— Más vino — pidió secamente, extendiendo el vaso.
— ¿Cree que le conviene?
— No seas tan mojigato, muchacho; es el mejor tónico que existe. Si bebieses más vino engordarías un poco. — Glo contempló el vaso mientras le servía el vino, comprobando que estuviese lleno hasta arriba, y el color empezó a volver a su rostro —. Bueno, ¿de qué hablaba?
— ¿No era de algo sobre las dificultades del renacimiento de nuestra civilización?
Glo le dirigió una mirada de reproche.
— ¿Sarcasmo? ¿Es eso un sarcasmo?
— Lo siento, señor — dijo Lain —. Es que la charla sobre los brakkas siempre me apasiona; es un tema que me hace perder la moderación.
— Lo recuerdo. — La mirada de Glo se desplazó por la habitación, observando los objetos del menaje de vidrio y cerámica, que en cualquier otra casa habrían sido de madera negra —. ¿No crees que… hummm… exageras?
— Ésta es mi forma de pensar. — Lain levantó su mano izquierda y señaló el anillo negro que llevaba en el sexto dedo —. La única razón por la que llevo esto es porque es un recuerdo de mi boda con Gesalla.
— Ah sí, Gesalla. — Glo enseñó sus escasos dientes con una expresión lasciva —. Una de estas noches, te lo aseguro, tendrás un acompañante más en la cama.
— Mi cama es su cama — dijo Lain tranquilamente, sabiendo que el gran Glo nunca reclamaría su derecho a tomar cualquier mujer del grupo social del cual era la cabeza dinástica. Era una antigua costumbre en Kolkorron, que todavía se practicaba en las familias importantes, y las alusiones ocasionales de Glo sobre el tema eran meramente su forma de enfatizar la superioridad cultural de la orden filosofal por haber abandonado esa práctica.
— Teniendo en cuenta tus puntos de vista — siguió Glo, volviendo al tema original —, ¿no podrías intentar adoptar una actitud más positiva hacia la reunión? ¿No te gusta la idea?
— Sí, me gusta. Es un paso en la dirección correcta, pero llega tarde. Usted sabe que hacen falta cincuenta o sesenta años para que un brakka llegue a la madurez y entre en la fase de polinización. Tendríamos que esperar ese período de tiempo incluso aunque tuviéramos capacidad para hacer crecer cristales puros ahora mismo, y es aterradoramente largo.
— Razón de más para organizar un plan.
— Es cierto, pero cuanto mayor es la necesidad de un plan, menores son las posibilidades de que sea aceptado.
— Eso es muy profundo — dijo Glo —. Ahora dime lo que… hummm… significa.
— Hubo una época, tal vez hace quince años, en que Kolkorron podría haber equilibrado las provisiones y la demanda, adoptando solamente unas cuantas medidas de conservación de sentido común, pero ni siquiera entonces los príncipes hubieran escuchado. Ahora nos encontramos en una situación que precisa medidas drásticas. ¿Puede imaginar cómo reaccionaría Leddravohr a la propuesta de suspender toda la producción de armamento durante veinte o treinta años?
— No aceptaría pensar en ello — dijo Glo —. Pero ¿no estás exagerando las dificultades?
— Eche un vistazo a estos gráficos.
Lain fue hasta un archivador, sacó una lámina grande y la extendió sobre el escritorio, ante Glo. Le explicó los distintos diagramas coloreados, evitando en lo posible las matemáticas complicadas, analizando la relación entre las demandas crecientes de la ciudad para cristales de energía y los brakkas con otros factores, como el incremento de la pobreza y los retrasos en los transportes. Una o dos veces mientras hablaba, le vino a la cabeza que allí, nuevamente, se presentaban problemas del mismo tipo general que en los que había estado pensando antes. Entonces se había sentido tentado por la idea de que estaba a punto de concebir una forma totalmente nueva de abordarlos, algo relacionado con el concepto matemático de límite, pero ahora, las consideraciones humanas y materiales dominaban sus pensamientos.
Entre ellas estaba el hecho de que el gran Glo, que era el principal portavoz de los filósofos, se había vuelto incapaz de seguir argumentos complejos. Y además de su incapacidad natural, estaba adquiriendo la costumbre de emborracharse con vino cada día. Continuamente asentía con la cabeza, pasándose la lengua por los dientes, intentando demostrar preocupación e interés, pero la membrana carnosa de sus párpados caía cada vez con más frecuencia.
— De modo que éste es el alcance del problema, señor — dijo Lain, hablando con un fervor especial para lograr la atención de Glo —. ¿Le gustaría oír las opiniones de mi departamento sobre el tipo de medidas necesarias para que la crisis se mantenga en unas proporciones aceptables?
— Estabilidad, sí, estabilidad. Eso es. — Glo alzó bruscamente la cabeza y durante un momento pareció totalmente perdido; sus pálidos ojos azules examinaban el rostro de Lain, como si lo estuviesen viendo por primera vez —. ¿Dónde estamos?
Lain se sintió deprimido y extrañamente aterrado.
— Quizá sería mejor que le enviase un resumen escrito a la Torre, para que lo examine en el momento en que pueda. ¿Cuándo se va a reunir el consejo?
— En la mañana del doscientos. Sí, el rey ha dicho definitivamente doscientos. ¿Qué día es hoy?
— Uno-nueve-cuatro.
— No hay mucho tiempo — dijo Glo tristemente —. He prometido al rey que yo contribuiría… hummm… de forma significativa.
— ¿Lo desea?
— No es cuestión de lo que yo… — Glo se levantó tambaleándose y miró a Lain con una extraña y temblorosa sonrisa —. ¿Realmente crees eso que dijiste?
Lain parpadeó asombrado, incapaz de situar la pregunta en un contexto adecuado.
— ¿Señor?
— ¿Lo de que… vuelo más alto… y veo más lejos?
— Desde luego — dijo Lain, empezando a sentirse incómodo —. No podía haber sido más sincero.
— Bien. Eso significa… — Glo se enderezó e hinchó su robusto pecho, recobrando de repente su jovialidad habitual —. Lo demostraremos. Se lo demostraremos a todos. — Fue hacia la puerta y se detuvo apoyando la mano en el pomo de porcelana —. Hazme llegar un resumen tan pronto como… hummm… puedas. Ah, por cierto, he dado instrucciones a Sisstt para que traiga a tu hermano con él.
— Muchísimas gracias, señor — dijo Lain. Su alegría por ver a Toller chocó con la idea de cómo reaccionaría Gesalla ante la noticia.
— No hay de qué. Creo que todos hemos sido un poco duros con él. Me refiero a obligarle a pasar un año en un lugar tan miserable como Haffanger, sólo por haber dado una bofetada a Ongmat.
— Como consecuencia de esa bofetada, la mejilla de Ongmat se partió en dos.
— Bueno, fue una soberana bofetada. — Glo soltó una carcajada sorda —. Y todos sabemos lo beneficioso que es tener a Ongmat callado durante un tiempo.
Riéndose, desapareció por el pasillo, haciendo sonar sus sandalias contra el suelo de mosaico.
Lain llevó su vaso de vino casi intacto a su escritorio y se sentó, removiendo el líquido oscuro para formar dibujos en su superficie. La ocurrente complacencia de Glo hacia la violencia de Toller era algo muy típico en él, una de las pocas formas en que recordaba a la orden filosofal que su ascendencia era real y tenía sangre de conquistadores en sus venas. Demostraba que se sentía mejor y que había recuperado su autoestima, pero eso no disminuía la preocupación de Lain por la capacidad física y mental del anciano.
En pocos años, Glo se había convertido en un holgazán y abstraído incompetente. Su inadecuación para aquel puesto era tolerada por la mayoría de los jefes de departamento, algunos de los cuales valoraban la libertad que eso les permitía; pero existía un sentimiento general de desmoralización por la pérdida continuada del estatus social de la orden. El anciano rey Prad demostraba aún un afecto indulgente hacia Glo; y, como decía los murmuradores, si la orden filosofal ya no se tomaba en serio, era mejor que estuviese representada por un bufón de corte.