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— ¿Qué te pasa? — gruñó, lanzando una mirada envenenada a Toller —. ¿No puedes controlar a este saco de pulgas?

Soy una persona nueva, se juró Toller, y no voy a meterme en líos.

— ¿Puede insultarlo por querer acercarse a usted? — le preguntó sonriendo.

Los labios del lancero articularon algo en silencio mientras se aproximaba a Toller, pero en ese instante el jefe dio la señal para que la comitiva prosiguiera. Toller instó al animal a que avanzase y se colocó de nuevo tras el carruaje de Lain. El ligero incidente con el guardián le había irritado un poco, aunque sin afectarle demasiado, y se sentía contento de su comportamiento. Había sido un valioso ejercicio para evitar problemas innecesarios, el arte que pretendía practicar el resto de su vida. Sentado cómodamente en la montura, disfrutando del paso rítmico y constante del cuernoazul, trasladó sus pensamientos al asunto que ahora iban a tratar.

Sólo una vez antes había estado en el Palacio Principal, siendo un niño, y tenía un vago recuerdo de la abovedada Sala del Arco Iris, donde tendría lugar la reunión del consejo. Dudaba que fuese tan grande e impresionante como la recordaba, pero era el salón de recepciones más importante del palacio, y actualmente se usaba con frecuencia para las reuniones. Era evidente que el rey Prad consideraba importante la reunión, algo que a Toller le asombraba en cierto modo. Toda su vida había escuchado a los conservacionistas como su hermano proclamando avisos lúgubres sobre las decrecientes reservas de brakka, pero la vida en Kolkorron seguía más o menos como siempre. Era cierto que en los últimos años se habían producido restricciones de cristales de energía y de madera negra, y que su precio subía constantemente, pero siempre se habían encontrado nuevas reservas. Toller no podía imaginarse que las reservas naturales de todo el planeta no lograran cubrir las necesidades de sus habitantes.

Cuando la delegación filosofal llegó hasta el montículo sobre el que estaba situado el palacio, vio que había muchos carruajes reunidos en el patio principal, ante el edificio. Entre ellos se encontraba el flamante faetón rojo y anaranjado del gran Glo. Tres hombres con las ropas grises de filósofo estaban allí de pie, y cuando divisaron el carruaje de Lain avanzaron para detenerlo. Toller reconoció primero la figura rechoncha de Vorndal Sisstt; después a Duthoon líder de la sección del halvell; y el contorno anguloso de Borreat Hargeth, jefe de la investigación de armas. Los tres parecían nerviosos y preocupados, y se acercaron a Lain en cuanto éste bajó de su carruaje.

— Tenemos un problema, Lain — dijo Hargeth, señalando con la cabeza hacia el faetón de Glo — Será mejor que eches un vistazo a nuestro estimado líder.

Lain frunció el ceño.

— ¿Está enfermo?

— No, no está enfermo; yo diría que nunca se ha sentido mejor.

— No me digas que ha estado…

Lain se dirigió al faetón y abrió la puerta con brusquedad. El gran Glo, que se hallaba con la cabeza hundida en el pecho, se irguió de golpe, levantando la vista hacia él, sobresaltado. Sus pálidos ojos azules se fijaron en Lain, después sonrió mostrando sus dientes inferiores.

— ¡Me alegro de verte, muchacho! — exclamó —. Te dije que éste iba a ser nuestro… hummm… día. Vamos a arrasar con todo.

Toller saltó también de su montura y la ató en la parte posterior del carruaje, dando la espalda a los otros para ocultar su risa. Había visto a Glo muy borracho en varias ocasiones, pero nunca tan obviamente, tan cómicamente incapacitado. El contraste entre las mejillas rubicundas del eufórico Glo y los semblantes cenicientos de sus escandalizados colaboradores, hacía la situación aún más divertida. Repasaban ahora a toda prisa las ideas que tenían sobre la forma de exponer adecuadamente sus planes en la reunión. Toller no podía prestarles ninguna ayuda, pero le hacía gracia que otra persona atrajese el tipo de censura que normalmente le estaba reservado a él, especialmente si el infractor era el propio gran Glo.

— Señor, la reunión empezará enseguida — dijo Lain —. Pero si se encuentra indispuesto, quizá nosotros…

— ¡Indispuesto! ¿Qué manera de hablar es ésa? — Glo estiró la cabeza y descendió del vehículo, reposando de pie con una estabilidad forzada —. ¿A qué esperan? Vamos a ocupar nuestros puestos.

— Muy bien, señor. — Lain se acercó a Toller con una enigmática expresión —. Quate y Locranan cogerán los planos y el caballete. Quiero que te quedes aquí, junto al carruaje, y vigiles… ¿Qué es lo que te parece tan gracioso?

— Nada — dijo Toller rápidamente —. Nada, nada.

— No tienes ni idea de la importancia de esta reunión, ¿verdad?

— La conservación también es importante para mí — respondió Toller, intentando infundir a su voz un tono sincero —. Yo sólo…

— ¡Toller Maraquine! — El gran Glo se acercó con los brazos abiertos, mostrando en sus ojos la emoción —. No sabía que estuvieras aquí. ¿Cómo estás, muchacho?

Toller se quedó asombrado de que el gran Glo lo reconociera y más aún de que se mostrase tan efusivo.

— Me encuentro muy bien, señor.

— Ya lo veo. — Glo pasó un brazo sobre los hombros de Toller y se dirigió a los demás —. Observen qué magnífica figura de hombre; me recuerda la mía cuando yo era… hummm… joven.

— Deberíamos ir ya a ocupar nuestros puestos — dijo Lain —. No quisiera apremiarle, pero…

— Tienes razón; no debemos retrasar nuestro momento de… hummm… gloria. — Glo dio a Toller un afectuoso abrazo, exhalando el aliento del vino —. Vamos, Toller; tienes que contarme qué has estado haciendo en Haffanger.

Lain se adelantó ansioso.

— Mi hermano no forma parte de la delegación, señor. Se supone que debe esperar aquí.

— ¡Qué tontería! Vayamos todos.

— Pero no va vestido de gris.

— Eso no importa si está en mi comitiva personal — dijo Glo, con una suavidad que anulaba cualquier argumento —. Vamos ya.

Toller miró a Lain, levantando las cejas en señal de resignación, mientras el grupo avanzaba hacia la entrada principal del palacio. Se alegraba de que toda aquella serie de acontecimientos inesperados le hubieran salvado de lo que prometía ser una espera enormemente aburrida, pero continuaba decidido a conservar la buena relación con su hermano. Para él era vital no entorpecer en absoluto la reunión y, en particular, mostrarse impasible fuera cual fuese el comportamiento del gran Glo durante su celebración. Ignorando las miradas curiosas de los que se cruzaban con ellos, caminó hacia el palacio con Glo cogido de su brazo, intentando responder correcta pero concisamente a las preguntas del anciano, aunque su atención era atraída por el ambiente que los rodeaba.

El palacio también era la sede de la administración kolkorroniana y le dio la impresión de ser una ciudad dentro de otra. Sus pasillos y vestíbulos estaban abarrotados de hombres con caras lúgubres cuyo comportamiento revelaba que sus preocupaciones no eran las de los ciudadanos corrientes. Toller fue incapaz de imaginar cuáles debían ser sus ocupaciones o los temas de las conversaciones que susurraban. Sus sentidos estaban inundados por la opulencia de las alfombras y tapices, pinturas y esculturas, por los recargados techos abovedados. Incluso las puertas menos importantes parecían talladas en tablas de una pieza de parette, elvart o madera vidriada, representando cada una de ellas, quizás un año de trabajo de un maestro artesano.

El gran Glo parecía ajeno al ambiente del palacio, pero Lain y el resto de la comitiva se mostraban visiblemente subyugados. Avanzaban en un grupo unido, como soldados en un territorio hostil. Tras un largo recorrido, llegaron a una enorme puerta doble guardada por dos ostiarios de armaduras negras. Glo se abrió paso hasta la gran sala elíptica que había tras ellos. Toller se apartó para dejar que su hermano le precediera, y casi se quedó sin respiración al ver, por primera vez siendo adulto, la famosa Sala del Arco Iris. La bóveda de su techo estaba totalmente compuesta por paneles cuadrados de vidrio sostenidos por una intrincada celosía de brakka. La mayoría de los paneles eran de color azul pálido o blanco, representando el cielo y las nubes, pero a un lado había siete franjas curvas que reproducían los colores del arco iris. La luz que se filtraba por la cúpula teñía toda la sala de un resplandor encendido.