– Así es.
Vespasia guardó silencio unos segundos y finalmente añadió:
– Thomas, no te lo perdonará. Pitt levantó la cabeza.
– Ya lo sé. Todavía conservo la prueba que inculpa a su hermana en el asesinato de Rae. ¿Debo utilizarla? Si lo hago no me quedará nada para proteger a Charlotte, y Voisey lo sabe.
– Desde luego. Es el problema de tener un arma definitiva. Una vez que la has usado, ¿qué te queda?
Pitt la miró directamente y con miedo. La ligera sonrisa provocada por su vulnerabilidad suavizó su expresión de agotamiento.
– Supongo que Charlotte tampoco la usaría aunque me encontraran muerto en el río. La conservaría para proteger a Daniel y a Jemima. Voisey lo sabe. A veces me preguntaba por qué no se arrepentía de haberme asesinado. Tendría que haber pensado en esa prueba.
– Querido, pensar en lo que tendríamos que haber hecho no sirve de nada -puntualizó Vespasia-. Consultemos con la almohada los acontecimientos de esta noche y ya veremos qué nos depara el mañana. Iré a tu casa a las nueve en punto y leeremos los periódicos. Debes permitir que mi cochero te acompañe. Te ruego que no discutas.
Pitt no se opuso. Se sentía agradecido y así se lo dijo.
Pitt durmió mejor de lo que esperaba. Cuando regresó a casa no pensaba contarle a Charlotte los detalles de lo ocurrido. No quería asustarla más de lo necesario; también se dio cuenta de lo imprudente que había sido al creer las palabras de Voisey, por muy verosímiles que fuesen o por muy presionado que estuviera por las circunstancias.
Tal como habían ido las cosas, Charlotte había hecho demasiadas deducciones para ocultárselas sin mentir; Pitt descubrió que ella se mostraba mucho más comprensiva de lo que había esperado. El alivio de Charlotte era tranquilizador y no quería criticar a Pitt. Incluso coincidía con él en que no habría utilizado la prueba contra la señora Cavendish, precisamente por los mismos motivos que suponía su marido.
Cuando por la mañana despertó y bajó, Pitt se dejó absorber por las cuestiones domésticas hasta que los niños se fueron a la escuela. A continuación Thomas, Charlotte y Gracie ojearon la prensa de la mañana. Apenas habían leído los titulares cuando llegó Vespasia, seguida de Tellman y de Víctor Narraway. Todos estaban muy serios.
– Buenos días, Thomas y Charlotte -saludó Vespasia-. Me había tomado la libertad de llamar al señor Narraway para que se reuniese con nosotros. Pero por lo visto, el sargento Tellman tuvo la misma idea.
The Times estaba abierto en la mesa de la cocina. Todos los periódicos publicaban la misma noticia. Las variaciones radicaban en el aspecto al que atribuían mayor importancia.
Todo sucedió la víspera, justo a tiempo para que lo publicara la prensa del día siguiente. Pitt se dio cuenta de que todo estaba planeado. Voisey lo había preparado todo para que fuese exactamente así. No podía permitirse el lujo de conceder a Narraway el tiempo de reaccionar ni de que pensara que Pitt había muerto.
Por lo visto, Voisey acudió directamente al ministro del Interior con las pruebas de corrupción que implicaban a Simbister. En lugar de denunciar el asesinato de Magnus Landsborough a manos de Piers Denoon, había optado por hablar de la extorsión sistemática que se hacía a pequeños empresarios como taberneros, tenderos y fabricantes, gente corriente que trabajaba por peniques y chelines y que constituía la inmensa mayoría de la población.
De ahí pasó al hallazgo de los explosivos en el Josephine, a la prueba de que los había colocado Grover y a su estrecha relación con Simbister. Añadió un espectacular relato de su intento de asesinato por parte de Grover, así como del de un agente de la Brigada Especial, cuya identidad era imprescindibleproteger.
Fue una lectura emocionante. En todo momento se podía ver la indignación por semejante abuso de poder; el artículo estaba cargado de emociones y humanidad. Evidentemente era un tema que analizarían a lo largo de los días siguientes, tal vez durante semanas. Para poder seguir la noticia, los lectores comprarían los diarios en cuanto salieran.
El periódico de Denoon también se hacía eco de lo ocurrido, aunque con más moderación, y mostraba desconcierto ante esa tragedia. Ciertamente no tardaría en quedar aclarada y resuelta. Debía de tratarse de un caso aislado; era la única explicación convincente.
A pesar de todo, debían aplazar la aprobación del proyecto de Tanqueray de armar a la policía y darle más competencias. Era impensable que un hombre como Simbister pudiera estar al mando de un cuerpo armado.
– Solo será un respiro -reconoció Narraway muy serio-. Si no hay pruebas de que Wetron también está implicado en este asunto, se quedará en un caso aislado de un individuo corrupto que llevó por mal camino a una comisaría.
Gracie había puesto a calentar agua y el hervidor dejaba escapar una ligera bocanada de vapor. Estaba de espaldas al fogón, ya que acababa de mirar a Tellman; sus ojos se habían cruzado un fugaz instante. Las tazas estaban encima de la mesa de la cocina, junto a la lechera que había sacado de la despensa y el azucarero. La lata del té también estaba a mano.
– Al parecer, sir Charles vuelve a ser un héroe -declaró Vespasia secamente, mientras permanecía sentada en una de las sillas con respaldo rígido.
Charlotte permanecía junto al aparador que contenía la vajilla azul y blanca. Estaba demasiado tensa para sentarse. Dejó escapar una risa aguda.
– ¡Ojalá pudiéramos encontrar la forma de que todo se volviera en su contra! -Aludió de pasada a la ocasión en que habían sido más listos que él a raíz de la muerte de Mario Corena.
Narraway la miró. Su expresión era ilegible. En su rostro se detectaban emociones, pero resultaba imposible definirlas.
– Me temo que esta vez ha usado nuestro ingenio en contra nuestra -dijo y, aunque se dirigió a Vespasia, hablaba para todos. Si pensaba que era Pitt quien le había dado esa oportunidad a Voisey, no lo reflejó ni siquiera en el tono de voz-. Sospecho que ha utilizado a la Brigada Especial para reunir loque quería y arrebatárnoslo en el momento adecuado.
– ¡Tiene que haber algo que podamos hacer! -insistió Charlotte. Paseó la mirada de uno a otro de los presentes-. Si no tenemos poder ni armas, ¿no podemos volver las de ellos en su contra?
Narraway la miró con atención. Un tenue esbozo de sonrisa alteró las comisuras de sus labios, pero era de diversión, no de alegría.
Vespasia la entendió; Charlotte lo vio en la expresión de sus ojos. Como también era mujer, interpretó correctamente el discurrir de sus pensamientos: si eres lo bastante inteligente y conoces bien a tu adversario, la debilidad puede convertirse en fuerza.
– Hagamos una lista de todo lo que sabemos acerca de ellos -propuso Vespasia-. Tal vez podamos descubrir algo. -Miró a Tellman-. Sargento, usted trabaja a las órdenes de Wetron desde que Thomas dejó Bow Street. Seguramente ha hecho observaciones y se ha formado un juicio acerca de él. ¿Qué desea? ¿Qué teme? ¿Se preocupa por alguien que no sea él mismo, por alguien cuya opinión valora o necesita?
En cuanto se recuperó de la sorpresa inicial que le provocó la consulta de Vespasia, Tellman empezó a pensar. No era su manera habitual de abordar un problema, por lo que tuvo que hacer algunos esfuerzos.
Todos estaban expectantes. El hervidor siseó y Gracie preparó el té y dejó la tetera encima de la mesa.
– El poder -respondió Tellman, sin saber a ciencia cierta si era lo que a Vespasia le interesaba.
– ¿La gloria? -insistió Vespasia. El sargento estaba desconcertado. Pitt pensó en echarle una mano, pero al final se mordió la lengua-. ¿Le gusta que lo admiren o que lo quieran?
– No lo creo -contestó Tellman-. Me parece que prefiere que lo teman. Le molesta correr riesgos. Siempre se anda con tiento.
– ¿Es un hombre valiente? -preguntó Vespasia suavemente, con cierto sarcasmo.
Tellman esbozó una ligera sonrisa.