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Francamente, creía que Voisey ya lo sabía, pero no estaba totalmente seguro.

– Vete a la cama -repitió Charlotte con dulzura-. Esta noche no importa. Vamos.

Entonces le ofreció las manos como si fuera a ayudarlo a ponerse en pie.

Pitt se esforzó por incorporarse. Había entrado en calor y la idea de meterse en la cama le pareció muy agradable.

Por la mañana, Pitt tardó en salir de Keppel Street. Se despertó a las nueve y media. Se lavó, se vistió, desayunó deprisa y a las diez y diez se dispuso a reunir pruebas para demostrar que Simbister era el propietario del Josephine.

En cuanto Pitt se fue, Charlotte también abandonó la casa, pero en dirección contraria. Cogió un coche para dirigirse a Curzon Street y dio al cochero las señas de Voisey. Esperaba que todavía no se hubiese marchado a Westminster. Dado que la Cámarano se reunía hasta la tarde, había muchasprobabilidades de que todavía estuviese en casa. Además, tenía laesperanza de que los acontecimientos de la víspera lo hubiesendejado tan agotado como a Pitt y a ella misma. Claro que cabía laposibilidad de que hubiese ido temprano al Parlamento con laintención de reunirse con otros representantes antes de la sesión,pese a que era posible que ellos también llegasen tarde. Solo eranlas once menos cuarto, pero no había podido salir antes.

A pesar de que su corazón latía desbocado, se armó de valor para parecer segura cuando el criado abrió la puerta.

– Buenos días, señora -saludó amablemente; su voz reveló cierta sorpresa.

– Buenos días -respondió Charlotte-. Soy la señora Pitt. Sir Charles conoce a mi marido. Ayer por la noche se vieron metidos en un asunto muy importante. Al final corrieron un grave peligro y estoy segura de que, al llegar a casa, sir Charles estaba agotado y muerto de frío. -Dio esa explicación para que el criado comprobase que decía la verdad acerca de que conocía a Voisey-. La situación requiere que, en caso de que sea posible, hable con sir Charles antes de que se desplace a Westminster. Espero no haber llegado tarde.

El rostro del criado ya no mostraba desconfianza; en realidad, era casi amistoso.

– Desde luego, señora Pitt -respondió amablemente-. Ha sido un suceso terrible. Espero que el señor Pitt se haya recuperado.

– Gracias, está perfectamente.

– Si tiene la amabilidad de entrar, avisaré a sir Charles de que ha venido. En este momento está desayunando. -Retrocedió y abrió la puerta de par en par para que Charlotte entrase.

– Gracias.

Esta lo siguió por el pasillo hasta una salita sencilla pero muy agradable. Miró interesada a su alrededor. Cualquier cosa que averiguase acerca de Voisey podría ser valiosa. Había varias fotografías en una pequeña mesa de caoba situada en un rincón; en una de ellas se veía a un hombre apuesto con uniforme militar y, a su lado, una mujer que, a juzgar por la pose, era su esposa. Parecían rondar los cincuenta y cinco años y, dada la ropa que llevaban, la fotografía debía de haberse tomado hacia 1860. ¿Sería de los padres de Voisey?

Paseó rápidamente la mirada por los volúmenes de una librería con puertas de cristal. Eran tomos sueltos y viejos, no eran colecciones, y algunas encuadernaciones estaban desgastadas. Dedujo que se habían comprado de uno en uno, para leerlos, en lugar de en bloque, solo para decorar la estancia, como hacía alguna gente. Los títulos eran variados, pero la mayoría parecían estudios históricos, principalmente acerca de Oriente Próximo y el norte de África, y también del origen de las civilizaciones de la antigüedad. Había historias de Egipto, Fenicia, Persia y lo que antaño había sido Babilonia.

Se sorprendió al ver que en la librería siguiente había poesía y varias novelas, incluidas traducciones del ruso y del italiano, así como poesía y filosofía alemanas. ¿Los libros eran de Voisey o habían pertenecido a su padre?

¿Qué sabía realmente de Charles Voisey? ¿Qué se escondía tras su ansia de poder?

En realidad, no le importaba. Nada justificaba que hubiese amenazado a Pitt. Podía incluso compadecerlo, lo cual no era del todo inconcebible, pero de todas maneras haría cuanto estuviese en sus manos para proteger a sus seres queridos.

Se abrió la puerta y Voisey entró. Estaba pálido y agotado. Se había afeitado y vestido correctamente, pero no mostraba su compostura habitual.

– Buenos días, señora Pitt -saludó y cerró la puerta.

Una sombra de ansiedad cruzó su rostro cuando escrutó la mirada y la expresión de la visitante. Charlotte se dio cuenta de que Voisey temía que a Pitt le hubiera pasado algo, sobre todo porque todavía lo necesitaba.

– Buenos días, sir Charles -respondió-. Espero que haya logrado conciliar el sueño después de la terrible experiencia vivida.

Pareció que Voisey se relajaba un poco. No sabía qué quería esa mujer, pero era evidente que no estaba allí para darle la noticia de una nueva tragedia.

– Sí, gracias. ¿Cómo está el señor Pitt?

Aquella era una conversación absurda. Momentáneamente, se habían convertido en aliados, pero en el fondo seguían siendo enemigos encarnizados. Pitt podía destruir a Voisey y se alegraría de verlo entre rejas durante el resto de su vida o incluso colgado de la horca. Voisey no habría dudado en asesinar a Pitt con sus propias manos si pudiera hacerlo sin ser descubierto. Había estado detrás de lo que no solo parecía un atentado contra Charlotte, sino contra sus hijos y Gracie.

– Cansado, pero notablemente recuperado. Supongo que mi marido no olvidará que permaneció atrapado en ese barco mientras el agua entraba a raudales. Imagino que usted tampoco.

– Desde luego que no. -Pese al esfuerzo por mantener la calma, Voisey se estremeció ligeramente. Una fugaz mueca de contrariedad cruzó su rostro porque se dio cuenta de que Charlotte lo había notado-. Señora Pitt, ¿en qué puedo ayudarla?

Charlotte todavía no estaba preparada para abordar el tema de forma tan directa.

– Sir Charles, ¿cómo está su hermana? La recuerdo como una persona de lo más encantadora y muy independiente.

La expresión de Voisey transmitía calidez y cierta relajación a pesar del cansancio y la preocupación por saber las razones por las que la mujer se había presentado en su casa.

– Está bien, gracias. Señora Pitt, ¿por qué me lo pregunta? Supongo que no ha venido a mi casa a esta hora para preguntar por mi bienestar o el de mi hermana.

Charlotte sonrió. Había logrado confundirlo, aunque solo fuese un poco.

– Es posible que, indirectamente, así sea. Mi pregunta tenía un sentido.

– Desde luego. -Voisey se mostró escéptico. -Me alegro mucho de que su hermana esté bien -prosiguió-. Espero que sea feliz.

La irritación de Voisey fue en aumento. La sonrisa de Charlotte se esfumó.

– Sir Charles, el propósito de mi visita es dejarle claro que el bienestar de su hermana depende del de mi marido. Sé que es poco delicado plantearlo tan bruscamente, pero me he dado cuenta de que mis rodeos le han hecho perder la paciencia. -Vio sorpresa en el rostro de Voisey, así como una momentánea incomprensión-. Supongo que no se ha olvidado del reverendo Rae. Era un hombre extraordinario y muy apreciado. -Sostuvo la mirada de Voisey con actitud firme y resuelta. Entre ellos ya no había simulaciones-. Su muerte fue una tragedia. En lo que se refiere a la señora Cavendish, supongo que el veredicto de muerte accidental podría ser adecuado, al menos moralmente. No pretendió envenenarlo. Aun así, existen pruebas de que lo hizo, al menos desde un punto de vista legal. Evidentemente hay diversas copias de esa prueba. Sería muy insensato que solo hubiese una. Todas ellas seguirán en su lugar mientras Thomas y mi familia, que también incluye a Gracie, estemos bien. Si nos ocurriese algo, aunque pareciera un accidente, la prueba acabaría en manos de la persona que corresponda, que seguramente se ocuparía de que todo el peso de la ley le cayera encima. -Voisey la miró, sorprendido-. No crea que no la utilizaré. No tengo el menor deseo de vengarme de la señora Cavendish. En realidad, me parece más que probable que no envenenase intencionadamente al reverendo Rae, pero durante un juicio le resultaría difícil demostrarlo, tal vez imposible. Y en ese caso acabaría en la horca. -Empleó la palabra deliberadamente y pudo ver cómo palidecía Voisey-. Sir Charles, le aseguro que quiero a mi familia tanto como usted a la suya. No dudaré en utilizar la prueba si hace daño a mi marido o a cualquier otro miembro de mi familia. -Afrontó firme e impasiblemente la mirada del parlamentario.