Wetron fue a un armario cerrado a cal y canto, quitó una llave de la cadena de su reloj y abrió la puerta. Escogió un revólver, lo cargó y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.
– Tellman, no lo necesito -añadió al tiempo que se incorporaba-. Este es un asunto entre caballeros. Ha realizado un buen trabajo.
Pasó junto al sargento y cruzó la puerta con la espalda rígida y el revólver oculto bajo la gruesa tela de la chaqueta.
Tellman esperó a que Wetron desapareciera de su vista, momento en que bajó la escalera a toda velocidad y salió. Pitt lo esperaba en un callejón situado a doscientos metros. Debían seguir a Wetron y atraparlo en el momento justo, antes de que asesinara a Voisey. Entonces los pillarían a ambos y conseguirían las pruebas que faltaban. Dado el odio que se tenían, cada uno declararía contra el otro.
El sargento corrió por la calle y sus botas resonaron en las piedras.
12
Pitt aguardaba en el callejón, caminaba de aquí para allá, se detenía unos segundos, se asomaba y volvía a andar. Divisó a Tellman cuando todavía se encontraba a veinte metros y no tuvo dificultades para identificarlo porque corría entre la gente que caminaba por la acera.
El investigador echó a andar, pero se dio cuenta de que en medio del gentío podrían cruzarse y regresó al callejón. Segundos después, el sargento estuvo a punto de chocar con él.
– Wetron ha ido a buscar a Voisey -jadeó-. Se dirige hacia su casa. Lleva un arma. Sospecho que, pase lo que pase, le disparará y dirá que fue en defensa propia. Nadie lo pondrá en duda.
– ¿Has dicho a casa de Voisey? En marcha. No podrá dispararnos a los tres y a los criados.
Pitt avanzó a grandes zancadas hasta la calle principal, con Tellman al lado, e hizo señas al primer coche de caballos que pasó. Dio al cochero la dirección de Voisey, le pidió que fuese tan rápido como pudiera y montaron de un salto.
– ¡Es una cuestión de vida o muerte! -aseguró Tellman con voz tan alta que otros cocheros se volvieron para prestarle atención, aunque con incredulidad.
El coche avanzó en medio del tráfico. Ni Pitt ni Tellman hablaban. Ambos intentaban mantener el pánico a raya y no pensar en lo que podía salir maclass="underline" que Voisey venciera y se vengara de todos ellos.
Tampoco debían dejarse llevar por el entusiasmo. Aún no estaban a salvo. Detendrían a Wetron por intentar asesinar a Voisey, la prueba de la culpabilidad de Wetron estaría allí; la tendría Voisey. El mecanismo de la corrupción dejaría de funcionar y el proyecto de ley fracasaría. Sin embargo, Voisey seguiría vivo… con todo lo que ello conllevaba.
El coche rodó por la calle medio vacía y, al girar en la esquina, Pitt y Tellman estuvieron a punto de chocar entre sí, pero continuaron en silencio. El vehículo volvió a acelerar.
Pareció transcurrir una eternidad hasta que por fin se detuvo. Pitt entregó un puñado de monedas al cochero: lo que calculó que costaba aproximadamente la carrera y una generosa propina. Tellman y él corrieron por la acera y subieron a toda velocidad los escalones de la entrada de la casa de Voisey. Pitt aporreó la puerta.
El mayordomo abrió con expresión de desagrado.
– Diga, señor, ¿en qué puedo ayudarlo? -Su tono mostraba qué opinión le merecía la gente ruidosa y vulgar, cualesquiera que fuesen las circunstancias.
– ¡Tengo que ver inmediatamente a sir Charles! -respondió Pitt y tomó aliento-. Su vida corre peligro.
– Lo lamento, señor, pero sir Charles se ha trasladado a laCámara de los Comunes. Suele ir allí aesta hora.
– Hace cuarenta minutos estaba en casa -intervino Tellman, como si su protesta tuviese la menor importancia.
– No, señor -declaró el mayordomo con firmeza-. Sir Charles partió hace más de una hora.
– El inspector Wetron dijo que… -insistió Tellman y elevó el tono de voz.
– Señor, lo siento mucho, pero está equivocado -aseguró el mayordomo.
La posibilidad de una conspiración alarmó a Pitt hasta que se dio cuenta de que había una respuesta evidente.
– No estaba en casa -declaró en voz alta-. Wetron nos ha engañado a propósito. Tenemos que ir a la Cámara delos Comunes.
– ¡En la Cámara no podrá hacer nada! -dijoTellman con incredulidad.
– Por supuesto que sí, en un despacho privado.
Pitt bajó los escalones y tuvo tiempo de gritar al cochero, que había dado unos minutos de descanso al caballo y disfrutaba del espectáculo que tenía lugar en la entrada de la casa. Estaba a punto de alejarse cuando oyó la voz de Pitt y se detuvo.
– ¡A la Cámara de los Comunes! -ordenóPitt.
– Supongo que también tendré que ir lo más rápido que pueda, ¿no? -inquirió el cochero-. ¿Acaso ustedes nunca se desplazan a velocidad normal, como el resto de los mortales? ¿Es otro caso de vida o muerte?
– ¡Sí! ¡Dese prisa! Si el caballo está agotado, alcance a otro coche y cambiaremos de vehículo -respondió Pitt.
El cochero le dirigió una mirada de profundo desprecio, arrancó y no tardaron en ganar velocidad.
– ¡Llegaremos demasiado tarde! -se lamentó Tellman con los dientes apretados-. ¡El muy cabrón ya habrá disparado!
Pitt no contestó. Temía que Tellman estuviese en lo cierto.
Fue otra interminable carrera en medio de la congestión del tráfico. La impaciencia y la sensación de fracaso no consiguieron acortarla ni evitaron que ambos sintieran que estaban ante lo inevitable.
Por fin llegaron ala Cámara de losComunes. Pitt pagó con casi todo el dinero que le quedaba, pidió alcochero que lo gastase en el caballo y corrió para alcanzar aTellman, que ya se había adelantado una veintena demetros.
En cuanto se identificaron los dejaron pasar y los acompañaron hasta el despacho de Voisey. Al girar al final del largo pasillo se dieron cuenta de que era demasiado tarde. Un corro de personas muy serias obstruía el paso. Hablaban en voz baja, tenían el cuerpo en tensión y los rostros pálidos y afligidos.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Pitt, que se detuvo al llegar junto a los congregados, pese a que temía que ya lo sabía.
– Es terrible -respondió uno de los secretarios. Era un joven pálido que iba bien vestido. Llevaba un fajo de papeles y los agitaba, por lo que las hojas producían un sonido suave-. Ha sido realmente espantoso.
– ¿Qué ha ocurrido? -repitió Pitt en tono apremiante. -¡Vaya! ¿No se ha enterado? Han disparado a sir Charles Voisey. El inspector de policía está aquí. Es el jefe de Bow Street. ¡Han disparado a un parlamentario enla Cámara de losComunes! ¿Adónde iremos a parar?
Pitt se abrió paso a codazos hasta que llegó a la puerta y se encontró a un metro de Wetron, que estaba blanco como el papel y parecía compungido. En el mismo instante en el que sus miradas se cruzaron Pitt vio el brillo del triunfo y supo que lo habían derrotado.
Wetron no dejaba ver absolutamente nada. Para los presentes solo era un hombre asustado y afectado por un terrible suceso.
– Vaya, comisario Pitt -musitó, como si Pitt todavía ostentara su antiguo cargo-. Me alegro de que haya venido. Ha sido terrible. Me temo que las pruebas son irrefutables. Ha sido trágico. Quería interrogar a sir Charles, con la esperanza de que me diese alguna explicación, pero no tenía nada que decir. El sentimiento de culpa lo dominó. Me atacó con un abrecartas. No tuve elección. -Daba la impresión de que le costaba pronunciar esas palabras y de que estaba triste, pero en su mirada se veía la victoria y el sabor intenso y dulce del poder. Para los que se encontraban a su lado esa expresión podía significar cualquier cosa, pero para Pitt su sentido estaba claro como el agua.
– Inspector Wetron, ¿a qué pruebas se refiere? -preguntó Pitt inocentemente, como si no tuviese ni la más remota idea. La expresión de Wetron no se alteró.