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Cambió de tema.

– Tenemos que conectar las bombas con Wetron -dijo Pitt-. De nada servirá atrapar únicamente a Simbister. Wetron declarará que está horrorizado, se alzará con los laureles por poner fin a la corrupción y buscará a otro hombre de paja que ocupe el lugar de Simbister, al que avisará de que sea más cuidadoso y no se deje pillar.

– ¡Eso ya lo sé! -exclamó Narraway bruscamente. Miraba hacia la ventana y estaba de perfil-. Tenemos que utilizar todos los recursos de que disponemos. No podemos darnos el lujo de proteger a los que nos caen bien ni mostrar reparos para utilizar a los que no nos gustan.

– Así es -reconoció Pitt-. Si se me ocurriera una manera eficaz de conseguirlo la pondría en práctica.

– ¿Quién asesinó a Magnus Landsborough y por qué? -inquirió Narraway-. ¿Fue con el propósito de poner al mando a uno de los suyos? El atentado de Scarborough Street no tiene nada que ver con el de Myrdle Street. No fue una muestra de fuerza, sino un asesinato profesional e indiscriminado.

– Tal vez -reconoció Pitt-. Por lo que he averiguado, Magnus era idealista, pero no se trataba de un joven violento ni insensato. Le disparó alguien que conocía los planes de los anarquistas y que los esperaba en Long Spoon Lane.

– Evidentemente -comentó Narraway con amargura-. La calle de la cuchara larga… Es un nombre muy adecuado. Por lo visto han hecho tratos con el diablo. Nadie tiene una cuchara tan larga como para meterla hasta el fondo. Pitt, tenga mucho cuidado. Utilice a Voisey, pero no confíe en él… ¡en absoluto!

Pitt pensó en la prueba contra la hermana de Voisey. ¿Sería suficiente? ¿Su amor por ella era mayor que su ansia de volver a ostentar el poder y vengarse de los que ya se lo habían arrebatado una vez?

En el pasado, Pitt había cometido el error de suponer que las personas actúan por propio interés. No era así. La pasión, el miedo y la ira desencadenan toda clase de actos estúpidos y autodestructivos y los autores solo se dan cuenta cuando es demasiado tarde.

– Pitt…

Narraway interrumpió el hilo de sus pensamientos.

– Sí, señor, seré tan cuidadoso como pueda con respecto a Voisey.

– Me alegro. Continúe investigando. Se acabaron los chapuzones en el río. No puedo permitirme el lujo de que agarre una neumonía.

– Agradezco su preocupación -respondió Pitt sarcásticamente y se retiró antes de que Narraway tuviera tiempo de decir nada.

Esa tarde llegó temprano a casa y, pese a que durante más de una hora había estado pensando cómo abordaría con Charlotte el tema de Voisey y si mencionaría la visita que Narraway había hecho a su esposa, al entrar en la cocina se dio cuenta de que aún no había tomado una decisión.

Ella lo recibió con una sonrisa radiante e inocente que demostraba su absoluta culpabilidad. Sabía perfectamente lo que había hecho y no tenía la menor intención de decírselo. No fue necesario tomar decisiones. De momento Pitt no diría nada porque, dadas las circunstancias, antes de actuar necesitaba reflexionar.

Su esposa le extendió una carta.

– La entregaron en mano hace aproximadamente una hora. Es de Charles Voisey.

– ¿Cómo lo sabes? -inquirió Pitt y se la arrebató.

Charlotte abrió desmesuradamente los ojos.

– ¡Porque lo dijo el mensajero! Vamos. ¿Crees que la he abierto?

– Perdona -se disculpó y abrió el sobre. El rostro de Narraway, demudado por las emociones, apareció claramente en su imaginación-. Estoy seguro de que no la has abierto.

Pitt vio que su esposa no le quitaba ojo de encima mientras leía la misiva.

Pitt:

Espero que el remojón no lo haya afectado. Ahora sé dónde está la prueba que necesitamos. Está en poder del hombre al que involucra, pero no tiene el menor sentido coger al perro y dejar libre al amo. Por decirlo de alguna manera, no tardará en conseguir otro perro.

Ya sé que supone riesgos, sobre todo para el único que en esta situación puede registrar la casa de su jefe. De todos modos, no veo otra salida.

Aconséjeme.

Voisey

Probablemente Charlotte había intentado dominarse, pero esa carta fue más de lo que podía aguantar, por lo que preguntó en tono tajante:

– ¿Qué pasa?

– Tengo que encontrar a Tellman -respondió, se acercó al fogón, lo abrió desde arriba con la ayuda de la barra y dejó caer la carta sobre las brasas-. Voisey dice que hay una prueba de que Wetron está directamente relacionado con Simbister en el atentado. Debemos conseguirla.

– Será muy peligroso -comentó con voz ronca y en tono muy bajo porque no quería que Gracie la oyese. De nada serviría que se enterara y se preocupase. Charlotte sabía demasiado bien qué era el miedo y no se lo deseaba a otra persona, menos aún, a alguien que quería-. ¿De qué prueba se trata?

– No lo sé.

– ¿Es posible que esté mintiendo? Tal vez no hay nada y lo único que pretende es que pillen a Tellman. Sería la venganza perfecta; además, no podrías culparlo. Hay… -Charlotte lo cogió de la manga cuando se detuvo en el umbral, a punto de irse.

Pitt le apretó la mano.

– Antes de hablar con Tellman le preguntaré a Voisey de qué se trata -replicó.

– ¿Y si no te lo dice? -Charlotte se negó a soltarlo.

– En ese caso no le pediré a Tellman que busque la prueba.

– ¿No se lo pedirás ni siquiera ante la posibilidad de que…?

– No. -Pitt sonrió-. Claro que no, no se lo pediré.

Voisey fue muy concreto. Simplemente no había querido dar detalles por escrito, por mucho que lo enviase en sobre lacrado y a través de un mensajero.

– Tendría que haberlo visto antes -reconoció Voisey, contrariado.

Pitt y él se encontraban en el pequeño gabinete de la casa de Curzon Street. Era una estancia de proporciones muy agradables, pintada en tonos rojos oscuros, con los alféizares en blanco y ventanas que daban a la terraza. Las enredaderas oscurecían a medias la parte de arriba de dos ventanas, lo que suavizaba la luz y daba un toque de fresco verdor a la calidez de las paredes. El mobiliario era sencillo y la madera estaba tan lustrada que reflejaba la veta, como si fuera de seda. Pitt se sorprendió al reparar en que los cuadros eran apuntes a pluma y aguadas de árboles, unas preciosas imágenes invernales.

– ¿Qué es lo que tendría que haber visto? -inquirió al tiempo que tomaba asiento en un sillón de terciopelo de tonos rojo y dorado intensos.

Voisey permaneció de pie.

– Que la policía se ocupa de los delitos. Es la respuesta evidente.

– ¿La respuesta a qué? -insistió Pitt, a quien le costaba disimular su irritación.

Voisey sonrió mientras saboreaba la paradoja de la situación.

– Los policías se enteran de toda clase de delitos, grandes y pequeños. A partir de ahí suponemos que persiguen judicialmente a los responsables y, en el caso de que sean declarados culpables, los acusados son condenados. -Pitt se mantuvo a la expectativa. Voisey se echó ligeramente hacia delante-. ¿Qué sucedería si se encontraran con un delito del que no hay pruebas, salvo para ellos, o de un delito del que no es probable que la víctima hable? ¿Y si en lugar de llevar al sospechoso a los tribunales guardan discretamente las pruebas y lo chantajean? Pitt, me sorprende tener que explicárselo. -El integrante de la Brigada Especialentendió de repente, como si le hubiesen clavadouna navaja en el cerebro-. Ha guardado cuidadosamente las pruebascontra mi hermana para obligarme a hacer lo que le venga en gana.¿No se le ha ocurrido pensar que Wetron pudo hacer exactamente lomismo? En su posición yo lo habría hecho. ¿Hay algo más útil que unpelele a quien poder mandar lo que se te antoje: comprar dinamita,colocarla, hacerla estallar en el momento oportuno e inclusoasesinar a Magnus Landsborough si es lo que necesitas?