Tenía una voz grave pero azucarada y la remataba dicién-dole por teléfono a Dantón, «te quedo, mi Toncito, te quedo, cada-medo». Santiago se murió de la risa cuando escuchó, sin derecho
alguno, este diálogo acaramelado por la extensión telefónica de su padre, y más cuando el severo don Dantón le dijo a su caramelo, «¿qué dice mi tetoncita, qué siente mi güevona, qué come mi Michita que la trompita le sabe a pichita?», «es que como camotito cada jueves» contestó esa voz ronca y profesionalmente cariñosa: Lourdes, le dijo Santiago a su novia, esto se pone muy bueno, vamos a averiguar quién es la tal Micha o Artemisa y a qué sabe de veras, ¡palabra que mi jefe se las trae!
No pensó en traiciones a la arrumbada doña Magdalena, Santiago no era un puritano, pero sí soy curioso, Lourdes, y yo también, rió la fresca y núbil oaxaqueña, mientras los dos esperaban la salida de Dantón de la oficina un jueves en la noche, cuando el papá tomaba el poco conspicuo Chevrolet él solo, sin chofer, y se dirigía a la calle Darwin en la colonia Nueva Anzures, seguido por Santiago y Lourdes en un Ford alquilado para despistar.
Dantón estacionó el coche y entró a una casa adornada por estatuas de yeso de Apolo y Venus a la entrada. La puerta se cerró y reinó el misterio. Al rato, se escucharon música y risas. Las luces se prendían y apagaban caprichosamente.
Regresaron una mañana cuando un jardinero podaba los setos de la entrada y una criada espolvoreaba las estatuas eróticas. La puerta de entrada estaba entreabierta. Lourdes y Santiago entrevieron un salón burgués normal, con sillones de brocado y floreros llenos de alcatraces, pisos de mármol y una escalera de película mexicana.
Al instante, apareció en lo alto de la escalera un hombre joven y arrogante, con el pelo cortado muy corto, una bata de seda, gazné al cuello y, extravagante, poniéndose unos guantes blancos.
– ¿Qué quieren? -les dijo con una ceja muy arqueada y muy depilada que contrastaba con la voz ronca-. ¿Quiénes son?
– Perdón, nos equivocamos de casa -dijo Lourdes.
– Nacos -murmuró el hombre de los guantes.
Supongo que sí, le dijo a Santiago el archivista del BUFA, si es el hijo del patrón, pásele nomás.
Todas las tardes, mientras su padre prolongaba las comidas en el Focolare, el Rívoli y el Ambassadeurs, Santiago filtraba minuciosamente los papeles de la firma como por un cedazo en el que la repugnancia y el amor se reunían, a pesar de todo, dolorosamente, porque el joven pasante de Derecho se repetía sin cesar, es mi padre, con este dinero he vivido, este dinero me educó, estos negocios
son el techo y el piso de mi casa, manejo un Renault último modelo gracias a los negocios de mi padre…
– Vamos a comportarnos como amantes secretos -le dijo Santiago a Lourdes-. Haz de cuenta que no queremos ser vistos.
– ¿Más?
– Hasta ahí nomás. ¡Mi amor! No, te lo digo en serio. ¿Adonde iríamos si no quisiéramos ser vistos?
– Santiago, no te hagas. Mejor sigue el coche de tu papá -rió ella.
El Chez Soi era un lugar amplio pero oscuro en la Avenida Insurgentes; las mesas estaban muy separadas entre sí, no había iluminación general, cada mesita tenía una lámpara pequeña y baja, la penumbra reinaba. Los manteles eran todos de cuadros rojos y blancos, para dar el toque francés.
Lourdes y Santiago siguieron a Dantón y lo vieron entrar tres semanas seguidas, puntualmente, a las nueve de la noche cada martes. Pero entraba y salía solo.
Una noche, Santiago y Lourdes llegaron a las ocho y media, tomaron asiento y ordenaron dos cubas. El mesero francés los miró con desdén. Había parejas en todas las mesas menos una. Una mujer de escote descarado, mostrando con alarde la mitad de los senos, levantó un brazo para arreglarse la abundante cabellera rojiza, mostró otra vez con alarde una axila perfectamente rasurada, sacó una polvera y se arregló la cara abundantemente blanqueada en torno a las cejas depiladas, la mirada arrogante y los labios exageradamente gruesos, como una Joan Crawford declinada. Lo llamativo era que hacía todo esto sin quitarse los guantes blancos.
Cuando Dantón entró, le besó la boca y se sentó junto a ella, Lourdes y Santiago ya estaban en un rincón oscuro y habían pagado la cuenta. Esa noche, los jóvenes salieron en el Renault rumbo a la costa oaxaqueña. Santiago manejó toda la noche, sin decir palabra, muy despierto, librando la sierpe interminable de curvas entre la ciudad de México, Oaxaca y Puerto Escondido. Lourdes iba dormida sobre el hombro de su novio; Santiago sólo tenía ojos para las formas oscuras del paisaje, los grandes lomos de la sierra, el cuerpo arisco y abundante del país contrastado, bosques de pinos y desiertos de tepalcate, muros de basalto y coronas de nieve, inmensos cactos de órgano, floraciones súbitas de Jacaranda. La geografía solitaria, sin poblados ni habitantes. El país por hacerse empeñado en deshacerse primero.
El mar apareció a las ocho de la mañana, no había nadie en la playa, Lourdes despertó con una exclamación de alegría, ésta es la mejor playa de la costa, di ¡o, se desnudó para entrar al mar, Santiago también se despojó de la ropa, entraron juntos, desnudos, al mar, el Pacífico fue su sábana, se besaron más hondo que las aguas verdes y plácidas, sintieron sus cuerpos levantados sobre el fondo de arena, excitados por el vigor salino, Lourdes levantó las piernas cuando sintió la punta del pene de Santiago rozándole el clítoris, le rodeó la cintura con las piernas, él la abrazó y le introdujo la verga en el mar, pegando fuerte contra el mono de Lourdes para que ella sintiera por fuera cómo les gusta a las mujeres mientras él sentía por dentro cómo les gusta a los hombres y se derramaron y lavaron y espantaron a las gaviotas.
Aprende cuanto antes las reglas del ¡uego, le había dicho Dantón a Santiago cuando su hijo entró a trabajar con él al BUFA. Los que quieren ascender entran al PRI y se contentan con lo que les cae. Tienen razón. Son ajonjolí de todos los moles. Lo que les ofrecen, lo toman. Un día pueden ser oficial mayor, al siguiente Secretario de Estado y pasado mañana administrador de puentes y caminos. No importa. Tienen que tragárselo todo. La disciplina reditúa. O no reditúa. Pero ellos no tienen otra alternativa. Nomás que allí es donde comienza el código común para todos, los que ascienden y los que ya estamos arriba. No te enemistes con nadie que tenga poder o pueda tenerlo, hijo. Cuando haya enfrentamientos, que sean en serio, no por un quítame allá esos pelos. No hagas olas, hijo. Este país sólo avanza en un mar de sargazos. Mientras más calma chicha, más creemos que progresamos. Es un secreto y una paradoja, de acuerdo. No digas nunca nada en público que se preste a controversias. Aquí no hay problemas, México progresa en paz. Hay unidad nacional y quien se alebresta y rompe la tranquilidad, lo paga caro. Vivimos el milagro mexicano. Queremos algo más que un pollo en cada olla, como dicen los gringos. Queremos un refrigerador repleto en cada hogar y si es posible, con puros productos de los supermercados de tu abuelo don Aspirina, que Dios tenga a su vera y al que convencí que el comercio se hacía en grande. Ah, qué don Aspirina, tenía alma de abarrotero.
Se sirvió dos dedos de Chivas Regal en un pesado vaso de cristal cortado, sorbió y prosiguió.
– Voy a relacionarte bien, Santiago, pierde cuidado. Hay que empezar joven pero lo duro es durar. Los políticos, ya ves, empiezan jóvenes pero salvo excepciones, duran poco. Los hombres de
negocios empezamos jóvenes pero duramos toda la vida. Nadie nos elige y mientras no digamos nada en público, no somos ni vistos ni criticados. A ti no te hace falta hacerte notar. La publicidad y el autobombo son formas de rebeldía en nuestro sistema. Olvídalas. No te expongas nunca a decir algo de lo que luego te arrepientas. Tus pensamientos, guárdatelos para ti nomás. Que no haya testigos.
Santiago aceptó la copa que le ofreció su padre y se la bebió de un golpe.
– Así me gusta -rió Dantón-. Lo tienes todo. Sé discreto. No te expongas. Apuéstale a todos pero arrímate al bueno, cuando viene la grande, la sucesión presidencial. Las lealtades no valen, las obsecuencias sí. Aprovecha los primeros tres años del sexenio para hacer negocios. Luego vienen los declives, las locuras, los sueños de ser reelectos o ganar el Premio Nobel. Y a los presidentes se les bota la canica. Hay que acomodarse con el sucesor, que aunque lo escoja el presidente en turno, una vez en la silla va a hacer pedazos al antecesor que lo nombró, a su familia y a sus amigos. Navega en silencio, Santiago. Nosotros somos continuidad callada. Ellos son fragmentación ruidosa. Y a veces, ruinosa, cómo no.
Que invitara a bailar a Mengana y a cenar a Zutana. El papá de Perengana era socio de don Dantón y tenía una fortuna modesta de cincuenta millones de dólares, pero el papá de Loli Parada andaba por los doscientos millones y aunque era menos manipula-ble que el socio, adoraba a su hija y le daría todo lo que…
¿Todo?, le dijo Santiago a su padre, ¿qué llamas todo, padre? Carajo, no sigues tus propios consejos, cabrón papacito, dejas demasiados papeles, aunque los escondas muy bien, tus archivos están llenos de pruebas que has ido guardando para poder chantajear a quienes te hicieron favores y refrescar la memoria a quienes les debes favores, en los dos casos fuiste corrupto, cabrón viejo, no me mires así, no voy a medirme, chingada madre, tengo fotocopias de todas tus pinches movidas, me sé de memoria cada mordida que recibiste de un Secretario de Estado por manejarle un asunto público como si fuera privado, cada comisión que te dieron por servir de intermediario y hombre de paja en una compraventa ilegal de terrenos en Acapulco, cada cheque que te pasaron por servirles de frente a inversionistas gringos en actividades vedadas a extranjeros, cada peso que te dieron por asumir la responsabilidad de terrenos ejida-les desalojados aun a costa del asesinato de campesinos para que un presidente y sus socios desarrollaran ahí el turismo, me sé las muer-