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Abandonó la casa de Vespasia y se dirigió a St Paul, donde a mediodía se reunió con Voisey junto al sepulcro de John Donne, el gran pastor, abogado, filósofo, aventurero y poeta isabelino y jacobino. Como siempre, Voisey apenas habló. Un vistazo a la expresión de agotamiento de Pitt, la celeridad de su paso y que llegase diez minutos antes de lo previsto le quitó todo deseo de exhibirse después del primer comentario.

– A los once años ingresó en Oxford. ¿Lo sabía? -preguntó con ironía-. Tiene muy mal aspecto. ¿Ha vuelto al lugar del atentado?

– No -contestó Pitt quedamente, que hablaba en voz baja para que no lo oyese la pareja de ancianos que al pasar rindió homenaje a Donne-. He pasado en vela casi toda la noche. Llevé a cabo una maniobra de distracción para que, de acuerdo con sus consejos, cierto ladrón cogiera de casa de Wetron la prueba decisiva.

A Voisey se le iluminó la cara y abrió mucho los ojos.

– ¿De qué se trata?

Su voz reveló tal impaciencia que la pareja de ancianos se volvió. Es posible que el hombre estuviera en mitad de la cita más famosa de Donne: «No preguntes por quién doblan las campanas…».

«Están doblando por ti.» Pitt concluyó mentalmente la estrofa.

– Exactamente lo que usted suponía -replicó y su tono fue poco más que un susurro.

– ¡Por amor de Dios! -espetó Voisey-. ¿Quién?

– Piers Denoon. Por una vieja acusación de violación.

Voisey exhaló un suspiro como si por fin se hubiera deshecho un nudo largamente estrechado.

– ¿Es suficiente?

– Casi. Necesitamos demostrar todas las implicaciones. Hemos conectado la dinamita con Grover y a este con Simbister a través de la confesión de Denoon, así como a Simbister con Wetron, aunque podría negarlo. Podría decir que acaba de encontrar la prueba y que se proponía tomar medidas en cuanto estuviera seguro. De esta forma, Simbister sería destituido y Wetron se limitaría a sustituirlo.

– ¡Comprendo, comprendo! -exclamó Voisey con impaciencia-. Debemos relacionar a Wetron con el chantaje a Piers Denoon para que no pueda escapar. Si es quien disparó a Magnus Landsborough, puede acusar a Denoon de asesinato. Declarará encantado que lo chantajearon para que lo hiciera. ¿Los documentos están a salvo? ¿Dónde? ¡No los tendrá en su casa!

– Sí, están a salvo -contestó Pitt sombríamente. Una ligera sonrisa demudó el rostro de Voisey ya que, en realidad, no esperaba respuesta a esas preguntas-. Utilice sus viejas conexiones del Círculo. Necesitamos la prueba rápidamente. Wetron sabe que los papeles están en nuestro poder.

La sonrisa se hizo más amplia.

– ¿Lo sabe? Cuánto lamento no haber visto lo que ocurrió.

Su tono revelaba pesar y ansias de venganza: no bastaba con que se lo contaran, deseaba paladearlo.

Pitt experimentó una ligera sensación de repugnancia. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, pero no había más remedio que trabajar con Voisey y no tenía sentido pensar en ello, como si pudiera librarse de hacerlo.

– Use hoy mismo sus contactos. Encuentre la prueba de que Wetron estaba enterado de la violación y la utilizó para obligar a Denoon a financiar a los anarquistas y asesinar a Magnus Landsborough -pidió Pitt.

El parlamentario se humedeció los labios. Fue un gesto lento y delicado y lo realizó sin darse cuenta.

– De acuerdo -accedió y miró a Pitt-. Ya sé a quién abordaré. Todavía me quedan algunas deudas por cobrar. ¿Tiene teléfono?

Claro que sí. No se aparte del teléfono a partir de las cuatro de la tarde. Está en lo cierto, no hay que perder un minuto más. -Se encogió ligeramente de hombros-. ¡Por el bien de Tellman!

Pitt le dio su número de teléfono, se volvió y se alejó arrastrando los pies antes de ceder al impulso de golpear el rostro complacido de Voisey. Sabía que estaban a punto de lograrlo, pero también que todo podía torcerse. Voisey podía traicionarlo y acabar con Wetron y Simbister gracias a las pruebas; desacreditar a Edward Denoon a través de su hijo y rescatar lo suficiente de las cenizas como para volver a ocupar su puesto en el Círculo Interior. Tal vez incluso podría aprovechar para sus propios fines el proyecto presentado en el Parlamento. Pitt no podía hacer nada para impedirlo. Él lo sabía y en la mirada de Voisey vio que él también. Voisey saboreó aquel momento como si fuera un coñac de cien años: aspiró el aroma y dejó que embriagase sus sentidos.

A las cuatro en punto Pitt estaba en casa y se dedicó a esperar; andaba de un lado a otro y se sobresaltaba al menor sonido. Charlotte lo observaba. Gracie iba de aquí para allá con la fregona y mascullaba, porque sabía que existía un peligro pero nadie le había explicado de qué se trataba. Hacía dos días que no veía a solas a Tellman. El señor Pitt había comentado que el sargento se había comportado con extraordinario valor e inteligencia pero no se explayó, ni siquiera con su esposa.

A las cinco tomaron el té, lo bebieron deprisa pese a que estaba demasiado caliente, les apetecía comer pastel pero al final no lo probaron.

Eran las seis menos cuarto cuando por fin sonó el teléfono. Pitt fue corriendo al pasillo y descolgó el auricular.

– Dígame.

– ¡La tengo! -exclamó Voisey, triunfal-. Pero alguien ha avisado a Denoon. Se ha ido al embarcadero. Venga tan rápido como pueda. A la escalera de King's Arms, en Isle of Dogs, a la altura de Rotherhithe por el sur. Está en Limehouse Reach…

– ¡Ya sé dónde está! -lo interrumpió Pitt.

– ¡Venga ahora mismo! -lo apremió Voisey-. Venga tan rápido como pueda. Me adelantaré. Si lo perdemos habremos fracasado.

– Allá voy. -Pitt colgó y al volverse vio que Charlotte y Gracie no le quitaban ojo de encima-. Me voy a la escalera de King's Arms, en Isle of Dogs, para coger a Piers Denoon antes de que escape. Wetron ha debido de ponerlo sobre aviso.

Comenzó a caminar hacia la puerta.

– ¡No puedes detenerlo! -gritó Charlotte-. Ya no perteneces a la policía. Permíteme hablar con…

– ¡No! -gritó Pitt y se volvió para mirar a su esposa-. ¡No hables con nadie! No sabes en quién confiar. Díselo a Narraway si logras dar con él. Pero ¡a nadie más!

Charlotte movió afirmativamente la cabeza. Su expresión demostraba que sabía que ni siquiera debía intentar ponerse en contacto con Tellman. Pitt la besó tan rápido que apenas fue un roce; salió de casa y corrió hasta la esquina. Llamó al primer coche que se cruzó en su camino.

– ¡A Millwall Dock! -ordenó al cochero-. Y de ahí a la escalera de King's Arms. ¿Sabe dónde está?

– Sí, señor.

– ¡Vaya tan rápido como pueda! ¡Se lo compensaré!

– ¡Agárrese!

El coche, avanzó a toda velocidad a medida que caía la tarde. Pitt se agarraba con todas sus fuerzas cuando giraban en las esquinas para dirigirse hacia el sur, a Oxford Street. Se abrían paso en medio del tráfico que iba hacia el este; el cochero no dejaba de gritar. Después de Oxford Streetpasaron porHigh Holborn,Holborn Viaduct, Newgate Street y después Cheapside. En el cruce de MansiónHouse reinaba el caos. Dos coches estaban enganchados rueda conrueda.

El cochero se detuvo. La impaciencia consumía a Pitt. A su alrededor la gente chillaba y los caballos se encabritaban y relinchaban.

A continuación pareció que volvían atrás y bajaron por King William Street hacia el río.

– ¡Por aquí no podrá pasar! -gritó Pitt furioso-. ¡Se encontrará con la torre!

El cochero gritó algo que no entendió. La noche llegó rápidamente y empezó a caer una lluvia brumosa. Volvieron a ganar velocidad, pero no serviría de nada. No podrían atravesar el impresionante bastión de la torre de Londres, construida ocho siglos antes por Guillermo el Conquistador.

Volvieron a girar y se dirigieron hacia el norte. ¡Claro! Irían por Gracechurch Street, Leadenhall Street y, a través de Aldgate y Whitechapel, hacia el este. Pitt apoyó la espalda en el asiento, tragó saliva e intentó serenarse. Aún les quedaba bastante distancia por recorrer. Seguía lloviendo y la superficie del camino brillaba por las luces de los vehículos y las farolas. El chapoteo y el siseo de las ruedas prácticamente anulaba el repiqueteo de los cascos de los caballos.