– No tengo la menor idea -reconoció Vespasia-. Cordelia es la persona de la que menos me costaría creer que tiene la decisión y el valor para hacerlo, pero no creo que tuviera la capacidad de llevarlo a cabo, por mucho que supiera lo que Magnus se proponía. De lo que estoy segura es de que él no le diría nada.
– Lo lamento -dijo Charlotte amablemente.
No pidió disculpas porque Pitt tuviera que investigar la verdad, lo condujera donde lo condujese o lo llevara a poner al descubierto otras tragedias. Ambas lo sabían perfectamente.
– Cordelia me ha invitado a visitarla de nuevo dentro de unos días -dijo Vespasia al cabo de unos segundos-. Creo que iré esta misma tarde, inmediatamente después de comer.
Charlotte se sorprendió.
– ¿Te invitó a su casa? ¿Es posible que, después de todo, te haya cogido cariño?
La mirada de Vespasia se llenó de irónica diversión.
– No, querida, no me ha cogido cariño. El martes lady Albemarle da una cena. Me ha invitado porque debe de creer que no aceptaré. Supongo que Cordelia no está invitada, pero desea que yo asista a fin de ejercer toda la influencia que pueda en favor del proyecto. Tendrá que tragarse una enorme e incómoda ración de orgullo y pedírmelo. Ver cómo lo hace será todo un placer. -Lo comentó en tono ligero, pero su expresión no era de agrado. Charlotte se dio cuenta de que, aunque hablaba de Cordelia, tía Vespasia pensaba en Sheridan-. ¿Quieres quedarte a comer?
– Sí, me encantaría. Muchísimas gracias -aceptó Charlotte sin vacilaciones.
Vespasia se vistió de un color gris alilado muy oscuro. Era un tono que, en el caso de la seda, recordaba un cielo crepuscular. Le sentaba francamente bien, y ella lo sabía. No se trataba de vanidad. También sabía que algunos colores no le iban, como el naranja, el dorado y los marrones. Cuanto más difícil era la tarea que la aguardaba, más importante era mostrar su mejor aspecto.
Aunque llegó a casa de los Landsborough sin anunciarse, el criado la hizo pasar inmediatamente. Debía de tener esas instrucciones. Era primera hora de la tarde; tal vez era demasiado temprano para una visita, pero resultaba perfectamente aceptable en el caso de una buena amiga.
La familia acababa de levantarse de la mesa y se había reunido en el gabinete. Vespasia no se sorprendió al ver que también estaban Enid y Denoon. Dadas las circunstancias esperaba encontrarlos allí. Sheridan Landsborough se puso en pie para recibirla y los demás la saludaron amablemente.
– ¡Vespasia! -exclamó Sheridan con calidez, aunque con una mueca de ansiedad. Aún estaba muy tenso y bastaba mirarlo para saber que apenas había conciliado el sueño-. ¿Cómo estás?
Por la expresión de Sheridan quedó claro que no sabía que Cordelia le había pedido que la visitase.
– Bien -respondió y con la mirada le transmitió que estaba preocupada por él. Preguntarle cómo se encontraba sería fingir no ver su evidente dolor.
Denoon se incorporó justo lo suficiente para no ser descortés.
Cordelia se adelantó con la barbilla en alto.
– Me alegro de que hayas venido -afirmó; intentó dar calidez a su tono pero sin éxito. Estaba impecable, con un vestido negro de seda y un collar de cuentas de azabache tan discretas que había que mirar dos veces para verlas. Iba bien peinada y, pese a que los mechones canosos de sus sienes destacaban dramáticamente, su piel tenía un tono de papel sucio, por lo que parecía manchada, demasiado delgada y estirada donde no correspondía-. Quiero pedirte un favor.
Vespasia sonrió. Supo que el último comentario iba dirigido a Denoon, ya que su mirada de contrariedad al volver a verla tan pronto era una extraordinaria falta de tacto en esas circunstancias.
Denoon abrió desmesuradamente los ojos.
– Lo haré encantada -respondió Vespasia sin inmutarse. Inclinó la cabeza hacia Enid, que respondió con una media sonrisa; se sentó en el sillón que Cordelia señaló y se acomodó las faldas con gracia natural-. ¿En qué puedo serte útil?
– Necesitamos toda la ayuda posible -declaró Cordelia con sinceridad-. A lord Albemarle lo escucharán con mucho respeto.
Sheridan se agitó ligeramente en su silla con un imperceptible gesto de fastidio.
Cordelia se tensó, pero no miró a su marido. Vespasia dedujo que esta ya le había pedido que hablara en la Cámara de los Lores y utilizase el afecto que a lo largo de los añoshabía conquistado gracias a su honradez y encanto. Si apelando a sudolor modificaba sus perspectivas liberales, Sheridan se ganaría elapoyo de muchos representantes, tal vez de la mayoría de losparlamentarios.
Pero ella sabía que Sheridan no lo haría. No necesitó ver el gesto de su amigo, su ligero estremecimiento de desagrado o la ira apenas contenida de Cordelia para saberlo. Su esposa lo despreciaba por su cobardía. Sheridan se mantenía fiel a sus principios e indiferente a lo que pensase Cordelia. Ni la pérdida ni el ultraje ante la injusticia cometida contra él lo llevaron a ponerse en contra de lo que consideraba correcto.
A Vespasia le habría gustado expresar con palabras sus sentimientos, pero era un lujo que pagaría demasiado caro. Debía jugar la partida según le llegaban las cartas.
– Por supuesto que lo escucharán -confirmó, como si no hubiera sido testigo de las emociones que intercambiaron, del malhumor creciente de Denoon ni de la furia de Enid, que le resultaba imposible comprender. Esta última emoción fue la que más la desconcertó. No apartó la mirada de Cordelia-. Lady y lord Albemarle me han invitado a cenar el martes. Supongo que, a causa del duelo, no irás. -Fue un regalo a la vanidad de Cordelia; un mes antes, no se lo habría hecho. A Cordelia jamás la habrían invitado y ambas lo sabían-. ¿Te parecería útil que aceptase la invitación? Estoy segura de que lady Albemarle me permitirá cambiar de parecer. Verás, la recibí hace tiempo y excusé mi presencia. No tendré dificultades para justificar un cambio de opinión. Hace muchos años que somos amigas. Probablemente no creerá ninguna de las excusas que le dé, pero tampoco le importará.
– ¿No le importará? -preguntó Denoon con frialdad-. Da demasiadas cosas por sentado. Yo me ofendería si rechazara mi invitación a cenar y en el último momento pidiera que la aceptase. No podemos permitirnos el lujo de ofender a lady Albemarle.
Enid se ruborizó, avergonzada.
Vespasia miró a su cuñado y enarcó ligeramente las cejas.
– ¿Lo dice en serio? Entonces menos mal que entre usted y yo no hay una relación de amistad, que usted y yo no seamos amigos… o que no lo sean lady Albemarle y usted.
Enid se puso de espaldas y estornudó… o al menos eso pareció.
Denoon se enfureció.
– ¡Lady Vespasia, me parece que no se hace cargo de la gravedad de la situación! No se trata de un juego de salón. Hay vidas en juego. En las explosiones de Scarborough Street murieron más de seis personas.
– Ocho, para ser exactos -puntualizó Vespasia-. Señor Denoon, me alegro de que haya sacado el tema, porque además hay bastantes personas que se han quedado sin hogar. Por lo que tengo entendido, el último cálculo asciende a sesenta y siete, sin incluir a las veintitrés de Myrdle Street. He creado un fondo, la mayor parte del cual ya se ha repartido, para proporcionarles refugio y alimento hasta que estén en condiciones de organizar su vida de nuevo. Estoy convencida de que le gustaría contribuir, tanto personalmente como a través de su periódico. -Vespasia no lo planteó como una propuesta, no le dejaba salida.
Denoon aspiró aire, sorprendido.
– Desde luego que colaboraremos -intervino Enid sin dar tiempo a que su marido tomase la palabra-. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. Mañana a primera hora enviaré un criado con mi donativo.
– Gracias -dijo Vespasia sinceramente.
Si tiempo atrás las circunstancias hubieran sido distintas, probablemente Enid le habría caído bien. Vespasia siempre había creído que ésta la desaprobaba y que ni siquiera había sido capaz de ver su soledad. En ese momento Vespasia se dio cuenta de que había sido muy tonta y que había estado demasiado encerrada con su dolor, por lo que pensaba que ella era la única persona que sufría tanto física como emocionalmente. Enid debía de haber sentido más o menos lo mismo y quizá cosas peores, pero seguía allí, tal vez acostumbrada a las cadenas, pero no por ello menos dolida.