— Majestad, no es mi intención mostrarme discrepante, pero confieso que crece mi impaciencia ante toda esta charla sobre la escasez y disminución de los recursos. La verdad es que existe abundancia de brakka; suficiente para satisfacer nuestras necesidades durante los siglos venideros. Hay grandes bosques de brakkas que aún están intactos. La verdadera deficiencia está en nosotros mismos. Nos falta resolución para apartar nuestros ojos de los grandes días de Land y avanzar reclamando lo que nos corresponde por derecho.
Una ráfaga de excitación recorrió la sala, lo que hizo que Prad levantase su mano para calmarla. Toller se incorporó en el asiento, alertado.
— No toleraré que se hable de ir contra Chamteth — dijo Prad, con una voz más grave y fuerte que antes.
Leddravohr volvió su rostro hacia él.
— Tarde o temprano sucederá, ¿por qué esperar?
— Repito que no toleraré que se hable de una guerra mayor.
— En ese caso, majestad, solicito su permiso para retirarme — dijo Leddravohr con un ligero tono de insolencia —. No puedo participar en una discusión que está privada de toda lógica.
Prad sacudió la cabeza como un pájaro.
— Vuelve a ocupar tu asiento y reprime tu impaciencia; tu nuevo interés por la lógica puede que pronto te resulte útil. — Sonrió al resto de la reunión, como diciendo: incluso un rey tiene problemas con los hijos rebeldes, e invitó al príncipe Chakkell a exponer sus ideas sobre la reducción del consumo industrial de cristales de energía.
Toller se relajó mientras Chakkell hablaba, pero no podía apartar sus ojos de Leddravohr, que ahora permanecía recostado, mostrando un exagerado aburrimiento. Estaba intrigado, inquieto y extrañamente interesado por el descubrimiento de que el príncipe militar consideraba la guerra con Chamteth como algo deseable e inevitable a la vez. Poco se sabía sobre la exótica tierra que, en la parte más alejada del mundo, no era alcanzada por la sombra de Overland y, por tanto, tenía un día ininterrumpido.
Los mapas de que se disponía eran muy antiguos y de dudosa exactitud, pero mostraban a Chamteth tan grande como el imperio kolkorroniano e igualmente poblado. Pocos viajeros de los que penetraron allí habían vuelto, pero sus informes eran unánimes en lo referente a la descripción de los enormes bosques de brakkas. Sus reservas no se habían reducido, porque los chamtethanos consideraban un grave pecado interrumpir el ciclo de vida del árbol de brakka. Conseguían cantidades limitadas de cristales perforando agujeros en las cámaras de combustión, y restringían el uso de la madera negra a la que podían obtener de los árboles muertos por causas naturales.
La existencia de tan fabulosa mina había atraído el interés de los gobernantes kolkorronianos del pasado, pero nunca se había llevado a cabo ninguna acción guerrera verdaderamente importante. Una de las causas era lo apartado que estaba el país; la otra que los chamtethanos tenían fama de guerreros feroces, tenaces y bien dotados. Se pensaba que su ejército era el único consumidor de cristales en el país y, ciertamente, los chamtethanos eran conocidos por su empleo excesivo del cañón; una de las formas más extravagantes de derrochar cristales. Se encontraban también totalmente aislados, rechazando toda relación comercial o cultural con otras naciones.
— El coste de la invasión de Chamteth, por una u otra causa, siempre se había considerado excesivo, y Toller siempre había creído que esta situación era una parte inamovible del orden natural de las cosas. Pero acababa de oír hablar de cambio, y tenía un gran interés personal en esa posibilidad.
Las divisiones sociales en Kolkorron eran tales que, en circunstancias normales, a un miembro de la gran familia de familias vocacionales no le estaba permitido cruzar las barreras. Toller, inquieto y resentido por haber nacido en la orden de los filósofos, había realizado muchos intentos inútiles para lograr ser aceptado en el servicio militar. Lo que más le exasperaba de su fracaso era saber que no habría encontrado ningún obstáculo para entrar en el ejército si hubiera formado parte de las masas proletarias. Podría haberse preparado para servir como soldado de línea en los puestos más inhóspitos del imperio, si no fuese porque su rango social le impedía ocupar un estatus inferior al de oficial; un honor celosamente guardado por la casta de los militares.
Todo aquello, comprendía ahora Toller, era similar a lo que ocurría en otros asuntos del país que seguían una tradición familiar de siglos de antigüedad. Una guerra con Chamteth obligaría a profundos cambios en Kolkorron; sin embargo, el rey Prad no ocuparía el trono indefinidamente. Era probable que fuese sustituido por Leddravohr en un futuro no demasiado remoto; y cuando eso ocurriese, el antiguo sistema sería barrido. Parecía como si la fortuna de Toller dependiera directamente de la de Leddravohr y la simple esperanza era suficiente para producir en su conciencia una corriente de oscura excitación. La reunión del consejo, que él esperaba rutinaria y aburrida, estaba resultando ser una de las oportunidades más interesantes de su vida.
Sobre el estrado, el príncipe Chakkell, moreno, calvo y barrigón, terminaba de exponer sus comentarios introductorios, afirmando que se necesitaba el doble del suministro actual de pikon y halvell para las excavaciones, en caso de que se continuasen llevando a cabo los proyectos de construcción.
— Creo que tus intereses no coinciden con los de los aquí reunidos — comentó Prad, empezando a mostrarse un poco exasperado —. ¿Puedo recordarte que esperábamos tus ideas sobre cómo reducir la demanda?
— Discúlpeme, majestad — dijo Chakkell, contradiciendo con su tono obstinado esas palabras.
Era hijo de un noble de oscura procedencia y había ganado su rango mediante una combinación de energía, astucia y controlada ambición, y no era ningún secreto para las jerarquías superiores de la sociedad kolkorroniana que abrigaba esperanzas de ver un cambio en las reglas de sucesión que pudieran permitir a uno de sus hijos ascender al trono. Aquellas aspiraciones, junto con el hecho de que era el principal competidor de Leddravohr respecto a los productos de brakka, significaba que existía un candente antagonismo entre ellos; pero en esta ocasión, ambos estaban de acuerdo. Chakkell se sentó y cruzó los brazos, haciendo notar que cualquier opinión que tuviese respecto al tema de la conservación no sería del agrado del rey.
— Parece ser que hay una falta de entendimiento sobre un problema extremadamente serio — dijo Prad severamente —. Debo resaltar que el país se enfrenta a una serie de años de grandes restricciones en las comodidades básicas, y espero una actitud más positiva por parte de mis administradores y consejeros en lo que queda de esta reunión. Quizá quede clara la gravedad de la situación si el gran Glo nos informa de los progresos que se han logrado en los intentos por producir pikon y halvell por medios artificiales. Aunque nuestras expectativas son grandes respecto a eso, hay, como ahora oirán, todavía mucho que hacer y nos corresponde urdir un plan de acuerdo a ello. Háganos saber sin demora y concisamente lo que tiene que decir, gran Glo.
Se produjo un silencio durante el cual no ocurrió nada; después, Borreat Hargeth, situado en la segunda fila del sector de los filósofos, se inclinó hacia delante y golpeó el hombre de Glo. Éste, inmediatamente, saltó en su asiento, obviamente sobresaltado, y alguien al otro lado del pasillo, a la derecha de Toller, dejó escapar una risa ahogada.
— Perdone, majestad, estaba reflexionando — dijo el gran Glo, en un tono innecesariamente alto —. ¿Cuál era su… hummm… pregunta?
Sobre el estrado, el príncipe Leddravohr se cubrió el rostro con una mano, para ocultar su vergüenza y el mismo hombre situado a la derecha de Toller, soltó una nueva carcajada. Toller se volvió en aquella dirección, frunciendo el ceño, y el hombre, un oficial de la delegación médica del gran Tunsfo, enmudeció en el acto al advertirlo.