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Vespasia se dio cuenta de que sonreía a Enid, como si por un instante solo existieran ellas dos.

Denoon rompió bruscamente el hechizo y se ofendió por aquella exclusión, pese a que ni siquiera sabía de qué se le excluía.

– En el supuesto de que se le presente la oportunidad de hablar con él, ¿qué le planteará a lord Albemarle? -quiso saber-. Supongo que no le pedirá dinero.

Sheridan se puso de pie.

– Edward, eres muy desconsiderado. Lo que hagas o digas en tu casa es asunto tuyo, pero en la mía tendrás que ser amable con mis invitados, sean o no tus amigos. -Parecía cansado, dolido, harto y demostraba un profundo desdén por Denoon.

Este se puso como un tomate y se lanzó sobre su cuñado:

– Sheridan, lo que sucede es demasiado importante para que nos ocupemos de las delicadezas de la aristocracia. No podemos permitirnos el lujo de dejamos vencer por caprichos, vanidades o el deseo de que nos vean haciendo el bien. Los donativos son muy positivos y permiten que nos sintamos mejor y seamos públicamente admirados, pero no resuelven el problema. No impiden que vuelva a estallar una bomba ni atrapan a un anarquista. Necesitamos apoyo parlamentario. Precisamos leyes más firmes y hombres valientes y decididos en los puestos de poder, desde los que puedan hacer el bien. -Miró a Vespasia con indiferencia, como, si fuera una criada-. No pretendo ofender a lady Vespasia, pero estamos ante un asunto muy serio. Aquí no hay espacio para aficionados y diletantes. Es demasiado importante. Necesitamos a Albemarle. ¡Y te necesitamos a ti, Sheridan! ¡Por amor de Dios, déjate de sentimentalismos y súmate a la batalla!

Tal vez sin darse cuenta, Denoon dio un paso hacia Cordelia y se alió con sus sentimientos, que aunque no había expresado con palabras desde la llegada de Vespasia, eran evidentes en su expresión.

Sheridan miró a Denoon y no hizo caso de las tres mujeres.

– Edward, eres un insensato -declaró apenado-. Un hombre estúpido con tanto poder como el que tienes es lo bastante peligroso como para asustar a cualquiera con dos dedos de frente. Es evidente que no sabes cómo funcionan las negociaciones políticas. Bastará una sola palabra de Vespasia para que te abran o te cierren las puertas de Londres. Un insulto, un gesto insensible y todo el dinero que tienes no te servirá de nada. Edward, también es necesario caer bien, algo que no puedes imponer ni comprar.

Denoon seguía sonrojado y no encontraba palabras para defenderse. Se había quedado mudo; por fin, Sheridan le había pagado con la misma moneda. Evidentemente no se lo esperaba.

Cordelia mantuvo la compostura. La ira alteró su expresión, pero seguía preocupada, ante todo, por la causa.

– Pido disculpas en nombre de mi cuñado -dijo a Vespasia-. Es la ignorancia lo que lo ha llevado a ser tan descortés. Está tan preocupado por el peligro de una violencia todavía mayor que… aunque, obviamente, eso no lo justifica.

Vespasia pensó en guardar silencio hasta que Denoon se disculpase. Habría surtido el efecto deseado. Sheridan habría hecho lo mismo. Lo habría comprendido, pero no habría admirado la actitud de Vespasia, por muy justificada que estuviera. A ella tampoco le habría gustado. Habría sido un acto de vanidad por su parte. Estaba más interesada en su propia causa, en impedir el proyecto de ley, y tal vez también en conseguir esa dignidad interior que está por encima de cobrar cualquier deuda.

– En este caso la necesidad de triunfar es mucho más importante que nuestros sentimientos individuales -declaró con recato-. Debemos superar nuestras diferencias y hacer únicamente lo que favorece nuestros propósitos. Estoy segura de que un discreto comentario a lord Albemarle dará sus frutos. Su influencia es mucho mayor de lo que se supone. Hablaré encantada con él si es lo que deseáis o no lo haré, según decidáis.

Enid la miró con expresión insegura y de desconcierto.

– Gracias -declaró Cordelia con franca gratitud.

Sheridan se relajó.

Aguardaron a que Denoon tomara la palabra.

– Por supuesto -accedió a regañadientes-, siempre y cuando no sea lo único que hagamos. Esta tarde tendrá lugar la segunda presentación del proyecto. Los anarquistas siguen en libertad y a cada día que pasa se vuelven más violentos. La policía no puede poner fin a sus actividades porque no le hemos dado el poder necesario. Podrían volver a cometer un atentado antes de que lord Albemarle ejerza su influencia. ¿Cuántas personas más volarán por los aires? ¿Cuántas calles más se incendiarán? Es posible que la próxima vez los bomberos no puedan apagar el fuego antes de que se propague. ¿Lo habéis tenido en cuenta? La Brigada Especialno sirve de nada. ¿Qué ha conseguido? ¡Ha puestoentre rejas a un par de malhechores de poca monta y asesinado a unjoven! Solo Dios sabe por qué o quién lo ha hecho.

Sin querer, Vespasia miró a Sheridan y enseguida se arrepintió. Era un entremetimiento. Su rostro reflejaba una pena profunda y dolorosa. No era un sentimiento de culpa, sino el dolor de no haber podido evitar que su hijo siguiera el equivocado camino de la violencia.

Pese a su profundo deseo de descartarla, volvió a pensar en la posibilidad de que Sheridan hubiera matado a Magnus para no ver que caía todavía más bajo. Tal vez lo había hecho para anticiparse al verdugo y al dolor infinitamente más profundo que habrían supuesto una detención y un juicio. Después se habrían sucedido los días y las noches de horror, a la espera de la inevitable mañana en la que irían a buscarlo, lo llevarían a la horca, le taparían la cabeza con la capucha, accionarían la palanca y caería en el vacío.

Podía comprender que un único disparo en la nuca pareciera mucho más clemente. ¿Lo habría hecho Sheridan? Fueran cuales fuesen los pecados de Magnus, Sheridan quería a su hijo y el dolor de aquella situación estaba profundamente grabado en su rostro.

– No sabemos quiénes son, qué conexiones tienen, ni siquiera a qué aliados extranjeros podrían apelar los anarquistas -prosiguió Denoon, sin tener en cuenta el sufrimiento de Sheridan, aunque tal vez ni siquiera le importaba-. Los peligros son terribles. No debemos subestimarlos. Por muy difícil que nos resulte, nuestro deber es…

– Hablas como si los anarquistas estuvieran unidos -lo interrumpió Cordelia-. No creo que debamos dar por sentado que lo están.

Denoon se mostró contrariado.

– No entiendo qué quieres decir. Desconozco si están o no unidos, lo único que me interesa es deshacerme de ellos.

– Por muy equivocados que fueran sus objetivos, mi hijo estaba con ellos. -La voz de Cordelia sonó tensa y emocionada-. Alguien lo ha matado. Quiero saber quién ha sido y verlo ahorcado.

Vespasia volvió a temer que el asesino de Magnus fuera Sheridan. Era una posibilidad más que factible, incluso parecía lógica. Se apresuró en pensar en cómo podía protegerlo. ¿Qué podía hacer para evitar que se enterasen, incluido Pitt?

Vio que Enid también miraba atentamente a Sheridan, como si tuviera el mismo temor. ¿Qué era lo que sabía? ¿Qué podía saber, a menos que él se lo hubiera contado? ¿Sheridan habría sido capaz de decírselo, de poner semejante carga sobre sus hombros? ¿Enid lo había deducido? ¿Lo conocía tanto como para que a Sheridan le resultase imposible guardar el secreto?

Vespasia pensó que ya no era el hombre que había conocido, con el que había hablado de cosas insignificantes, bromeado, compartido anécdotas divertidas, excentricidades que hacían interesantes las cosas más sencillas, placeres como un paseo bajo la lluvia o comer bollos junto al fuego. Nada de eso importaba; solo era una forma de mantener a raya a la soledad, compartir cosas superficiales para que lo importante fuera tolerable. Tenía que ver con la amistad, que comprende sin necesidad de palabras.