– Es posible que Zarrías tampoco supiera lo de la bomba -dijo Elvira-. Quizá pensaba que tan sólo era un escalón más en la vigilancia que llevaba a cabo Informaticalidad.
– La persona a la que me gustaría ver aquí es a Lucrecio Arenas -dijo Falcón-. El fue quien colocó a su protegido, Jesús Alarcón, para que recibiera la presidencia del partido de Rivero. Es un amigo de toda la vida de Ángel Zarrías, y ha estado metido en el grupo Horizonte, con el que Benito y Cárdenas están asociados, y, en última instancia, es el dueño de Informaticalidad.
– Pero a no ser que esos tipos cedan, todo lo que puede hacer es hablar con ellos -dijo Del Rey-. No tiene nada con que presionarles. La única razón por la que hemos llegado tan lejos es porque alguien, por pura chiripa, vio a Tateb Hassani el sábado por la noche en casa de Rivero, y que posteriormente Rivero se aturullara y perdiera los nervios cuando usted y el inspector Ramírez hablaron con él por primera vez.
Falcón estaba en la sala de observación a la espera de los nuevos interrogatorios, que comenzaban a las cuatro. Hacia las cinco Gregorio apareció detrás de él.
– Yacoub necesita hablar -dijo.
– Pensaba que no debíamos comunicarnos hasta la noche.
– Le hemos dado la posibilidad de ponerse en contacto si surge una emergencia -dijo Gregorio-. Es algo relacionado con el rito de iniciación.
– No he traído el libro de Javier Marías.
Gregorio sacó un ejemplar de su portafolios. Se dirigieron al despacho de Falcón y Gregorio preparó el ordenador.
– Esta vez a lo mejor hay un poco de demora entre las líneas -dijo Gregorio-. Utilizamos un software de codificación diferente y es un poco más lento.
Gregorio se levantó de la silla de Falcón y se dirigió a la ventana. Falcón se sentó delante del ordenador e intercambió las presentaciones con Yacoub, que empezó diciendo que no disponía de mucho tiempo y le relató brevemente lo ocurrido aquella mañana. Le narró la ejecución que había presenciado, pero no le dijo nada del simulacro. Falcón se echó hacia atrás.
– Esto se ha descontrolado -dijo, y Gregorio leyó las palabras de Yacoub por encima del hombro de Falcón.
– Tranquilícele. Dígale que no se ponga nervioso -dijo Gregorio-. No ha sido más que una advertencia.
Falcón comenzó a teclear justo en el momento en que llegaba otro párrafo de Yacoub.
– Cosas importantes sin un orden concreto, 1) Me sacaron de la casa de la medina hacia las 6:45 de la mañana. El viaje duró unas tres horas y media y luego pasaron cuarenta minutos antes de que me reuniera con los dos hombres que se hacían llamar Mohamed y Abu. 2) Dijeron que la explosión había «trastornado enormemente uno de nuestros planes, lo que ha exigido una tremenda reorganización». 3) Me dejaron en una habitación que tenía una pared forrada de libros. Todos eran de arquitectura o ingeniería. También había unos cuantos manuales de montaje de vehículos cuatro por cuatro. 4) Estaban al corriente de la detención de tres hombres pertenecientes a un partido político llamado Fuerza Andalucía, acusados de asesinar a un «apóstata y traidor» llamado Tateb Hassani. También sabían que eso estaba relacionado de algún modo con el atentado de Sevilla, pero dijeron que esos hombres no eran «importantes». 5) La información que quieren de ti, Javier, es la siguiente: la identidad de los hombres responsables del atentado de la mezquita de Sevilla. Están al corriente de las tres detenciones, y creen que aunque sabes quiénes son los auténticos responsables, son demasiado poderosos para que puedas tocarlos.
»No espero que me contestes de inmediato. Sé que primero tendrás que hablar con tu gente. Necesito tu respuesta lo antes posible. Si puedo proporcionarles esa información, creo que mi prestigio dentro de los dirigentes del grupo aumentará de forma inconmensurable.
– Eso último ni siquiera tengo que pensarlo -dijo Falcón-. No puedo hacerlo.
– Espere un momento, Javier -dijo Gregorio, pero Falcón ya estaba tecleando su respuesta:
«Yacoub, me resulta del todo imposible darte esta información. Tenemos sospechas, pero ninguna prueba. Supongo que los líderes de ese grupo buscan venganza por el atentado de la mezquita, y eso es algo que no estoy dispuesto a tener sobre la conciencia.
Falcón tuvo que sujetar a Gregorio cuando apretó el botón de enviar. Después de unos quince segundos la pantalla parpadeó y la página de seguridad del CNI desapareció y fue reemplazada por la página inicial msn. Gregorio tecleó intentando volverse a meter en la página anterior, pero no había acceso. Hizo una llamada junto a la ventana, de pie.
– Hemos perdido la conexión -dijo.
Al cabo de unos minutos de escuchar y asentir cerró el móvil.
– Problemas con el software de codificación. Han tenido que concluir la transmisión por precaución.
– ¿Ha llegado mi último párrafo?
– Dicen que sí.
– ¿Le ha llegado a Yacoub?
– Eso aún no lo saben -dijo Gregorio-. Nos volveremos a reunir en su casa a las once. Para entonces ya habré podido discutir con Juan y Pablo la sustancia de lo que Yacoub nos ha dicho y sus implicaciones.
40
Sevilla. Viernes, 9 de junio de 2006, 17:45 horas
Mientras regresaba a la sala de interrogatorios, Falcón se topó con Elvira y Del Rey en el pasillo. Lo estaban buscando. Los especialistas en informática de la policía científica habían abierto los discos duros de Fuerza Andalucía. A partir de los artículos y fotos encontrados en uno de los ordenadores deducían que el usuario compilaba el material que luego utilizaba en las páginas que aparecían en la web de VOMIT. Por los demás materiales del mismo disco duro, era evidente que el usuario era Ángel Zarrías. A Elvira pareció molestarle que esa noticia no impresionara a Falcón, que todavía estaba repasando el diálogo con Yacoub.
– Con eso podremos apretarles -dijo Elvira-. Coloca a Zarrías y a Fuerza Andalucía más cerca del núcleo de la conspiración.
Falcón no tenía una opinión formada sobre eso.
– Yo no estaría tan seguro -dijo Del Rey-. Podría considerarse como una entidad separada. Zarrías podría aducir que se trataba de una campaña personal. Todo lo que ha hecho es utilizar un ordenador de Fuerza Andalucía para redactar esos textos, que luego ha descargado en un cede y entregado a algún experto que de manera anónima los ha colocado en la página web de VOMIT. No veo que con eso se le pueda apretar mucho.
Falcón los miró, aun sin nada que decir.
Elvira contestó una llamada en su móvil. Falcón iba a marcharse.
– Era el comisario Lobo -dijo Elvira-. No podemos seguir resistiendo la presión de la prensa.
– ¿Qué se le ha dicho a la prensa hasta ahora de por qué esos hombres están detenidos? -preguntó Falcón, volviendo hasta donde estaba Elvira.
– Como sospechosos de asesinato y de conspiración para asesinar -dijo Elvira.
– ¿Se ha mencionado a Tateb Hassani?
– Aún no. Mencionarlo supondría revelar demasiado de la naturaleza de nuestra investigación -dijo Elvira-. Seguimos sensibles a las expectativas de la gente.
– Será mejor que vuelva al trabajo. Dentro de unos minutos he de interrogar a Eduardo Rivero -dijo Falcón, mirando su reloj-. Dígame, ¿la policía científica ha encontrado rastros de sangre en las oficinas de Fuerza Andalucía? ¿Sobre todo en el cuarto de baño?
– No he oído que nadie lo mencionara -dijo Elvira, marchándose en compañía de Del Rey.
Todos los interrogadores estaban en el pasillo, delante de las salas de interrogatorio. Un paramédico vestido de verde fluorescente estaba hablando con Ramírez, que vio a Falcón por encima de su hombro.
– Rivero ha tenido un colapso -dijo-. Comenzó a jadear, no sabía dónde se encontraba y se cayó de la silla.