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Daba la sensación de que se aproximaban a la otra orilla, ya que Kydd viró el bote para colocarse de popa frente a la escalera. De todos modos, Pitt solo veía la negrura de los muelles y los almacenes sin luz. Debían de estar más abajo de la Dogand Duck, pues en ese caso verían las luces de lataberna.

– ¿Dónde estamos?

– En la escalera de St George -contestó Kydd-. Junto al almacén del ferrocarril. Le esperan una corta caminata y un coñac. Después emprenderá el regreso. En su lugar, yo cortaría por Rotherhithe y cogería el transbordador hasta Wapping. Yo no regresaría por el agua hasta un lugar que se encontrase río abajo.

Pitt aceptó el consejo en silencio y pensó en lo que Kydd acababa de decir. Amarraron el bote a una anilla de hierro y subieron por los resbaladizos escalones, pero la marea apenas había comenzado a cambiar, por lo que se encontraban cerca de la parte más alta. Pitt siguió la oscura figura de Kydd por el embarcadero. El viento era frío, la ligera niebla comenzaba a posarse, las luces se difuminaban y parecía que el aire húmedo pendía en gotitas. Río abajo resonó el penoso lamento de las sirenas de niebla.

Caminaron cerca de diez minutos hasta que, en un callejón todavía próximo al río, Kydd se detuvo, abrió una puerta estrecha y entró en un pasadizo caldeado. Cerró la puerta, colocó la tranca de madera, franqueó otra puerta y llegó a una estancia sorprendentemente cómoda y ordenada. Había tres sillas, una de madera y dos tapizadas; en la más grande parecía haber un sombrero desechado o un par de guantes de piel cogidos entre sí. Al oír los pasos de Pitt aquel bulto se desenroscó hasta mostrar cuatro patas y una cola, bostezó, parpadeó y comenzó a ronronear. Pitt calculó que el minino tenía poco más de tres meses.

Kydd lo cogió con una mano y, distraído, lo acarició.

– El coñac está allí. -Señaló el armario colocado junto a la pared-. Ante todo le daré de comer a Mite. Ha estado sola todo el día.

Kydd sacó del bolsillo un poco de carne y lo partió en trocitos. La gatita se lo arrebató casi sin darle tiempo y ronroneó agradecida.

Pitt abrió el armario y vio el coñac, así como varios vasos y copas. Escogió dos, sirvió sendas medidas y reparó en que la botella estaba casi vacía. Bebió su medida de un trago y dejó la otra copa en la mesilla, para Kydd.

– ¿Quiénes eran? -preguntó.

– ¿Los de la barcaza? -Kydd dejó a la gata en la silla y cogió el coñac-. Probablemente ladrones del río. Pero ¿qué estaba usted buscando allí?

– ¿Cómo supo que estaba en el río? -preguntó Pitt intrigado.

Mite se afiló las uñas, trepó lentamente por la pierna y por la espalda de Kydd y se colocó sobre su hombro. El hombre hizo una mueca de dolor, pero no la apartó.

– No lo sabía, pero imaginé que Voisey aguardaba a alguien. No fue más que una suposición afortunada.

– ¿Se ha dedicado a seguirme?

Kydd se puso muy serio. A la luz, su rostro mostraba unos pómulos altos y ojos azules.

– Quiero averiguar quién asesinó a Magnus. Necesito saber que no fue uno de los nuestros. Pero si lo fue, lo ejecutaré yo mismo.

La situación empezaba a estar más clara.

– Usted forma parte del grupo de Magnus -afirmó Pitt- y es quien ha tomado el mando.

Kydd no parecía impresionado.

– ¿Quién asesinó a Magnus? -repitió-. ¿Todavía no lo sabe? Alguien lo traicionó. ¿Fue su padre?

– ¿Su padre?

– Vino a buscarlo varias veces. Intentó convencerlo de que volviese al redil y renunciara a sus convicciones. -La expresión de Kydd era de salvaje diversión y en su tono había tanto dolor como cólera. Distraído, levantó la mano y acarició a la gatita, que seguía apoyada en su hombro-. Mite era de Magnus -añadió sin que viniera a cuento-. La rescató… o lo rescató. En realidad, no sé si es hembra o macho. Con los gatos es difícil saberlo.

Aquello fue un repentino acto de humanidad, que concedía a Magnus Landsborough una dimensión infinitamente mayor que la de cualquier idealismo. Pitt estaba furioso porque lo habían asesinado para provocar determinada reacción pública y crear el clima que contribuyese a aprobar una ley monstruosa.

– No, no fue su padre -respondió Pitt bruscamente-. Lo único que quería era que Magnus cambiase de parecer. Fue su primo Piers Denoon. Es a él a quien buscaba en la barcaza, quería detenerlo antes de que huyese del país. Desde aquí es fácil bajar por el río y cruzar el canal de la Mancha.

– ¿Piers? -Kydd no acababa de creérselo-. ¿Por qué? No tiene sentido. No le creo. -Su mirada era brillante y metálica.

– ¿Tal vez porque les proporcionaba fondos? -preguntó Pitt.

– Si usted piensa eso, también sabrá por qué no le creo. ¿Por qué motivo mataría a Magnus?

Kydd apartó a Mite de su hombro y tomó asiento en la silla.

– Por el mismo motivo por el que hizo todo lo demás que tiene que ver con la anarquía -repuso Pitt-. Porque lo chantajearon. No podía negarse porque, en ese caso, habría acabado en la cárcel, donde dudo mucho que hubiese sobrevivido.

– Lo habríamos ayudado. Como acaba de decir, no es difícil cruzar el canal dela Mancha para llegar aFrancia e incluso a Portugal.

– Tal vez lo habrían hecho por motivos ideológicos. Pero ¿habrían hecho lo mismo en un caso de violación?

Kydd se quedó sorprendido.

– ¡Violación! -repitió-. ¿Violación?

– Sucedió hace tres años. Violó a una chica. Tal vez la tomó por lo que no era. De todos modos, fue un acto muy violento y podrían haber hecho que pareciese incluso peor. La muchacha podría haber sido la hermana o la hija de alguno de los tipos que habría conocido en la cárcel.

La expresión de Kydd reveló que comprendía lo que eso significaría y es posible que, fugazmente, asomase un atisbo de compasión, pero no tardó en esfumarse.

– ¿Qué piensa hacer? Asesinó a Magnus… supongo que está seguro de que lo mató él.

– ¿Usted no? Piense un poco. Tuvo que ser alguien que sabía que regresarían a Long Spoon Lane; lo estaba esperando. Conocía a Magnus y no mató a nadie más. Ni siquiera disparó contra Welling o Carmody. Además, evitó que lo viesen.

La expresión de Kydd se endureció.

– Comprendo, tuvo que ser Piers. Es la única explicación con sentido. Pobre desgraciado. Supongo que me gustaría verlo colgando de la horca, pero ya no estoy tan seguro como antes. -Volvió a acariciar a Mite y fue recompensado con un ronroneo-. Vaya a hacer lo que tiene que hacer. Al salir gire a la izquierda. Camine por London Road hasta Onega Yard, pase Norway Dock hasta donde se convierte en Brickley Road y llegará a Rotherhithe Pier. Allí podrá coger el ferry. -No se puso de pie.

Pitt asintió.

– Gracias.

– No se moleste en volver aquí.

– No pensaba hacerlo. Como ya ha dicho, le debo un favor. -Se detuvo en el umbral-. Supongo que no ha tenido nada que ver con el atentado de Scarborough Street.

Pitt no pudo ver el desprecio de la expresión de Kydd, pero lo detectó en su tono de voz:

– También me gustaría ver ahorcado al responsable de ese atentado… si logra atraparlo. Por eso lo rescaté, me parece que usted es la única persona que intentará detenerlo.

Vespasia estaba a punto de salir a cenar con unos amigos cuando el mayordomo le dijo que el señor Pitt aguardaba en la entrada.

– Dígale al cochero que espere y haga pasar al señor Pitt -ordenó sin titubear.

Vespasia se dirigió hacia el gabinete. Las cortinas estaban echadas porque la noche era lluviosa y no le apetecía ver la luz que se reflejaba en los árboles mojados. Cuando llegó oyó que Pitt daba las gracias al mayordomo; luego, entró en el gabinete y cerró la puerta. Estaba pálido y parecía aterido. Su rebelde pelo estaba mojado por la lluvia y se rizaba caprichosamente. Tenía la cara y la ropa sucias.