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– ¿Solo diez libras? -Pricey miró las monedas entusiasmado-. Señor Tellman, ¿es su propio dinero? Veo que realmente desea conseguir estas pruebas.

– Pricey, algún día necesitarás un amigo, incluso aunque no sea yo quien vaya detrás de ti para detenerte. Te aseguro que soy mejor amigo que enemigo.

– Señor Tellman, ¿me está amenazando? -preguntó Pricey, indignado.

– Este asunto es demasiado importante para jugar -repuso Tellman con gran seriedad-. Puedo ponértelo fácil o difícil. Pricey, ¿somos amigos o enemigos?

Pricey se encogió de hombros.

– Supongo que diez libras limpias son mejores que veinte sucias. Aquí tiene. -Le entregó los papeles-. Dígame, ¿de quién es la casa? ¿Me lo contará o no?

– Pricey, es mejor que no lo sepas, podría darte pesadillas.

Tellman miró los papeles que Pricey le había entregado y los desdobló con cuidado. El primero era la declaración de un testigo acerca de una muchacha que coqueteaba y que a continuación fue violada por un joven demasiado borracho y arrogante como para admitir una negativa. La escena era absurda, violenta y horrible.

La segunda hoja era la confesión de una violación; los detalles ponían de manifiesto que se trataba del delito descrito en la hoja precedente. Estaba firmada por Piers Denoon; la firma del testigo era de Roger Simbister, inspector de la comisaría de Cannon Street.

– Gracias, Pricey -declaró Tellman sinceramente-. Te lo advierto por tu propio bien: borracho o sobrio, será mejor que jamás menciones este asunto.

– Señor Tellman, le aseguro que sé controlar la lengua.

– Más te vale, Pricey. Has robado estos papeles de la casa del inspector Wetron. No lo olvides y recuerda también lo que supondrá para ti si alguna vez se enteran.

– ¡Dios del cielo! Señor Tellman, ¿en qué lío me ha metido? -Pricey se puso terriblemente pálido.

– Pricey, tienes diez libras y mi agradecimiento. Haz el favor de largarte y ocuparte de tus asuntos. Anoche estuviste en tu cama, durmiendo, y no sabes nada de nada.

– ¡Por mi vida que no sé nada! -aseguró Pricey-. No se lo tome como algo personal, pero me parece que no quiero volver a verlo jamás.

Pitt sostenía el documento y supo que empezaba a entenderlo todo. Estaba en la cocina de su casa, donde había permanecido desde que había vuelto de la residencia de Denoon. Había pasado al menos la mitad del tiempo deambulando de un lado a otro, profundamente preocupado por Tellman.

– Piers Denoon -musitó lentamente-. Probablemente, Wetron lo chantajeó para que proporcionase fondos a los anarquistas y le comunicara a él sus actividades. Como no consiguió que Magnus Landsborough colocara bombas en calles donde morirían inocentes, se encargó de que Piers lo asesinara para que otro asumiera el mando, alguien que hiciese lo que Wetron ordenara. -Levantó la cabeza-. Gracias, Tellman, has estado fenomenal.

El sargento se dio cuenta de que se ruborizaba. Pitt no era pródigo en alabanzas, pero pese a su habitual modestia sabía que había actuado bien. Había tenido miedo. Todavía se estremecía cuando recordaba que Wetron había dedicado la noche a perseguir a un terrorista inexistente y a sacar de la cama a Edward Denoon y al resto de los habitantes de la casa para nada. Era un placer que tal vez le costaría muy caro. No le había contado a Pitt cómo se había desarrollado la situación. Tal vez debía hacerlo entonces, mientras el placer seguía intacto.

Pitt lo vio sonreír.

– ¿Qué te pasa? -preguntó serenamente, aunque su mirada risueña daba a entender que lo sabía.

Al final y con pocas palabras Tellman le refirió los acontecimientos de la noche.

Pitt rió. Al principio fue un sonido tenso y algo agudo a causa del nerviosismo; cuando Tellman le contó los gritos de la aprendiza de criada, el enfado de la cocinera y el terror y la torpeza del mayordomo, Pitt se echó a reír. Rieron tan fuerte y con tanta alegría que ninguno de los dos se dio cuenta del ruido ni oyeron que Gracie se acercaba a la puerta, con el pelo recogido en una cofia limpia y el delantal puesto para limpiar el fogón.

Se disculparon como críos a los que se pilla haciendo una travesura y permanecieron obedientemente sentados mientras Gracie volvía a encender el fogón y calentaba agua para el té.

Eran casi las ocho y media cuando por fin Tellman se fue a trabajar, con ojeras de cansancio pero con un buen desayuno entre pecho y espalda. Pitt pensó qué le contaría a Charlotte y qué haría durante la jornada. Ya había decidido que debía entregar inmediatamente la prueba a Narraway. No permitiría que permaneciese ni siquiera una hora más en su casa, donde se encontraban su esposa y sus hijos. Luego visitaría a Vespasia; tenía muchas cosas que preguntarle, algunas muy dolorosas.

– Fantástico -declaró Narraway con profunda satisfacción y miró a Pitt tras leer los documentos. Iba elegantemente vestido, pero estaba pálido-. Su actuación ha sido extraordinaria, pero ahora Wetron es más peligroso que nunca. Sabrá que Tellman planeó el robo de los papeles y la engorrosa situación que vivió anoche no debió de resultarle nada divertida. Jamás olvidará lo que le han hecho.

– Ya lo sé -reconoció Pitt. En esos momentos temía por Charlotte y ya no lo asustaban las amenazas de Voisey, sino las de Wetron. También estaba preocupado por Tellman, que era el causante del desconcierto de Wetron en casa de Denoon. Y el hecho de que el propio Pitt fuera testigo de todo no hacía más que echar leña al fuego-. Debemos acabar inmediatamente con él… -Notó el apremio en su voz-. ¿No podemos detenerlo hoy mismo?

El rostro de Narraway mostraba diversas emociones.

– Pitt, por si acaso enviaré a uno de mis hombres a su casa… armado. No puedo hacer nada para proteger a Tellman. ¿Me equivoco si pienso que Piers Denoon es quien mató a Magnus? -Apretó los labios-. Su propio primo… Me gustaría saber si realmente lo odiaba o si solo se trata de otra consecuencia del chantaje. La prueba de la violación relaciona a Piers con Simbister y a este con Wetron, pero es imprescindible conectarla con los atentados antes de proceder a las detenciones. ¡O, para decirlo con más exactitud, antes de que los policías se arresten entre sí!

– Con esto es suficiente -insistió Pitt-. Condena a ambos y a Piers Denoon. Tiene sentido. -El peligro que Tellman corría le preocupaba mucho. ¡Wetron no pararía hasta crucificarlo! A esas alturas ya sabría que los papeles habían desaparecido y que Tellman era el responsable, por mucho que hubiese pagado a un tercero para que llevara, a cabo el robo-. Simbister es el dueño del Josephine, en el que guardaban la dinamita, y Grover trabaja para él. El círculo de las pruebas se ha cerrado.

Narraway parecía cansado e impaciente.

– ¡Pitt, este trabajo es peligroso! -declaró en tono áspero-. ¿Alguna vez ha practicado la caza mayor? -No, claro que no. La sonrisa de Narraway era amarga.

– Hay algunos animales a los que solo se les puede disparar una vez, de modo que es necesario asegurarse de que el disparo es mortal. Si solo lo hiere, el animal se revuelve y puede destrozarle, aunque después muera. Wetron es uno de esos animales.

– ¿Se ha dedicado a la caza mayor?

Narraway lo miró a los ojos.

– Solo de la bestia más peligrosa que existe: el ser humano. No tengo nada contra los animales ni me interesa colgar sus cabezas de las paredes de mi casa.

Después de ese comentario Pitt pensó que Narraway le caía mejor.

– ¡Sí, señor!

Pitt hizo una breve visita a Vespasia; solo se quedó el tiempo imprescindible para contarle los acontecimientos de la víspera. La mujer respondió con una mezcla de satisfacción y pena, pero también temía que se produjesen nuevas tragedias. De todos modos, no quiso decirle de qué naturaleza suponía que serían ni a quién afectarían, pese a que Pitt tuvo la certeza de que su tía lo sabía.