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Narraway se dirigió a Tellman:

– Informe inmediatamente a Pitt y no tenga piedad. Si cae en la tentación de ser misericordioso recuerde los muertos de Scarborough Street.

Vespasia vio la expresión de disgusto de Tellman.

– No piense en Scarborough Street -añadió-. Esas personas ya están muertas o lisiadas. Piense en la próxima calle y en la siguiente.

Tellman no pensaba en otra cosa; poco después se despidieron. El sargento salió y caminó rápidamente un par de calles hasta llegar a Tottenham Court Road, donde cogió el primer coche que encontró hasta Bow Street. Si se concedía tiempo para pensar podía perder espontaneidad y las emociones que sentía tras haber estado en la cocina de Keppel Street. Tal como habían dicho, no había tiempo que perder.

Franqueó las puertas, pasó junto al sargento de guardia con el que cruzó un par de palabras y subió la escalera hasta el despacho de Wetron. No había preguntado a nadie si su jefe estaba porque todavía no había decidido si quería que alguien supiese lo que se proponía.

Llamó a la puerta del despacho de Wetron. La respuesta fue rápida e impaciente.

Tellman entró.

– Buenos días, señor -saludó sin titubeos y cerró la puerta. Su voz sonó tensa y algo aguda.

Wetron se encontraba de pie junto a la ventana. Se volvió y miró irritado al sargento. Su rostro denotaba ansiedad y también una especie de triunfo.

– Buenos días, sargento. Lamento lo que le ha ocurrido a Pitt. Nunca me cayó bien, pero sé que usted le guardaba cierta lealtad.

Tellman pensó a toda velocidad. A Wetron ya le habían dicho que Pitt había muerto… ¡qué rapidez! Tenía tres opciones: negarlo, reconocerlo como si también lo supiera o fingir que no estaba enterado de nada… y casi tres segundos para decidir cuál de las tres posibilidades servía mejor a sus intereses.

– Señor, ¿qué ha dicho? -Decidió ganar tiempo. No podía cometer el menor error.

– Esta mañana lo han sacado del río -contestó Wetron y lo observó con malicioso regodeo-. Parece que los anarquistas se lo han cargado.

– Ah. -Repentinamente Tellman se dio cuenta de qué quería hacer. Aprovechó la oportunidad de utilizar ese comentario como arma-. Parece que el señor Simbister pretende defenderse, ¿no le parece? Podríamos decir que es su último intento.

Wetron palideció. Durante unos segundos perdió la compostura. Le habría gustado enfadarse, gritar a Tellman y hacerle daño aprovechándose de su dolor, pero la sensatez prevaleció; decidió cuáles eran sus necesidades y habló con calma:

– ¿Está al corriente de la corrupción de Simbister?

– Señor, solo sé lo que he leído esta mañana en la prensa. Tengo mucha más información acerca de sir Charles Voisey.

– ¿Está seguro? -Wetron enarcó las cejas-. Sargento, ¿cómo se ha enterado? No estoy informado de que sus investigaciones lo hayan llevado a tener que realizar preguntas acerca de un parlamentario.

Tellman se estremeció. Sería muy fácil pecar de exceso de confianza, hablar de más o decir lo que no debía. Había llegado la hora de la verdad.

– Verá, señor -replicó humildemente-, cortejo a la criada de los Pitt y esta mañana, por casualidad, estaba allí.

– ¡Y se muestra totalmente indiferente ante la muerte de Pitt! -exclamó Voisey, desconcertado-. ¿Hay algún aspecto de su carácter que desconozco?

– Señor, que yo sepa, no. El señor Pitt goza de buena salud. Quizá el pobre desgraciado que sacaron del río se le parecía. Señor, me parece que sir Charles le ha mentido deliberadamente. -Se relajó un poco-. Por lo que sé, por lo que dice la señora Pitt y por mis propias deducciones da la sensación de que sir Charles le odia a usted. Por decirlo de alguna manera, es el responsable de la caída del señor Simbister.

Wetron permaneció impertérrito.

– Sargento, ¿qué lo lleva a pensar que eso es así? Había llegado el momento de decirle lo que Narraway necesitaba que supiera.

– Fue él quien comunicó a la Brigada Especial que el señor Simbister utiliza a ladrones y a otra gente desu calaña para cobrar a los taberneros, y fue él quien descubrióque la dinamita usada por los anarquistas se guardaba en un barcoatracado en Shadwell.

A Wetron le brillaron los ojos.

– Tellman, ¿cómo lo sabe? Por lo que dice parece que ha dedicado más tiempo a colaborar con la Brigada Especialque a cumplir su trabajo en el cuerpo de policía,que es el que le paga. ¿Adónde se dirigen sus lealtades? ¡Como siyo no lo supiera…!

– Señor, ya le he dicho que cortejo a la criada del señor Pitt. Esta mañana estuve en su casa y lo oí por boca del señor Pitt. Anoche sir Charles intentó asesinarlo, pero no lo consiguió.

– ¿Estaba usted presente? -preguntó Wetron.

Tellman se mostró ofendido.

– ¡Claro que no, señor! ¡Estuve de guardia en comisaría!

– Tellman, ¿a qué ha venido? -preguntó Wetron ásperamente, con los labios tan apretados que parecían el filo de un cuchillo.

– Señor, por lealtad a la policía. -Era una respuesta creíble. Al fin y al cabo, había pasado toda su vida en el cuerpo y Wetron lo sabía-. Me parece perfecto que el señor Simbister se vaya. Por lo visto es corrupto. Pero, el señor Pitt dejó escapar algunas palabras y he atado cabos. Señor, sir Charles también se propone prescindir de usted, poner aquí a un hombre de su confianza y llevar la misma clase de actividad en Bow Street, pero será él quien se quede con el dinero. Señor, esta es mi comisaría y no permitiré que ocurra. -Tellman respiró hondo y profundamente-. Señor, no diré que usted me caiga tan bien como el señor Pitt, pero tampoco estoy dispuesto a que salga perjudicado por algo en lo que no ha tenido arte ni parte. Me parece injusto. Tampoco quiero que uno de los policías de sir Charles Voisey dirija mi comisaría.

– Desde luego -musitó Wetron-. ¿Exactamente por qué cree sir Charles Voisey que puede «perjudicarme»?

– No lo sé exactamente, señor. -Tellman temblaba y se le había hecho un nudo en la garganta-. Es algo que tiene que ver con el chantaje y con el asesinato de un joven. Dice que tiene un papel que demuestra lo ocurrido y que puede inculparle.

Pareció que el silencio creciera y se expandiera hasta ocupar todo el espacio.

Wetron miró atentamente a Tellman e hizo un esfuerzo por controlar la ira y por mantener la cabeza fría para pensar. La verdad de las palabras del sargento quedó claramente de manifiesto en su reacción.

Tellman notó que el miedo aferraba con más fuerza sus entrañas.

– ¿Puede inculparme? -preguntó Wetron lentamente y con tono chirríame-. ¿Se atreverá?

El sargento tuvo la sensación de que le faltaba el aire.

– Sí, se… señor. Me pa… me parece que es lo que tenía planeado desde el principio. Nada le gusta más que la venganza. Por eso se alió con el señor Pitt… en contra del proyecto de armar a la policía… pa… para tenderle una trampa.

– Pero ¡si acaba de decir que Pitt escapó! -estalló Wetron.

Tellman respiró por fin.

– Así es, señor. Fue un golpe de suerte. Alguien navegaba por el río y lo rescató.

– Fue un grave error -declaró Wetron satisfecho-. Siempre hay que rematar personalmente el trabajo. Está bien, si sir Charles quiere mi puesto y los frutos de lo que he construido… ¡puede quedárselos! Muy bien, Tellman, excelente. En realidad, me ocuparé de que lo tenga todo… incluida la culpabilidad. -Consultó la hora en el reloj de la repisa de la chimenea-. Supongo que todavía está en su casa. Magnífico. Justamente donde guarda la prueba. Iré y lo detendré. -Con un repentino entusiasmo, le tembló ligeramente la voz cuando preguntó-: ¿Ha dicho que intentó asesinar a Pitt? En ese caso es un hombre violento. Será mejor que vaya armado, ya que podría resistirse. -Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, sin alegría pero cargada de un placer salvaje-. Pitt es imbécil, pero que escapara de la aventura de anoche podría resultar útil. No mentirá. Si le preguntan dirá que Voisey intentó matarlo.