Vespasia se preguntó si ese hombre habría sido capaz de matar a alguien por las razones que fueran. No supo la respuesta. El tiempo, el dolor y el amor lo cambian todo. Sin embargo, seguía pensando que Cordelia era una persona capaz de matar para salvarse a sí misma, su honor y su reputación. Su corazón era duro. ¿A quién podía haber utilizado para que apretase el gatillo? ¿Quién le debía o le temía tanto?
¿Qué sabían Enid o el lacayo en el que, al parecer, tanto confiaba?
– Nos gustaría que ahorcaran a todos los anarquistas -afirmó Denoon de repente-. Las razones no me importan. -No miraba a Sheridan, sino a Cordelia-. Por mucho que lo deseemos, saber de qué es culpable cada uno de ellos es algo que tal vez no podamos conseguir.
– Probablemente -reconoció Cordelia con frialdad-. ¡De todos modos, lo intentaré!
La expresión de Denoon se volvió lúgubre.
– No te lo aconsejo. Puede que haya cosas de Magnus que preferirías desconocer, por no hablar de que se hicieran públicas en la sala de un juzgado. Deberías reflexionar a fondo antes de sacar a la luz cuestiones cuya naturaleza o profundidad desconoces.
Cordelia lo miró con desprecio y su cara pareció de piedra.
– Edward, ¿sabes algo que yo desconozca acerca de la muerte de mi hijo?
– ¡Por supuesto que no! -respondió Enid desesperadamente y se incorporó a medias. Hacía deliberados esfuerzos por no mirar a Sheridan-. ¡Qué absurdo! Cordelia, me parece que el dolor te ha hecho perder la perspectiva.
– ¡Todo lo contrario! -espetó Cordelia-. ¡El dolor me ha hecho recordar muchas cosas que jamás debí olvidar!
– Todos sabemos muchas cosas. -Imperturbable, Enid sostuvo la mirada de su cuñada y la miró casi sin parpadear y con el cuerpo rígido-. Es mejor guardar silencio sobre muchas cosas para vivir en paz. Estoy segura de que, si reflexionas, coincidirás conmigo.
Cordelia se sonrojó, pero el color abandonó rápidamente sus mejillas y volvió a quedarse pálida. Se volvió hacia Sheridan, pero por su expresión era imposible deducir si le pedía ayuda o lo observaba por otros motivos.
Sheridan parecía cansado, casi indiferente; daba la impresión de que para él todo era viejo y pertenecía al pasado.
Vespasia se sintió rodeada por un sufrimiento y un malestar que no comprendía. Cabía la posibilidad de que, si se quedaba, averiguase algo más, pero se sintió obligada a poner fin a su visita.
– Estoy de acuerdo -declaró con firmeza-. En ocasiones olvidar es lo más sensato; de lo contrario, vivimos en el pasado y no vemos el futuro. -Miró a Cordelia-. Aceptaré la invitación de lady Albemarle y haré cuanto esté en mis manos para conseguir todos los apoyos posibles. -Se acomodó las faldas-. Gracias por vuestra hospitalidad. Si me entero de algo os lo haré saber. Buenas tardes.
Sheridan también se puso en pie y la acompañó hasta la puerta principal. Al llegar se detuvo y la abrió personalmente, por lo que el lacayo se retiró a un lugar desde el que no podía oírlos.
– Vespasia -dijo Sheridan delicadamente. Ella no quería mirarlo, pero evitar deliberadamente sus ojos sería todavía peor-. Enid teme que yo haya matado a Magnus -explicó-. Ordenó a su lacayo que me siguiera. Es un criado leal que desprecia a Edward. No me traicionaría si ella no quisiera. Me parece que compartes su miedo. Lo he visto en tu expresión.
Ya no había escapatoria.
– ¿Lo has hecho?
Sheridan sonrió levemente; las comisuras de sus labios apenas trazaron una curva.
– Te agradezco que no lo niegues. La honestidad es una de tus principales virtudes. No, no lo hice yo. Una y otra vez intenté apartarlo de su camino, pero no quiso atenerse a razones. Estaba apasionadamente convencido de que la corrupción había arraigado tanto que era imposible arrancarla, salvo con violencia. De todos modos, yo no lo maté ni sé quién lo hizo. Espero que el señor Pitt lo descubra.
– ¿Enid? -susurró Vespasia.
– No creo, aunque podría haberle pedido al lacayo que lo hiciera por mí. Enid tiene más… mucha más pasión de la que se le supone… de la que suponen Denoon… y Cordelia. Espero que no sea así. Me parecería terriblemente espantoso que hubiese arrastrado a ese joven a cometer semejante atrocidad.
– Si teme que lo hayas hecho tú, entonces sabe que él no lo mató -precisó.
– Eso es cierto -dijo Sheridan y esbozó una sonrisa lúgubre y atormentada-. Tal vez me asusto hasta de mi propia sombra. Tú nunca has tenido miedo -añadió con absoluta certeza.
– ¡Claro que he tenido miedo! -se defendió Vespasia con repentina franqueza-. Y todavía lo tengo, aunque no quiero averiguar hasta qué punto porque en ese caso me faltaría valor para seguir en pie.
De repente Sheridan se agachó y la besó delicadamente en la boca. A continuación terminó de abrir la puerta, y Vespasia se dirigió hacia el coche que la aguardaba.
A última hora de la tarde, llamaron a la puerta; Charlotte estaba en casa. Gracie abrió y segundos después entró en la cocina, con los ojos como platos, y le comunicó que el señor Victor Narraway quería hablar con ella.
Charlotte se sobresaltó.
– ¿Aquí?
– Lo he hecho pasar al salón -explicó Gracie a modo de disculpa-. ¡Parece muy enfadado!
Charlotte dejó la plancha, se alisó la falda, se llevó automáticamente las manos a la cabeza para cerciorarse de que estaba más o menos peinada y se dirigió al salón.
Narraway se encontraba en el centro de la estancia, de espaldas a la chimenea. Iba de punta en blanco, con el pelo perfectamente peinado y el cuerpo rígido. Su expresión era tensa y, cuando habló, su voz sonó precisa:
– Señora Pitt, esta mañana fue a casa de sir Charles Voisey. No hace falta que se tome la molestia de negarlo.
La arrogancia de Narraway desató la cólera de Charlotte.
– Señor Narraway, ¿por qué diablos iba a negarlo? -preguntó acaloradamente. Solo porque era el superior de Pitt se abstuvo de añadir que lo que ella hiciera no era asunto suyo y que era un maleducado-. No tengo ningún motivo para pensar que debo rendirle cuenta de mis actos.
– ¿Ha olvidado quién es Voisey? -preguntó Narraway y apretó los dientes-. ¿Ya no se acuerda de que es el responsable de la muerte de Mario Corena y del reverendo Rae y de que probablemente también intentó acabar con usted, sus hijos y su doncella?
– Claro que me acuerdo -espetó cáusticamente-. Aunque olvidase mi miedo, por lady Vespasia no podría olvidarme de Mario Corena. -No mencionó al reverendo Rae porque, en ese caso, solo importaba Corena.
– Señora Pitt, ¿para qué fue a su casa? -inquirió tajantemente.
Durante unos segundos estuvo a punto de explicárselo, pero la dominó el temperamento.
– Señor Narraway, supongo que es usted contrario al proyecto de aumentar las competencias policiales para interrogar sin justificación o para interrogar a los criados sin que su señor o su señora lo sepan.
Narraway se sorprendió porqué lo había cogido momentáneamente desprevenido.
– Claro que me opongo.
– Me alegro. -Charlotte lo miró a los ojos-. Sir Charles también está en contra.
– ¡Señora Pitt, no es motivo para que vaya a verlo! Se trata de un hombre extremadamente peligroso… -Su tono de voz fue en aumento y se volvió más agudo y colérico-. Ni se le ocurra volver a acercarse a él. ¿Me ha entendido?
– Señor Narraway, todo eso ya lo sé -respondió gélidamente y pasó por alto el hecho de que estaba en lo cierto. La oposición de Voisey al proyecto no era motivo suficiente para visitarlo-. Por lo visto, ha olvidado que mi marido trabaja para usted. Yo todavía lo recuerdo. ¿Me está amenazando con que lo castigará si no hago lo que usted quiere?