crítica, pero había ironía y temor.
Pitt no respondió. Había oído el comentario de Voisey y prefirió pensar en ello más que en Charlotte, su hogar, sus hijos y las frías y sucias aguas del Támesis, que se encontraban a muy poca distancia. Trabajaba tan rápido como podía; sabía que un apresuramiento excesivo o el menor error significaría fracasar.
Adhirió la dinamita a la pared más cercana de la bodega y colocó el detonador en su sitio.
Voisey encendió la última cerilla y un cigarrillo y aspiró el humo. La bodega quedó a oscuras.
Pitt solo veía la luz incandescente del pitillo. No sabía qué decir.
– Esto durará más que una cerilla -explicó Voisey sin inmutarse-. ¡Coloque el detonador y siga con su trabajo!
Pitt obedeció con manos temblorosas.
Voisey no dejaba de dar caladas al cigarrillo para proporcionar un poco de luz.
Pitt comprobó el detonador por última vez.
– Listo.
Voisey acercó la colilla a la mecha. Retrocedieron tanto como pudieron. El barco estaba tan escorado que les costaba mantener el equilibrio. La mecha chisporroteó. Pareció tardar una eternidad. Pitt oyó una respiración intensa. Pensó que era Voisey… hasta que se dio cuenta de que era la suya. En el exterior, a medio metro y en plena oscuridad, el agua se arremolinaba y rompía contra el barco.
Se produjo un súbito y violento ruido y entró una bocanada de aire. Ambos se vieron impulsados hacia atrás, a continuación el agua helada los alcanzó y el barco se hundía cada vez más deprisa.
Pitt se lanzó hacia delante, hacia el orificio abierto en la popa. Debía llegar antes de que el barco se hundiera y el agua que entraba lo echase hacia atrás. Llegó hasta el borde dentado del boquete y se aferró a él. Solo estaba treinta centímetros por encima del agua. En un instante sería demasiado tarde.
Se impulsó con todas sus fuerzas, notó que el aire le golpeaba la cara y vio las luces del río y el cielo. Se volvió para coger a Voisey, le agarró la mano y lo izó enérgicamente.
Voisey atravesó el orificio en el preciso momento en el que el Josephine se hundía en el río y desaparecía. Ateridos pero libres, llegaron hasta la escalera.
9
Pitt estaba sentado junto al fogón de la cocina de su casa. Iba vestido con la camisa de dormir y el batín, pero todavía temblaba. El té caliente lo había reconfortado, pero el viaje en coche con la ropa empapada había durado una eternidad, como si Keppel Street estuviera a cien kilómetros en vez de a ocho.
Voisey y él apenas cruzaron una palabra en cuanto subieron la escalera y volvieron a pisar el muelle. No había nada que decir, todo estaba muy claro. Directa o indirectamente, la dinamita pertenecía a Simbister, pero lo importante era que alguien había intentado ahogarlos y había estado a punto de conseguirlo.
El coche dejó a Pitt en Keppel Street antes de seguir hasta la casa de Voisey en Curzon Street. Charlotte esperaba a Pitt en la puerta. Angustiada, andaba de un lado a otro; estaba muy pálida.
En ese instante estaba de pie frente a su marido, lo miraba con preocupación. Pitt ya le había explicado a grandes rasgos lo ocurrido… callar habría sido imposible; además, no tenía la menor intención de ocultárselo. La oscura bodega, la sensación de impotencia a medida que el barco se hundía y los sonidos del río a su alrededor eran cosas que jamás olvidaría, ni siquiera en sueños. Sabía que en plena noche se despertaría y se alegraría de ver un poco de luz, el brillo de una farola a través de las cortinas, lo que fuese. Acababa de vivir la terrible sensación de ser ciego, de sufrir un ataque y ser incapaz de averiguar de qué dirección procede la agresión hasta que es demasiado tarde.
– ¿Estás seguro de que Voisey no ha tenido nada que ver? -preguntó Charlotte por tercera vez.
– No creo que haya una causa que le interese tanto como para morir por ella -replicó Pitt convencido.
Charlotte no discutió.
– Al menos esta vez -aceptó-. Y ahora, ¿qué? Ya no tienes la prueba de la dinamita. Está en el fondo del río. Pitt sonrió.
– Me parece que está en un lugar muy seguro, ¿no opinas lo mismo?
Charlotte abrió desmesuradamente los ojos.
– ¿Será suficiente?
– Sir Charles Voisey se ha convertido en un héroe y es parlamentario. Supongo que aceptarán sus pruebas. Además, todavía existen los archivos según los cuales el Josephine pertenece a Simbister.
– ¿Y con eso qué puedes demostrar para que contribuya a que se rechace el proyecto? -insistió-. Se trata de otra explosión que parece un nuevo golpe anarquista y que dará más peso a los argumentos de Tanqueray.
– Si llevo la prueba de dicha propiedad a Somerset Carlisle y menciono la dinamita, a Grover y a Jones el Bolsillo tal vez sea suficiente para que algunos duden -añadió Pitt lentamente.
En el calor de la cocina, de repente se sintió terriblemente cansado. Notó el agotamiento en todo su cuerpo; ya no podía pensar con claridad. Las decisiones no estaban tan claras.
– No te fíes de Voisey -lo apremió Charlotte-. Aún puede traicionarte.
Charlotte se había inclinado ligeramente y le había cogido la mano.
– No es necesario que confíe en él. Quiere lo mismo que yo: que no se apruebe el proyecto de armar a la policía. Ya sé que es por razones distintas, pero eso ahora no tiene importancia. -Bostezó sin poder contenerse-. Disculpa.
Charlotte se arrodilló ante su marido y lo miró a la cara.
– Vete a la cama. Debes descansar. -La emoción le quebró la voz-. Le agradezco infinitamente a Dios que estés a salvo. No quiero pensar en lo cerca que estuviste de morir ahogado; no podría soportarlo. Thomas, ¿aún tienes la prueba de que la hermana de Voisey estuvo implicada en el asesinato del reverendo Rae? Si fuera necesario, ¿podrías lograr que la condenaran por esa muerte?
– No.
Pitt se esforzó por conservar la lucidez. Observó el rostro sincero de su esposa, tan próximo al suyo, su pelo sedoso y su mirada preocupada. Notó el calor de su piel y un tenue olor a lavanda y a jabón. Se dio cuenta de que la emoción lo embargaba. Había estado a punto de perderlo todo: esa estancia, el olor a comida y a ropa limpia, la vieja vajilla en el aparador; aquello era su hogar. Sobre todo, Charlotte; le importaba más que nada.
– ¿Has dicho que no? -la mujer estaba asustada y Pitt lo notó en su tono de voz-. ¿Por qué? ¿Qué le pasa a la prueba? ¡En su momento dijiste que era válida!
– Y lo es. -Pitt parpadeó e hizo un esfuerzo por permanecer despierto-. Pero no podría lograr que la condenaran porque, si quieres que te sea sincero, no creo que esa mujer supiera que la comida lo envenenaría.
– ¡No es esa la cuestión! -La mujer hacía denodados esfuerzos para no perder la paciencia-. ¡No lo harás, pero podrías hacerlo! La prueba sigue siendo válida. ¡Al fin y al cabo, le administró el veneno!
– Creo que no lo sabía.
Pitt tenía enormes dificultades para mantener los ojos abiertos.
Charlotte se incorporó.
– Eso no importa. ¿Dónde está?
– ¿Qué has dicho? ¿Dónde está… qué? -Se dio cuenta de que su esposa se refería a la prueba-. Está en la cómoda del dormitorio, a salvo. No sufras. No le diré a Voisey dónde está ni que me abstendré de usarla.