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– ¿Es una tontería preguntar por qué, si saben tanto del GICM, no lo eliminan? -preguntó Falcón.

– Porque necesitamos eliminar toda la red -dijo Gregorio.

Aterrizaron en el aeropuerto de Barajas a la 1:15 de una tarde calurosa. El aire se ondulaba sobre la pista. Un coche fue a recogerlos y los llevó a una oficina que estaba en la punta de la terminal, donde Juan y Pablo los esperaban.

– Han ocurrido algunas cosas -dijo Juan-. La oficina central de Paradores Nacionales tiene constancia de reservas para esta noche en Zamora y para mañana por la noche en Santillana del Mar. Pablo ha llamado a ambos hoteles y averiguado que los ingleses han cancelado sus reservas hace cuatro horas.

– El MI5 le está dando vueltas a por qué han cambiado de planes -dijo Pablo-. Podría ser por un asunto familiar. Dos de las mujeres son hermanas. O podría ser por el trabajo. El único problema es que no tienen a nadie dentro de la empresa de gestión de fondos. No ha habido ningún seísmo en los mercados del Lejano Oriente. Ahora están hablando con la City por si se ha producido alguna compra o absorción de empresas.

– ¿Han encontrado los coches? -preguntó Falcón.

– Si cancelaron las reservas hace cuatro horas ya deben de estar de camino, de modo que no tenemos ni idea de si van por Madrid o por Salamanca.

– ¿Y los ferrys? -preguntó Gregorio.

– Hemos comprobado las líneas Bilbao/Portsmouth y Santander/ Plymouth y no han hecho ninguna reserva -dijo Pablo-. Sigue en pie la reserva del túnel del Canal, con la misma fecha. Esa es la línea del Ministerio del Interior, Juan.

Juan contestó la llamada y tomó notas. Colgó de un golpe.

– La inteligencia británica se ha puesto en contacto con la inteligencia francesa -dijo Juan-. Amanda Turner acaba de cambiar las reservas del túnel del Canal al lunes por la tarde: mañana. Así que al parecer van hacia Francia sin detenerse. Ni el Ministerio del Interior francés ni el británico quieren que esos coches crucen el túnel. Los franceses han dicho que no quieren que esos coches entren en Francia. La ruta hacia el norte los llevaría cerca de reactores nucleares y por zonas con mucha densidad de población. Los coches están en suelo español. Tenemos zonas de baja densidad de población. Vamos a abordarlos aquí. Nos han dado acceso directo a las fuerzas especiales.

– De Sevilla a Madrid hay unos quinientos cincuenta kilómetros -dijo Gregorio-. De Sevilla a Mérida hay doscientos. Si cambiaron de planes hace cuatro horas, puede que se hayan pasado a la ruta más rápida, pasando por Madrid.

– Así que si hubieran ido a Madrid directamente ya habrían pasado, pero si cambiaron de ruta deberían estar cerca de Madrid en estos momentos.

Pablo llamó a la Guardia Civil y les dijo que vigilaran la NI/E5 en dirección a Burgos y la NII/E90 en dirección a Zaragoza, subrayando que sólo querían que les informaran del paso de los coches; no había que perseguirlos y de ninguna manera declarar una alerta general.

Juan y Gregorio volvieron al mapa de España y estudiaron las dos rutas posibles. Pablo contactó con las fuerzas especiales y les pidió que tuvieran dos coches preparados; un conductor y dos hombres armados en cada uno de los coches camuflados.

A las 14:00 la Guardia Civil llamó para confirmar que habían avistado el convoy en la carretera Madrid-Zaragoza, justo a la salida de Guadalajara. Pablo les pidió que pusieran policía motorizada en todas las estaciones de servicio de la ruta y que informaran si el convoy abandonaba la carretera. Volvió a comunicarse con las fuerzas especiales, les dio la información de la ruta y les dijo que estuvieran atentos al coche que debía de seguir al convoy. Los dos coches salieron de Madrid a las 14:05.

A las 14:25 llamó la Guardia Civil para informar de que el convoy había dejado la carretera en una estación de servicio en el kilómetro 103. También observaron un VW Golf GTI plateado, por cuya matrícula averiguaron que se trataba de un coche alquilado en Sevilla que había salido a la misma hora que el convoy. Habían salido dos hombres. Ninguno de ellos había entrado en la estación de servicio. Los dos estaban apoyados en la parte de atrás del Golf, y uno de ellos hablaba por el móvil.

Mientras Pablo transmitía esa información a los de las fuerzas especiales, Gregorio llamó a la compañía de coches de alquiler de Sevilla. Estaba cerrada. Juan ordenó que prepararan un helicóptero para despegar en cualquier momento. Informó de la situación al Ministerio del Interior y les dijo que en algún momento tendrían que cerrar la red de cobertura de móviles durante una hora en la carretera Madrid-Zaragoza, entre Calatayud y Zaragoza.

– Las fuerzas especiales tendrán que eliminar al vehículo que sigue al convoy en uno de los pasos de montaña -dijo Juan-. De este modo, si utilizan los móviles para detonar los dispositivos, no habrá cobertura, y si utilizan una señal directa habrá menos posibilidades de que tengan una buena conexión.

A las 15:00 Ramírez llamó de la compañía de coches de alquiler. Gregorio les dio el número de matrícula del Golf GTI plateado. La empresa de coches de alquiler les dio el número de carné de identidad del conductor. Gregorio lo introdujo en el ordenador. Robado la semana anterior en Granada.

El helicóptero se inclinó y remontó el vuelo en el cielo sin nubes del aeropuerto de Barajas. Falcón había rechazado el privilegio de sentarse junto al piloto. Hacía diez años que no subía a un helicóptero. Se sentía expuesto a los elementos, y experimentaba una ligereza en su ser que le incomodaba.

Siguieron la autopista NII/E90 de Madrid a Zaragoza, y en menos de una hora sobrevolaban las montañas que rodeaban Calatayud.

– Es algo que no se ve a menudo -dijo Juan por los auriculares-. Me refiero al desenlace de una operación de inteligencia.

Incluso entonces, mientras avanzaban a toda velocidad hacia la culminación de meses de trabajo y días de intensidad, apenas parecía real. España discurría bajo sus pies, y en algún lugar de allí abajo los hombres hacían los últimos preparativos a medida que el convoy de coches, llenos de gente viva y real, se dirigía hacia el norte sin saber nada de ese enorme y complejo mecanismo que se desarrollaba tras ellos.

El piloto le entregó unos binoculares y le señaló el trecho de carretera en el que un Golf GTI plateado era adelantado por un BMW azul oscuro. El BMW frenó de manera tan brusca que los neumáticos echaron humo. El Golf GTI chocó con la parte de atrás del BMW, pero los soldados ya habían salido, apuntando con sus armas, los brazos temblando por el retroceso. El helicóptero descendió sobre la escena. Sacaron a rastras a dos hombres del Golf GTI; el parabrisas estaba hecho trizas, la parte delantera del coche aplastada, salía vapor del capó.

El helicóptero se dirigió al otro lado del paso de montaña, donde otro grupo de fuerzas especiales que viajaban en un coche delante del convoy de turistas había obligado a estos a detenerse en el arcén. El helicóptero giró y permaneció parado en el aire mientras las cuatro parejas salían y se alejaban de los coches.

Ver cómo todo ocurría sin sonido -o mejor dicho, con un exceso de sonido causado por las aspas del helicóptero- lo hizo aun más irreal. Falcón sintió vértigo al pensar que toda esa última operación había tenido lugar como resultado de su corazonada. ¿Y si en realidad no había ninguna bomba en los vehículos y los dos ocupantes del Golf GTI que habían matado eran inocentes? Debió de poner una cara de total perplejidad, pues oyó la voz de Juan en su cabeza.

– Es algo que a menudo nos preguntamos -dijo Juan-. ¿Todo esto ha pasado de verdad?